
Christian Zacharias en el Gran Teatro de Cáceres. Foto: Sandra Polo
El trasgresor Christian Zacharias y el deslumbrante Benjamin Alard en Cáceres
Además de los pianistas, el Cuarteto Quiroga interpretó unas magníficas 'Siete palabras de Haydn' en el III Festival Atrium Musicae.
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Christian Zacharias no es un músico al uso. En el recital que dio hace unos días en el Gran Teatro de Cáceres, en el III Festival Atrium Musicae, mezcló obras de los siglos XVIII, XIX y XX, lo que no tiene nada de particular. Lo chocante, y no sé si novedoso, fue el tocar toda esa música de la misma manera, sin distinguir la bruma romántica del claroscuro barroco, ni el equilibrio clásico de la irreverencia moderna. Exagerando un poco, diremos que el espectador de este recital tenía que mirar con cuidado el orden de las obras en el programa de mano para saber si lo que estaba oyendo era Francis Poulenc o algún autor barroco.
El piano de Zacharias es general, ecuménico, todo lo acoge y a todo da igual trato: técnica sobrada, musicalidad genuina, sonoridad amplia y resonante, pedal siempre generoso, rubato libre, que estira o encoge las frases sin complejos, y dramaturgia centrada en la suma, no en las partes, con preocupación casi exclusiva por la expresividad global y difuminación de los gestos parciales y las voces internas.
Un Couperin —o peor, un Scarlatti— bañado en pedal y bruma tiene forzosamente que disparar las intolerancias e incluso las alergias de muchos espectadores. En estos tiempos de imperio HIP (Historically Informed Performance), el desinterés de Zacharias por las convenciones de época resulta herético, pero, antes de encender la hoguera, recordemos que en arte no puede haber herejías, porque no hay dogmas.
Habrá artistas atractivos o pesados, pero nunca acertados ni equivocados, porque la tarea del artista no es encontrar y predicar la verdad, sino idear y representar universos nuevos que, por algún motivo, nos resulten de interés. Ni montándonos en el túnel del tiempo para ver al mismísimo Couperin al clave tendríamos la certeza de cómo interpretar sus obras. Imitar las maneras del autor al teclado no sería sino uno de los muchos caminos que un intérprete creativo puede tomar.
El estándar HIP que impera en nuestros escenarios, no debería reinar por auténtico, sino por bonito, emocionante o divertido. Lo suele decir Paul Goodwin, autoridad en la materia, refiriéndose a la manera "hip" de tocar el barroco, con instrumentos antiguos, tiempos extremos y fraseo afilado, ornamentado y muy articulado: "We play like this not because it is authentic, but because it is fun!" Es evidente que Zacharias no pretende que su piano reconstruya la sonoridad de la época de sus autores.
Sacar la música de su contexto estilístico, como hizo Zacharias, es violento, pero tiene algunas consecuencias interesantes
Cada uno reaccionó al recital a su manera. Al público, aparentemente, le encantó. A mí me pareció que sacar la música de su contexto estilístico, como hizo Zacharias, es violento, pero tiene algunas consecuencias interesantes. Sobre todo, la de dejar expuesta a nuestra apreciación la substancia de la música, desprovista de sus accidentes, sus rasgos de estilo y de época. De Couperin, Schubert y Poulenc, oímos esta vez lo universal, no lo particular, que es propio, más que de ellos, de sus respectivas épocas.
Claro que muchos dirán, y a menudo yo con ellos, que lo importante de la música, incluso del arte en general, son precisamente los accidentes, los pequeños o grandes guiños de estilo. Por eso entiendo, y hasta cierto punto comparto, la exasperación de los que vieron frustrada esta vez su pulsión historicista: ¡Couperin no es así!, me parece oírles pensar. ¿Entonces, me gustó o no? Sí. Disfruté oyendo el recital y, sobre todo, recogiendo el trencadís de esquemas rotos, entre ellos algunos míos, que Zacharias dejó sembrado por todo el teatro.

Benjamin Alard al clave en el Museo Vostell de Malpartida. Foto: Sandra Polo
En ediciones anteriores habían sonado las Suites para violonchelo solo y las Variaciones Goldberg. Esta vez, ha sido el segundo volumen del Clavier-Übung, con su concierto italiano y su obertura francesa. La interpretación de Benjamin Alard fue apabullante, por perfección técnica y expresividad, esta vez sin desviaciones estilísticas de ningún tipo. Su clave Restelli, copia adaptada a dos teclados de un Christian Vater de 1738, sonó increíblemente limpio y potente y mantuvo afilada su afinación durante todo el recital, lo que no es nada fácil en un espacio como el Vostell en invierno.

El Cuarteto Quiroga en la Iglesia de Santiago. Foto: Sandra Polo
Hubo muchas otras cosas en esta edición de Atrium Musicae, el festival que organiza en Cáceres desde hace tres años la Fundación Atrio. Pude ver al Cuarteto Quiroga haciendo unas magníficas Siete palabras de Haydn, cálidas pese al intenso frío de la Iglesia de Santiago. Vi también al barítono André Schuen, acompañado por Daniel Heide.
Cantados con piano, los lieder de Mahler (Fahrenden Gesellen y Rückert) muestran una aspiración sinfónica que es la contrapartida del carácter camerístico de sus sinfonías, más cuanto más ampulosas. En ambos extremos de estas canciones, que son a la vez pequeñas y grandes, la voz de Schuen se sentía, y nos hacía sentir, como en casa.