Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

Las tardes de Lieder

10 abril, 2018 16:14

Estuve, después de un tiempo, en el Ciclo de Lied que organiza el CNDM en el Teatro de la Zarzuela. Lo encontré en plena forma. Teatro lleno a pesar de haber sufrido dos cancelaciones de último minuto concatenadas. Público atento y silencioso. Es importante saber que no siempre fue así. El Ciclo de Lied existe desde hace -¡solo!- 24 años y el Liceo de Cámara, desde hace 21. Convertir el erial que era antes Madrid en una capital europea de estos géneros ha requerido de sus responsables talento, esfuerzo y dinero. Conviene tenerlo claro, sobre todo para evitar una posible vuelta al erial, que es más factible de lo que parece. Pasa igual con las libertades, que las damos por hechas sin tener por qué. No siempre las tuvimos y, salvo que estemos alerta, no siempre las tendremos.

En alemán, Lied no significa más que canción. Como género, el Lied suele referirse a la canción de concierto cantada en alemán. ¿Y qué tiene de particular este género?: una relación singular entre texto y música, el viejo problema de la estética. Federico Sopeña, como tantas otras veces, da en el clavo: "El misterio del Lied está en que una obra de arte ya hecha, completa, sirve de inspiración al músico, el cual hace con el poema algo parecido a lo que el intérprete con la música". Se deduce una triple articulación del arte (poema-partitura-interpretación, arte sobre arte sobre arte) que requiere tres actos creativos sucesivos por parte de tres autores que deben estar «en una cierta comunidad de concepción del mundo». El contacto/contagio de los tres creadores (poeta, compositor, intérprete) nos da, además, la clave para entender y apreciar sus respectivas obras: el compositor de Lieder, más que componer una música, debe encontrar la música que ya estaba en el verso y el intérprete, más que cantar música, debe recitarla. El compositor de Lieder ha de tener vocación de poeta y el cantante, alma -¡y técnica!- de rapsoda.

[caption id="attachment_1012" width="560"] El barítono Florian Boesch y el pianista Justus Zeyen durante el ciclo en la Zarzuela. Foto: CNDM[/caption]

En esta ocasión, la tarde de Lieder la dio el barítono austriaco Florian Boesch que es precisamente eso, un rapsoda, Su voz es limpia, natural y extraordinariamente fácil de emisión. Con solo dos días de aviso preparó un recitalazo con poemas de Goethe, Heine y Schiller vistos por Schubert y Schumann. De Schubert cantó tres formas de relación con los dioses: la desafiante de Prometeo, "¡Tápate con nubes, Zeus, y déjame en paz!", la sumisa de Grenzen der Menschheit, "Beso la última costura de tu capa", y la añorante de Die Götter Griechenlands, "Solo en el cuento de las canciones pervive vuestra formidable huella". De Schumann, todo Heine, canciones de amor trágico. Las del Pobre Pedro, "Ahora que su enamorada ha muerto, la tumba es su lugar preferido", las del Liederkreisop. 24, "¡Ponme la mano en el corazón! ¿Oyes? El carpintero infame que vive ahí dentro está construyendo mi ataúd". Las Canciones del arpista el viejo enloquecido y medio profeta, que ideó Goethe para su Wilhelm Meister, se nos dieron en versión doble, la de Schubert y la de Schumann, tan distintas. Todo esto lo cantaba Boesch y lo contaba al piano Justus Zeyen, otro grande del género.

El piano es clave. "La profunda peculiaridad del Lied -dice Sopeña- es inseparable del piano, no como compañía, sino como protagonista: cantar un Lied sin más, es no dar su esencia íntima". Y señala que, dentro de esta forma vocal, "vive la gran ambición instrumental del romanticismo", de ahí, añado yo, los monumentales Lieder sinfónicos de Mahler y Strauss e incluso los Gurrelieder de Schönberg. En el Lied, el piano no acompaña a la voz, sino que desdobla su labor: al igual que ella, y a la vez que ella, pone en pie el poema.

Moviéndose entre el pianísimo y el mezzoforte, sin necesidad de atronar a nadie, sin agudos atléticos, sin histerias de aplausómetro, sin star-system, sin argumentos de cartón, sin puestas en escena forzadas, el Lied es la antiópera. Pura poesía y pura música, entrelazadas. Voz y piano avanzando en paralelo y hablándose el uno al otro en conversación de iguales a la que los demás asistimos fascinados. No sé si existe un arte total, pero ninguno tiene más título que este.

Barojiana: juventud, egolatría

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