Notas al margen
El verdadero poeta está solo. Los que van en manada son el coro.
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Es imposible que un poeta reciba una crítica de un libro suyo como “constructiva”. El
poeta lo único que quiere construir es su ego y los andamios de su ego: una cohorte de
aduladores lo más numerosa posible.
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Para el poeta no hay críticos que hayan encontrado defectos en su libro: sólo críticos
que no han sido capaz de entender su riquísima complejidad.
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Todo se puede decir de otra manera, pero no existe una manera que no sea susceptible
de ser interpretada de forma retorcida. Salvo que lo que se diga sea “Esto es una
maravilla” o “Esto es una mierda”. Cuanto mayor sea el matiz, mayor inteligencia
requerirá del lector para captarla. Por eso la mayoría de los poetas no están capacitados
para leer las críticas de sus propios libros.
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Citar siempre es sacar de contexto. Pero si un verso descontextualizado suena ridículo,
es que ya era ridículo en su contexto.
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Cualquiera con el suficiente talento puede ridiculizar cualquier cosa; pero hay cosas que
se ridiculizan solas.
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Si un crítico lee algo que le parece una tontería, debe decir que le ha parecido una
tontería, aun a riesgo de exponerse a mostrar que no ha entendido nada. Si el poeta ha
tenido los arrestos de publicar sus tonterías, ¿por qué iba a autocensurarse el crítico?
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Ejemplar típico (que no único, afortunadamente) de poeta español: aquel que lee un
libro que no le gusta y a su autor le dice que le ha encantado mientras le pone a caldo a
sus espaldas. En sus versos suele poner la misma sinceridad.
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Si en una crítica ajena un amigo te anima a ver insultos encubiertos, desconfía del
crítico sólo inmediatamente después de desconfiar del amigo.
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Hacer un comentario anónimo es como ir a mear y no echar gota. El anonimato es la
cistitis de la inteligencia.
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Nunca insultes al crítico que te ha puesto reparos: él sentirá que le estás colgando una
medalla.
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El criterio del crítico-poeta no puede ser leer, estudiar, alabar sólo los libros que se
parezcan a los suyos, so pena de convertirse a sí mismo en un bonsai: si sólo lee lo que
se le parece, nunca crecerá. Pero eso tampoco quiere decir renunciar al sentido crítico.
No todo es bueno sólo por ser distinto, aunque lo redundante sea malo siempre.
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El mal poeta se recrea en lo que cree que es “su voz”, hace gorgoritos como una
cantante de ópera antes de salir a escena. El poeta verdadero morirá buscando esa voz,
tratando en vano de ignorar que sabe que es el silencio.
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Cualquier crítica literaria es ideológica. La primera sintonía (o falta de) que el crítico
siente con un libro tiene que ver con su visión del mundo y su actitud ante ella. En ese
primer encuentro violento tiene su origen el resto del diálogo del crítico con el texto.
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Una vez que uno publica un libro, lo desvincula de sí mismo y de su entorno: corta
el cordón umbilical. Da igual la utilidad que haya tenido en su propia vida escribirlo,
lo que suponga para sus allegados, etc etc. El libro es ya un ente independiente y
más allá del provecho que el autor pueda sacar de su libro de modo personal, tiene
la obligación de dotarlo de las mejores armas para que se defienda por sí mismo. El
líquido amniótico ya no podrá defenderlo: se ha desparramado en el mismo momento en
que los primeros ejemplares salían de imprenta.
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Intenta ser buena persona y buen crítico. Pero no lo mezcles. Si como crítico eres buena
persona, se te llenará el buzón con libros de versos horribles. Si como persona eres buen
crítico, te quedarás solo.
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No abuses de la ironía: la gente poco inteligente no tiene sentido del humor, y la
mayoría de esos se hacen poetas.
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No confundas a los lectores de poesía con los poetas. Por mucho que digan, los
primeros son muchos más, y escribes para ellos. Ni los unos ni los otros te darán la
gloria, pero los primeros, al menos, no te dan la lata.
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Acostúmbrate a ser el primero en llevarte la contraria. La primera vez nunca es la única
que cuenta.
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Un crítico al que nunca han insultado es un crítico que no ha acertado nunca.