Stanislavblog por Liz Perales

Larga vida al 'pater familias'

3 julio, 2017 17:27

[caption id="attachment_1664" width="560"] Fernando Cayo durante un momento de Inconsolable. Foto: CDN[/caption]

El filósofo Javier Gomá se ha estrenado en las tablas con Inconsolable, monólogo a caballo entre el discurso fúnebre, la explosión emocional y la reflexión filosófica, que representa el actor Fernando Cayo hasta el 23 de julio en el María Guerrero. Por fin el teatro, y sin recurrir a los clásicos, brinda un tema elocuente, nada frecuente en nuestros días, universal y a la vez muy personal: el amor paternofilial y cómo se nos revela la figura del padre en su totalidad justo en el momento en que desaparece.

Inconsolable es un texto que el autor concibió a partir de sus vivencias durante los días posteriores al fallecimiento de su padre. No es un panegírico al pater familias ni una impúdica y terapéutica relación de intimidades, tampoco un sesudo opúsculo filosófico. El autor lo define como “oración fúnebre”, siguiendo el itinerario emocional de su duelo de 40 días.  Este recorrido lo ilustra con anécdotas, detalles de las emociones y sensaciones que experimentó, digresiones sobre las tendencias de la literatura y el arte actual o sobre la moralina facilona que cunde entre nuestros contemporáneos. Así va componiendo una especie de “vía crucis” de su duelo jalonado por meditaciones que son la enjundia y sustancia de la obra.

El actor Fernando Cayo interpreta al personaje, que es el alter ego del autor en el escenario. Su monólogo tiene un crescendo dramático que culmina en la explosión de angustia y desconsuelo del protagonista por la pérdida. Pero a este momento sobreviene el bálsamo de la buena muerte, cuando toca trazar el retrato póstumo del padre. Y la esperanzadora e incluso optimista conclusión: un canto a la vida (vivamos de la forma más digna posible para intentar dejar un testimonio valioso de lo que fuimos), y un canto al buen morir (privar a la muerte de su tragedia para que permita infundir ánimos a nuestra progenie).

Esta oración fúnebre tiene un claro fundamento clásico, donde el padre se representa con los atributos indispensables de héroe, protector y guía de dignidad; no es casual que el personaje de la obra recuerde a su progenitor como un patricio de Roma. Y también es clásica porque trata sentimientos y emociones atemporales y universales, con los que podemos identificarnos fácilmente. Estamos pues ante un raro ejemplo contemporáneo de teatro humanista.

La pieza tiene un efecto reconfortante en el espectador. Yo al menos lo sentí, pues el protagonista consigue ordenar el tumulto de emociones y preocupaciones que provoca su luto  y que muchos que hayan pasado por trance similar reconocerán. De todas ellas destaco una idea aparentemente obvia pero no por ello menos poderosa: “Desde mi nacimiento”, dice el personaje, “mi experiencia del mundo había adoptado la forma de hijo. Un mal día estrené orfandad y empecé a experimentarlo de otra manera […] Yo había sido hasta entonces una península unida al continente de mi infancia por el estrecho istmo de mis padres. La orfandad supuso un tremendo corrimiento de tierras que hizo de mí la pequeña isla que ahora soy”.

Fernando Cayo con su dicción clara y su hermosa voz cautiva al espectador con aparente naturalidad y lo engancha a su historia y a su discurso. Interpreta a un intelectual cultivado, caprichoso a veces, dado a la ensoñación, pero acostumbrado a revisar bajo el microscopio de la razón los avatares de la vida. Ernesto Caballero ha dirigido la pieza contribuyendo a distinguir mediante cambios de luz y posición los momentos anecdóticos o más mundanos de las meditaciones. Una minimalista escenografía de Paco Azorín, no exenta de complejidad, sirve a Cayo de único apoyo, y también una iluminación efectista de Ion Anibal. Estos mimbres componen un espectáculo emocionante.

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