Rima interna por Martín López-Vega

Nuno Júdice, Premio Reina Sofía

27 mayo, 2013 02:00

Hace poco comentaba en este blog el último libro de poemas del poeta portugués Nuno Júdice (Mexilhoeira Grande, Algarve, 1945), Fórmulas de uma luz inexplicável (Dom Quixote), noticia estos días por la concesión del premio Reina Sofía. Hay que alegrarse porque de vez en cuando el jurado recuerde que también puede premiar a poetas de lengua portuguesa: hasta ahora el premio, que se viene convocando desde 1992, sólo se había concedido a una poeta portuguesa, Sophia de Mello, y al brasileño João Cabral de Melo Neto. Sin duda hay otros poetas portugueses que merecen el premio, pero también sin duda Nuno Júdice es uno de ellos. Estaría bien que el premio se acostumbrase a mirar con más frecuencia a la lengua portuguesa; para ello sería necesario que alguno de los miembros del jurado, que alterna nombres indiscutibles con curiosos exotismos, incluyera algún que otro escritor portugués y brasileño. Júdice (que además de poeta es un lúcido ensayista) es un autor con el que la palabra prolífico se queda corta. En Portugal, sólo se me ocurre el nombre de João Miguel Fernandes Jorge como alguien con una bibliografía equivalente. En Europa, tal vez Tomaz Salamun. En España, ni siquiera Ángel Guache en sus buenos tiempos hubiera sido capaz de alcanzar el ritmo de publicación de un Júdice que ha publicado, si las cuentas no me engañan, treinta libros de poemas, sin contar recopilaciones. En su obra podríamos distinguir tres etapas: una primera, más abstracta, que llegaría hasta Meditación sobre ruinas, uno de sus títulos fundamentales, publicado en 1995. Después de ese libro vienen una serie de poemarios fundamentales de la poesía portuguesa última, especialmente El movimiento del mundo, de 1996, y Teoría general del sentimiento (1999). A partir de ahí, podría decirse que la poesía de Júdice deja de crecer y comienza a engordar, añadiendo volúmenes y volúmenes de poemas que a menudo nos parece que ya había escrito antes mejor. Con todo, es tal la fuerza de su tono, su dominio del lenguaje poético, que es imposible no seguir leyéndolo, buscando nuevos matices, encontrando, en cada nuevo libro, media docena de poemas que añadir a los mejores de su autor. Probablemente, una mayor selección de la abrumadora cantidad de material publicada ayudaría a un mejor entendimiento de su obra; por otro, sería injusto que esa repetición evidente de temas y modos ocultase una voz tan personal y potente como la de Nuno Júdice. Júdice es, de los poetas últimos portugueses, uno de los mejor conocidos en España. Dejo aquí algunas traducciones de poemas suyos para el lector que aún no se haya acercado a sus versos.

Hamlet

Hay un instante, antes de despertar, en que sueño y realidad se confunden. Unas veces el sueño impide que se haga esa distinción; otras nos juzgamos metidos en la vida sin saber que aún no hemos salido del limbo nocturno. En todos los casos, sentimientos y emociones sobresaltan el cuerpo; nos movemos hacia uno y otro lado con la angustia de la doble existencia; nada dominamos de las acciones que, sin embargo, sufrimos como si algo nos hubiese arrancado de la cama. Durante el desayuno, pensando en ello, ya poco queda de cualquier cosa de la noche. Ni las personas, ni las palabras, ni las imágenes, nos atormentan con la intensidad de hace poco. Por tanto, es como si nos faltase alguna cosa nuestra. Y durante el día repetimos gestos que no sabemos a quién se dirigen; oímos frases de las que no comprendemos el sentido; y no sabemos, de hecho, dónde encontrar una explicación para ese deambular entre ser y no ser.

Un invierno en Lisboa

Es verdad que Lisboa, en invierno, no tiene la consistencia de una ciudad del norte. El aire es húmedo, el frío no cala en el alma, y no encuentras los blancos puros, ni los grises que ressiten, ni siquiera el sentimiento inquietante de que el mundo se detuvo bajo la mortaja celeste. Las ciudades, sin embargo, engañan. Y en Lisboa, en invierno, hay quien sufre con la soledad que cae con la tarde. Un final de frase puede traer consigo la percepción de la muerte; y ninguna palabra conseguirá dar un sentido a quien no sabe qué camino seguir, o en qué café entrar. En Lisboa, en invierno, puede verse, de vez en cuando, una mariposa perdida entre los coches mal aparcados. Sus alas no brillan; y puede hasta dudarse si estará viva o muerta. Pero cuando los dedos se acercan para cogerla, se mueve; parece huir, pero finalmente cae al suelo. Es verdad que, en invierno, poco más le queda a una mariposa que morir. Pero quien ve en ella la ilusión de que la primavera ya se aproxima, se pregunta después: ¿Es esto la vida? ¿Crisálida de nada, vacío, angustia de nunca haber sido?

Sur

Todo, allí, es simple y complejo: la luz, la soledad, la mirada que se sobresalta cuando cae la noche y cuando nace el día; y también las risas de mujeres que se oyen a lo lejos, traídas por el aire, cuya transparencia se siente en la propia respiración. Mientras, me inclino sobre el balcón y adivino que algo se oculta, más allá de los muros y las huertas, y me llama sin que yo pueda responder. Entonces, vuelvo para adentro; preparo el café; y mientras el agua hierve el misterio desaparece, inútil y excesivo, al comenzar la tarde.
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