Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

¿El público?, ¡que pase!

11 marzo, 2015 18:47

[caption id="attachment_655" width="510"]

Arcángel, en el papel de Caballo Primero[/caption]

El público de Lorca no es tanto teatro dentro del teatro como sobre el teatro. Es una conversación dramática y surrealista entre el artista y el espectador. Escena primigenia: el público entra en el despacho del Director del teatro y se sienta a conversar con él. Es una conversación poética, violenta, sadomasoquista, donde el amor y el odio, no es que sean vecinos, es que son la misma cosa. Teatro “bajo la arena”, “teatro que sale de un sepulcro”, teatro/muerte, porque lo único vivo en un teatro es la sala, el público. En Lorca, el público son caballos. En Sotelo, los caballos son flamencos: la voz de Arcángel (todo se detiene cuando canta Arcángel) y de Jesús Méndez, la guitarra de Cañizares, la percusión de Agustín Diassera, el baile de Rubén Olmo. Suena la siguiriya, madre de todos los cantes. Dicen que nació del canto de las plañideras, que también es teatro que sale de un sepulcro. Poner a convivir el flamenco y la música de concierto es una tarea dificilísima y llena de peligros. Ni siquiera el gran Falla salió del todo airoso de ella. ¡A ver quién es el guapo capaz de insertar con gracia una soleá en un contexto sinfónico! Mauricio Sotelo se maneja en ese avispero con eficacia expresiva, elegancia de estilo y dominio técnico. Su trabajo le ha costado: lleva decenios hondeando musical y personalmente en el ambiente jondo. En El público, el flamenco, puro o mezclado, fluye con naturalidad. Hay también canto, digamos, convencional, en las voces principales de José Antonio López (el Director) e Isabel Gaudí (la Julieta/Julieto). En el foso, los músicos del Klangforum de Viena, uno de los “ensembles” punteros del universo contemporáneo, dirigidos por Pablo Heras-Casado, dominador también de esta especialidad.

El libreto de Andrés Ibáñez diluye un poco la violencia del texto de Lorca, refuerza su carácter de confesión de homosexualidad y matiene su espíritu surrealista. Gracias a ello, esta ópera, al igual que el drama original, avanza por sucesión inconexa, por acumulación de gemas poéticas deslumbrantes y autónomas. El espectador va recogiendo una a una las cuentas de un collar roto, dejando que se ordenen solas y cobren sentido de algún tipo. Como los palitos del I Ching. Para levantar una ópera a partir de estas piedrecitas, Mauricio Sotelo acude también a una variedad de recursos, que superpone o yuxtapone de manera inesperada, ya que no inconexa (como poeta, Sotelo no es un aleatorio sino un constructor). En El público, junto a los sonidos sotelianos clásicos, se suceden ecos de los espectralistas franceses, subrayados instrumentales de la voz tipo Steve Reich, pasajes de ligereza incidental, una larga aria de soprano coloratura... objetos sonoros que el espectador encuentra y disfruta. Mucho, a juzgar por los largos aplausos que recogió al final el propio Sotelo del público del Teatro Real.

La puesta en escena de Robert Castro, con escenografía de Alexander Pozin, sigue esta misma sintaxis ilógica, cada escena un regalo visual y teatral. Todo Madrid habla estos días de la escena de los dos enormes espejos transparentes.

“¡Teatro al aire libre!”, pide una y otra vez el Director en esta ópera. Yo me acordé de aquel “cinema al aire libre”, donde un Alberti/público miraba “una mar mentida y cierta, que no es la mar y es la mar”.

Image: Teresa de Jesús marca el camino

Teresa de Jesús marca el camino

Anterior
Image: Muere Terry Pratchett

Muere Terry Pratchett

Siguiente