El cínico de Muraday, un acierto de formato
[caption id="attachment_1124" width="510"] Chevi Muraday[/caption]
Bonito cierre para el teatro madrileño de 2015 y buena manera de comenzar 2016: se titula El cínico, y es el último espectáculo del infatigable coreógrafo Chevy Muraday. Un arriesgado y digno montaje de pequeño formato inspirado en el célebre texto de Dostoievsky Memoria del subsuelo, con música en directo, y que puede verse en la sala pequeña del Español(hasta el 10 de enero).
En estos momentos dos son los espectáculos basados en obras del escritor ruso que ofrece la cartelera madrileña. Por un lado, Gerardo Vera tuvo la osadía de llevar a escena Los hermanos Karamazov con un montaje extenuante, de tres horas de duración, que todavía se representa en el Centro Dramático Nacional. Por otro, tenemos esta pieza coreográfica que ofrece un formato que me encanta: una obra de danza, bellamente escenografiada e iluminada, e ilustrada con un trío musical que es una delicia escuchar.
No es fácil adaptar a la escena una obra narrativa, pero si encima es de Dostoievsky creo que el desafío crece. Al autor ruso le gustaba introducirse en la conciencia de sus personajes, explanarse en sus pensamientos, en sus culpas y remordimientos, en sus peores sentimientos y deseos como el odio, la humillación, el sufrimiento, la venganza… Y en el teatro las historias se explican a partir de las acciones de los personajes, por lo que tiene su miga lograr una buena adaptación.
La ventaja del montaje de Muraday es que toma el texto de Dostoievsky como un material de inspiración, no pretende una transcripción literal. Y el lenguaje abstracto de la danza ayuda. El coreógrafo secuestra al personaje de la obra y el lugar en el que permanece encerrado y, a través de la danza y la música, nos comunica su malestar y su rabia, su penosa adaptación a la vida o, mejor dicho, su alejamiento de esta.
El escenario se divide en dos, una mitad es para el bailarín, acomodado en la escenografía. En la otra mitad, el trío musical: Bárbara Bañuelos (bonita voz y buena presencia escénica), Ricardo Miluy (a la guitarra y a la voz) y Pablo Martín Jons (percusión y electrónica). Música original (también figura la firma de Mariano Marín), con una base de percusión, en la onda contemporánea modernilla.
Muraday trepa por la escenografía literalmente: sube al techo, recorre las paredes, juega con un sillón orejero… Dialoga con ella. Más que bailar, ejecuta movimientos, juega con el atrezzo, sus transiciones son bruscas. Transmite soledad, desesperanza, hastío, pero también cierta inquietud.
La escenografía tiene algo de juguete sorpresa. Original de David Cubells, reproduce en madera un sótano cochambroso, de homeless, con aparatos mugrientos, cuadros destartalados, muchos trapos, armarios y perchas trucados que crean efectos de ilusionismo, un poco en la línea de Victoria Thierrée Chaplin. La iluminación de David Picazo, que también dirige el espectáculo, y la ambientación y el atrezzo (Alessio Meloni) está cuidada y crea un ambiente caliente, en colores sepia, reproduciendo la suciedad de un hombre olvidado del mundo o, mejor dicho, que prefiere olvidarse de él.
Después de asistir a la representación, un impulso me llevó a buscar el texto, lo cual para mí es un buen síntoma del espectáculo que he visto. Memorias del subsuelo es una obra difícil de clasificar, parece un ensayo filosófico, tiene una onda existencialista. El autor mantiene un pulso con el lector en el que nos cuenta sus pensamientos, o los de un hoombre que ha decidido ocultarse de la sociedad durante cuarenta años en un sótano, harto de los hombres normales y de los hombres de conciencia refinada. Solo y con la única ocupación de escribir notas, lo que vaya recordando, lo que se le pase por la cabeza, sin obedecer a ningún plan previsto. Notas que en el espectáculo Muraday incrusta en las rendijas de las paredes, como si de un muro de las lamentaciones se tratara.
Este hombre del subsuelo es un funcionario atravesado por muchas cuestiones personales y sociales, y entre ellas la disyuntiva de seguir una conducta que atienda a la naturaleza humana o a la razón. "Yo deseo vivir dando satisfacción a todas mis facultades vitales y no únicamente a mi facultad de razonar, que no representa, en suma, sino la vigésima parte de las fuerzas que hay en mi". Como se ve, Dostoievsky se muestra como un feroz y adelantado crítico a todo cientificismo que tanto crédito acumularía en el siglo pasado.