La desgana de Fruela Fernández
Fruela Fernández (Langreo, 1982) publicó en 2001 un breve libro (en la
biografía de solapa de su nuevo libro lo llama plaquette, pero era un libro) titulado
Círculos, un aplicado cuaderno de ejercicios más o menos valentianos. Aquel
prometedor comienzo, sumado a una notable habilidad para la autopromoción y el
compadreo intergeneracional (conste que no lo menciono como un defecto, sino como
un complemento la mar de efectivo en esta España mía, esta España nuestra), le sirvió
para aparecer en algunas de las más cacacareadas antologías de poesía joven de los años
siguientes, las de Luis Antonio de Villena o Rafael Morales entre otras. En la un tanto
confusa poética que escribió para esta última afirmaba que “Creo que soy incapaz de
escribir poemas independientes; tiendo a encadenar diversos poemas como distintos
ánimos que formen una especie de figura conjunta”. Esto se pone de manifiesto en su
nuevo libro, Folk (Pre-textos), en el que cada poema da paso al siguiente sin
altisonancias, como parte de un continuo de pensamiento que no aspira a llegar a
conclusiones, sino, aparentemente, sólo a dejarse pensar o ni siquiera eso, tan sólo
mirar.
El título tiene, al menos, dos connotaciones. De un lado, hay bastantes poemas
en Folk que remiten al lugar de origen del autor, la cuenca minera asturiana, a lo que
podríamos llamar el confrontamiento con su origen. En esos poemas, los abuelos se
expresan en asturiano, como señal de ese origen (lengua que se usa también para reflejar
pintadas, y en algunos casos para dar acento a la voz principal) frente al pensamiento
en castellano del autor. El juego lingüístico funciona y es tal vez el gran hallazgo del
libro, aunque es una pena que el procedimiento se quede en lo superficial, apenas en una
forma de caracterizar esas otras voces que aparecen en el poema, sin llegar a explorar
nunca el contraste que sugiere. Lo mismo ocurre con cierto tono político que se apunta
en algunos poemas finales, en los que “tentado de narrar” copia algunas pintadas sin
ir tampoco más allá. Parece que Fernández quiera convertir sus poemas en una
cámara fotográfica (“esta pupila de leica”) que sólo mire sin pensar. Decía Gilbert
Cesbron que hay quien pensurrea igual que otros canturrean. Fruela Fernández
“mirurrea”.
Por otro lado, la limitada variedad de recursos presente en el libro remite a la
sencillez compositiva y arreglística de la música popular; dicho de otro modo, busca
presentar esa economía de recursos no como un defecto, sino como algo pretendido.
Otra cosa es qué se obtiene gracias a esa pobreza. Lo primero que salta al oído es la
pesada monotonía del mismo ritmo entrecortado repetido a lo largo de todo el libro y de
la que no se salva ni siquiera el poema en prosa “Cuatro de interior”.
Hay un aspecto de la voz poética que no siempre se tiene en cuenta y que sin
embargo tiene una gran importancia y que es la otra cara de lo que solemos llamar
“visión del mundo”: la actitud. En qué sentido es una actitud Rimbaud, es fácil de
entender. Pessoa necesitó a Álvaro de Campos, Reis y el resto de la compañía para
mostrar diferentes actitudes. Una de las cosas que caracteriza Folk es precisamente
esa, su actitud poética: una profunda desgana, producto de esa mirada sin
reflexión. “Tú y los lirios /aunque sean falsos”, dicen unos versos, y como en esos,
en todos al poeta parece darle igual una cosa que otra. Y esa actitud malogra todas
las buenas intenciones iniciales del libro: los poemas de amor parecen variaciones
de aquello de Martes y Trece (“Si no fuera por ti... sería por otra”), y el núcleo duro,
ese que podría avanzar de la mera descripción de escenas más o menos rurales y
siderúrgicas a algo más, se queda en estampas desganadas, en unas pocas fotos mojadas
por la lluvia bajo la que se abandonaron por dejadez. Tal vez esta desgana sea también
buscada (desde luego tiene una gran tradición literaria, de Bartleby a Oblomov), y habrá
tal vez a quien le guste y se sienta identificado y a lo mejor hasta es algo generacional.
Si es así, vamos apañaos, porque en esta nueva desgana no hay malestar aparente:
parece asumirse como el estado natural del hombre. No duele, casi parece que anestesie.
El problema de Folk no es que sea un libro sencillo (de hecho abunda en
barroquismos seudoposmodernillos y más o menos inermes en versos como “las
zarzas tensan vías”, “Dios, /pulmón de vaca”, “aquí el perro / quiere ser tu ciervo”,
etc. etc), sino que es más bien, y por lo que he explicado, un libro simplón. Todo
parece indicar que Fruela Fernández tiene el talento suficiente para permitirse ser más
ambicioso, pero le ha podido la desgana. No hay un solo poema que parezca dictado
por la necesidad. No es un libro del todo desdeñable: el tema, ya se ve, hubiera dado
para más y Fernández nos deja algunas muestras de verdadero talento verbal
(ese “aprendizaje por esquejes”, por ejemplo) pero aparecen abandonadas en una
maraña de naderías, de cosas puestas ahí «porque suenan bien». Yo al menos, si
de algo no tengo ganas es de la desgana. Cree uno que la poesía es otra cosa, pero eso
también es algo que he pensado leyendo este libro: «este señor no se dedica a lo mismo
que yo». Así que tal vez sea eso, que uno no sea muy de la poesía folk. En este caso, ni
fu ni folk.