Rima interna por Martín López-Vega

El cuerdo de Neuman

16 septiembre, 2013 09:00

El último libro de poemas de Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) es en realidad dos. No sé por qué y Patio de locos (Pre-textos) recoge ese par de libros publicados con anterioridad exentos en distintas editoriales de Argentina, México y Perú. El motivo de unirlos (y de ello nos avisa la bifronte ilustración de cubierta, obra de Joaquín Peña-Toro) no parece simplemente hacer lomo: ambos libros funcionan, en cierto sentido, como las dos caras de la moneda: el yo frente a los otros, las manías frente a los sueños, lo que soy y lo que querría ser o soy cuando soy con otros.

De entre todos sus libros anteriores (recopilados en Década, Acantilado) estos parecen más emparejados con el más experimental de aquellos, La canción del antílope (también el libro de Neuman que yo prefiero). No sé por qué presenta una estructura anafórica: todos los poemas comienzan con la estructura del título para preguntarse por qué venera la pornografía, fumar, por qué se enjabona primero la entrepierna, por qué frecuenta el ano... La repetición funciona como tal y también funciona la intención de Neuman de deshacer la presunción de procacidad a la que ciertas expresiones y actividades deben enfrentarse antes de entrar en un poema: Neuman consigue hacerlas pasar por naturales, aunque no sabe uno muy bien si por su habilidad o porque ya hemos visto de todo. En cualquier caso se agradece que no pretenda provocarnos con tonterías. Alguno de los poemas-fragmentos caen en una cierta banalidad al intentar deshacer argumentos manidos, como este:

No sé por qué llamamos femenina a la intuición

¿la mujer no razona? ¿no seguimos

los hombres la cuerda invisible?

declaremos

ciencia al don intuitivo luz andrógina

con un casco de errores en la cabeza

y un microscopio ardiendo entre las manos

En la segunda parte, los locos comparten espacio con celadores y un tal doctor Nube en un manicomio que bien podría ser el mundo. Esta parte se quiere más 'imaginativa' (¿loca?) y, a su manera, rehace la alegoría añadiendo a sus ganas de explicar el sentido unas buenas gotas de sinsentido.

Poco o nada hay que objetar a las hechuras de estos dos libros de Neuman. Neuman, está claro, es un escritor, conoce bien los trucos de su oficio, sabe arriesgar en lo formal y evitar los tópicos de su tiempo (aunque a veces sea para caer en otros). Tiene capacidad para la imagen y su voz es fácilmente reconocible entre la de sus contemporáneos. Y sin embargo, de vez en cuando nos deja un cierto regusto de comida de avión (aunque sea de Lufthansa). Parece demasiado medido, aséptico, falto de sangre. Demasiado cerebral. Y no somos sólo cerebro, según las penúltimas investigaciones...

Despéinate, Neuman.

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