Pablo Fidalgo o la intensidad
28 enero, 2013
01:00
La poesía de Pablo Fidalgo (Vigo, 1984) es un zambombazo en la línea de
flotación del tono que se va imponiendo entre los poetas de su generación. Fidalgo
es un poeta estrictamente contemporáneo y habla, como lo hacen la mayoría de sus
contemporáneos (de los que ya han comenzado a publicar, algunos habrá todavía
callados o en ciernes) de sus entrañas, pero entre estas (y esa es la diferencia) incluye su
cerebro.
No es el único, claro, pero sí, a juicio de este humilde cronista semanal, quien mejor conjuga eso tan complicado de heredar la tradición para ser él mismo. Y en cada uno de sus poemas encontramos algo que sí es absolutamente contrageneracional: una desesperada búsqueda de intensidad. La artista Julia Spínola definía así una vez (un tercio en broma, cuatro sextos en serio) a sus contemporáneos: garrapatas moviéndose a ciegas buscando calor. Y en la poesía de la última hornada cuesta encontrar algo más que eso, algo más que un dejarse llevar, algo más que pensar que innovar es cambiar de sitio el punto y coma o retorcer la sintaxis como si uno escribiera en un latín descoyuntado. Pablo Fidalgo quiere, desea, busca, encuentra y pierde, y su poesía es el relato apabullante de su búsqueda de una identidad, o de una sucesión de ellas, en medio de un mundo siempre cambiante.
La retirada es, tras La educación física (Pre-Textos, 2010) su segundo libro de poemas. La educación física era una exprimidora: un intento por entender lo que supone ser “joven” en este tiempo y si existe un modo de vivirlo todo, en todas direcciones, al mismo tiempo y si puede ser, agotándolo. La retirada, publicado por el Injuve en su espeluznante colección de premios junto a La tabla del uno de José Alcaraz, es una serie biográfica, como el autor explica en un prologuillo: “Cuando tenía doce años hice un viaje con mi madre por la costa de Galicia. Mis padres se habían separado en 1987. Paseando por el pueblo de Cariño, mi madre me dijo que yo había sido engendrado allí. Esa noche dormimos en el mismo hotel y en la misma habitación en la que mis padres habían estado casi trece años antes. Mucho tiempo después, a los 27 años (casi la misma edad que mis padres tenían cuando se separaron) volví a esa habitación. Y mi vida quedó atrapada, demasiado resumida, entre los dos viajes”. ¿Poesía de circunstancias? Desde luego, como toda poesía imaginable. La única diferencia es que a Fidalgo no le importa que sepamos que está hablando de sí mismo, voluntariamente decide romper el pacto ficcional, deja claro que no habla en sus poemas un “personaje poético” distinto a sí mismo. No es, desde luego, el primero en hacerlo, pero la crudeza de esta declaración es una valentía: sean verdad o no, lo que viene después tienen que ser poemas que nos conmuevan, que nos enseñen, a sus lectores, no que le sirvan a él como desahogo. Y lo logra. Fidalgo consigue transmitir su búsqueda, que nos reflejemos en sus dudas, miedos y descubrimientos.
Hay poemas en este libro que son continuación de La educación física (“Ciudad lineal”, por ejemplo) aun formando parte del nuevo relato, que en realidad funciona apenas como un punto de arranque. Pablo Fidalgo quiere ser todos los poetas de todas las maneras pero hablando con su propia voz. Escribir mucho o poco no distingue a los buenos poetas de los malos, pero sí la dispersión o la concentración. Y a veces encontramos poemas que reinciden en el relato de un mismo instante o en una misma idea que, probablemente, retrabajados y reunidos en un poema nuevo, hubieran funcionado mejor. Del lado del debe cabe señalar, también, que el hecho de que la voz de Fidalgo aparezca ya formada tan temprano puede acabar empobreciéndole. No está mal que un poeta se pelee (no una pelea a muerte, pero sí una buena tunda de vez en cuando) con su propio estilo, especialmente cuando este tiende tanto a la sencillez como el de Fidalgo. Un poeta que demuestra tal variedad de lecturas debería aprovechar más la variedad de recursos que la tradición le ofrece. Asuntos menores, en cualquier caso, porque es evidente que serán fácil y rápidamente subsanables. Pablo Fidalgo es ya uno de nuestros mejores poetas. Tal vez no consigan encontrar la fea edición de La retirada, pero busquen La educación física y se llevaran una sobredosis de intensidad y vida: de auténtica poesía.
No es el único, claro, pero sí, a juicio de este humilde cronista semanal, quien mejor conjuga eso tan complicado de heredar la tradición para ser él mismo. Y en cada uno de sus poemas encontramos algo que sí es absolutamente contrageneracional: una desesperada búsqueda de intensidad. La artista Julia Spínola definía así una vez (un tercio en broma, cuatro sextos en serio) a sus contemporáneos: garrapatas moviéndose a ciegas buscando calor. Y en la poesía de la última hornada cuesta encontrar algo más que eso, algo más que un dejarse llevar, algo más que pensar que innovar es cambiar de sitio el punto y coma o retorcer la sintaxis como si uno escribiera en un latín descoyuntado. Pablo Fidalgo quiere, desea, busca, encuentra y pierde, y su poesía es el relato apabullante de su búsqueda de una identidad, o de una sucesión de ellas, en medio de un mundo siempre cambiante.
La retirada es, tras La educación física (Pre-Textos, 2010) su segundo libro de poemas. La educación física era una exprimidora: un intento por entender lo que supone ser “joven” en este tiempo y si existe un modo de vivirlo todo, en todas direcciones, al mismo tiempo y si puede ser, agotándolo. La retirada, publicado por el Injuve en su espeluznante colección de premios junto a La tabla del uno de José Alcaraz, es una serie biográfica, como el autor explica en un prologuillo: “Cuando tenía doce años hice un viaje con mi madre por la costa de Galicia. Mis padres se habían separado en 1987. Paseando por el pueblo de Cariño, mi madre me dijo que yo había sido engendrado allí. Esa noche dormimos en el mismo hotel y en la misma habitación en la que mis padres habían estado casi trece años antes. Mucho tiempo después, a los 27 años (casi la misma edad que mis padres tenían cuando se separaron) volví a esa habitación. Y mi vida quedó atrapada, demasiado resumida, entre los dos viajes”. ¿Poesía de circunstancias? Desde luego, como toda poesía imaginable. La única diferencia es que a Fidalgo no le importa que sepamos que está hablando de sí mismo, voluntariamente decide romper el pacto ficcional, deja claro que no habla en sus poemas un “personaje poético” distinto a sí mismo. No es, desde luego, el primero en hacerlo, pero la crudeza de esta declaración es una valentía: sean verdad o no, lo que viene después tienen que ser poemas que nos conmuevan, que nos enseñen, a sus lectores, no que le sirvan a él como desahogo. Y lo logra. Fidalgo consigue transmitir su búsqueda, que nos reflejemos en sus dudas, miedos y descubrimientos.
Hay poemas en este libro que son continuación de La educación física (“Ciudad lineal”, por ejemplo) aun formando parte del nuevo relato, que en realidad funciona apenas como un punto de arranque. Pablo Fidalgo quiere ser todos los poetas de todas las maneras pero hablando con su propia voz. Escribir mucho o poco no distingue a los buenos poetas de los malos, pero sí la dispersión o la concentración. Y a veces encontramos poemas que reinciden en el relato de un mismo instante o en una misma idea que, probablemente, retrabajados y reunidos en un poema nuevo, hubieran funcionado mejor. Del lado del debe cabe señalar, también, que el hecho de que la voz de Fidalgo aparezca ya formada tan temprano puede acabar empobreciéndole. No está mal que un poeta se pelee (no una pelea a muerte, pero sí una buena tunda de vez en cuando) con su propio estilo, especialmente cuando este tiende tanto a la sencillez como el de Fidalgo. Un poeta que demuestra tal variedad de lecturas debería aprovechar más la variedad de recursos que la tradición le ofrece. Asuntos menores, en cualquier caso, porque es evidente que serán fácil y rápidamente subsanables. Pablo Fidalgo es ya uno de nuestros mejores poetas. Tal vez no consigan encontrar la fea edición de La retirada, pero busquen La educación física y se llevaran una sobredosis de intensidad y vida: de auténtica poesía.