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Kjiell Espmark[/caption]
Kjiell Espmark (Strömsund, 1930) es uno de los poetas suecos contemporáneos más originales, aunque es posible que eso pase desapercibido para un lector no sueco; su originalidad consiste en que su poesía está más ligada a la de coetáneos de otras latitudes que a la de los poetas suecos de su quinta. En España disponíamos ya de algunas traducciones de libros suyos: hace algún tiempo hablé aquí de El espacio interior, una especie de autobiografía en verso que incluía capítulos como la visita a la casa veraniega de otro gran poeta sueco, Tomas Tranströmer. Ya de paso, por cierto, aprovecho para decir que estaría muy bien que se editaran por aquí sus Bálticos en una edición parecida a la que en Estados Unidos ha publicado Tavern Books, con un álbum fotográfico de Ann Charters en el que vemos a Tranströmer en esa casa de Runmarö tan ligada al poema y de la que también habló en uno de sus libros de ensayos-memorias el poeta chino Bei Dao.
Ahora llega, y es todo un acontecimiento sólo explicable por la figura de Francisco J. Uriz, traductor de la mejor poesía nórdica al español, su nuevo libro de poemas, titulado La creación (Bolchiro editores), que se publica -y de ahí el acontecimiento- por primera vez en español, incluso antes que en sueco.
En La creación encontramos un libro que es de algún modo el reverso de El espacio interior. Si allí la voz del poeta se imponía para darnos una biografía en teselas, aquí nos ofrece una sucesión de monólogos dramáticos puesta en boca de diferentes personajes que tienen en común, si acaso, la singularidad de su postura frente al mundo, normalmente opuesta a la heterodoxia. Normalmente se oculta quién es el personaje de cada monólogo, de modo que queda a la perspicacia (y erudición) del lector descubrir quién se encuentra detrás de cada parlamento. Algunos de los monólogos asumen, además, una voz plural, como en el caso de los tres poemas titulados “Coro”. Copio como ejemplo el poema “Evangelista”:
Una niebla iluminada por el sol
se extiende por el lago de Tiberíades
donde estamos en el barco inclinado
y lenta, lentamente izamos nuestras redes.
La borda peligrosamente cerca del agua
cuando el brillo bullente pasa sobre el pañol.
No, no son peces -son almas de hombres.
Este es el riguroso año de 1749
cuando mi vista se pierde entre dolores.
Es entonces cuando recojo toda mi pesca,
mis ocurrencias y las brillantes ideas de otros,
suspiros, recuerdos y escamosa ira
en una misa que busca tanteando el faldón de la levita
de aquel a quien a falta de palabras llamamos Dios.
Sé que cuando deje de respirar
no habrá noticia alguna en los periódicos alemanes.
Y cuando más tarde me busquen
conciencias torturadas no encontrarán a ningún Bach.
Los amigos que pasaban por nuestra casa
me insistían: Escribe tus recuerdos.
¿No entendían que ya lo había hecho?
Todo lo que he sido y todo lo que recuerdo
ha quedado plasmado en mi partitura
como un corazón colocado en el suelo de la catedral,
como un tórax insertado en su bóveda.
Queréis endosarme una biografía aleccionadora,
un cuerpo con una peluca hirsuta
y unas facciones de pretenciosa piedra.
Llamadme si queréis el quinto evangelista
pero permitidme conservar mis modestas medidas –
olvidáis que éramos humildes pescadores
al servicio de aquel que vino sobre las aguas
y creaba con su aliento un mundo justo.
Y los corderos que brincaban delante de mis piernas
eran corderos corrientes con excrementos terrenales.
Mis siete tonos exactos conjuran
un caos de ruidos e indecisión.
Su rigor está cercano a la danza
y rechaza toda obediencia
a una autoridad demasiado humana.
Anochece.
El mapa de Europa está manchado de sangre.
Pero el violonchelo insiste.
Y el coro crea el orden
que el mundo no ha logrado construir.
No hay un solo poema de Espmark que no incluya material para reflexionar sobre la historia y sobre el presente, que no contenga lo mejor de la poesía europea del siglo XX con un acento único y propio. La creación nos confirma la impresión de que estamos ante uno de los poetas más importantes de nuestro tiempo (y qué hubiera sido de nosotros sin Francisco J. Uriz).