Rango
[caption id="attachment_779" width="560"] Un momento de Rango del Ballet Rafael Aguilar[/caption]
Nada más entrar en escena Francisco Guerrero caracterizado de Bernarda Alba se le hiela a uno el deseo. Son dos metros de Bernarda seca, que te anula con su sola forma de llevar los brazos recogidos ("Fold your arms!", gritaba cada vez que nos quería calladitos y obedientes la Bernarda Alba irlandesa que teníamos en el colegio). ¡Acojona!, ¿eh?, diría Luis Escobar. El drama entero de Lorca con toda su angustia y su olor a cerrado, condensado en esta Bernarda travestida que procesiona primero a sus cinco hijas y las castra minuciosamente a continuación con un taconeo sencillo e implacable. Bastan cuatro corcheas bien bailadas para poner en escena el deseo y su criminal contención. Hablo de Rango, la Bernarda Alba flamenca que creó Rafael Aguilar hace 50 años y Guerrero ha traído ahora al Coliseo Carlos III de El Escorial en la inauguración de Madrid en Danza.
No hay ningún arte capaz de expresar las presiones y represiones del deseo humano como la música. O como su proyección corpórea, que es la danza. El deseo es animal. Es lo animal. En comparación con el vegetal, el reino animal es el de los deseadores y, por lo tanto, el de los semovientes. Las plantas necesitan cosas (agua, luz, CO2), y esperan quietas a que les lleguen. Los animales, sin embargo, deseamos las cosas (comida, agua, sombra, sol, sexo, compañía...) y el deseo nos hace movernos para conseguirlas. Si, además, esos deseos son complejos y contradictorios entonces el animal en cuestión es humano. Es una definición del hombre (y de la mujer) tan válida como la mejor.
Lorca pinta con palabras el deseo contenido: «el fuego que tengo levantado por piernas y boca... lo que me muerde... lo que me arrastra... lo que me revienta el pecho por querer salir» y, sobre todo, «el caballo garañón que está encerrado y da coces contra el muro». Es un deseo blanco, como la capa del semental, como las enaguas de Adela, la del fuego levantado, y como las paredes encaladas de la casa de B. A. El negro adusto de su luto y del que impone a sus hijas tapa todo ese blanco.
¡Qué facilidad tiene la música para hacernos sentir las coces del deseo! Todo Mahler, casi todo Beethoven y gran parte de los demás nos entran por el oído y nos revientan el pecho por querer salir. Viendo/oyendo el espectáculo del Ballet Rafael Aguilar, el baile de las hijas y la cabrona de la madre, el cante del caballo del alba y su dolor de nieve, recordé los caballos surrealistas y flamencos -Arcángel y Méndez- de El público de Lorca en la ópera de Mauricio Sotelo. En Rango estalla el deseo machacado que Lorca identifica en la mitad del país (La Casa de Bernarda Alba se subtitula Drama de mujeres en los pueblos de España); en El público lo que estalla es el deseo imposible del propio Lorca. O así lo oí yo.