Stanislavblog por Liz Perales

Maruxa, la oportunidad de un panfletista

26 enero, 2018 19:56

[caption id="attachment_1826" width="560"] Una escena de la Maruxa, de Paco Azorín[/caption]

Hablando en una ocasión con un director de escena de la vieja escuela me dijo que él siempre se hacía la misma pregunta al comenzar un montaje, estuviera vivo o muerto el autor del texto: ¿Qué pensaría el dramaturgo si viera la obra? Dudo que tan respetuoso profesional prosperara en estos tiempos en los que triunfan los directores de escena que usan textos ajenos como pretexto para ofrecernos su "perspectiva" de la obra, y sin necesidad de escribir una sola línea. Para botón de muestra de lo dicho la zarzuela Maruxa, que ayer se estrenó en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. Es una suerte para Paco Azorín que ni el compositor Amadeo Vives ni el autor del libreto, Luis Pascual Frutos, puedan ver su puesta en escena con una carísima escenografía protagonizada por el petróleo.

He visto recientemente algunos espectáculos en los que el director tiende a hacer del escenario un púlpito y, como digo, tomando por propio lo ajeno. Como no estés alerta, te dan gato por liebre: vas a ver una obra de Lorca y te la rematan con un sermón feminista inesperado; vas a escuchar una zarzuela de Amadeo Vives y tienes que digerirla con una partitura visual sobre la crítica al capitalismo, el chapapote y la solidaridad con los voluntarios del Nunca máis. En estos espectáculos me siento como esas ocas que tienen amarrada su boca a un embudo por el que les suministran la comida.

Afortunadamente Maruxa tiene una partitura musical tan potente –y el elenco y la orquesta con José Miguel Pérez Sierra al frente suenan muy bien–, que se pueden cerrar los ojos y escuchar. Es la virtud de la música. Como es sabido, Vives la estrenó inicialmente como zarzuela en el Teatro de la Zarzuela de Madrid (del que fue director), en 1914, y un año después la convirtió en ópera y la reestrenó en el Real. La bautizó como "égloga lírica en dos actos". No tiene partes habladas, está cantada de continuo, y se la considera como una pieza importante porque contribuyó a impulsar la composición operística española. De la obra se hicieron dos versiones cinematográficas: una en 1923, dirigida por Henry Verins, y otra en 1969, por Juan de Orduña.

Musicalmente suena alegre y bonita, tiene muy bien incardinadas melodías del folclore gallego, pero disimuladas en la orquestación de empaque operístico. Esta ópera no es fácil de cantar, pero el elenco de la noche del estreno estuvo compenetrado y afinado: la soprano Maite Alberola (Maruxa) y el barítono Rodrigo Esteves (Pablo) son la pareja protagonista y tienen momentos espléndidos, en los duos y también por separado. El bajo Simón Orfila, en el papel de Rufo (especie de celestina masculino), gustó mucho al público, especialmente cuando entona el estribillo tan popular "¡Ganapanes" "Atrevidos!... Con golondrón" que se repite por toda la obra. Y también el tenor Carlos Fidalgo en el papel de Antonio.

La obra cuenta el idílico amor del pastor Pablo por la pastora Maruxa, en los verdes prados gallegos donde pastan sus rebaños de ovejitas. La historia no tiene mas recorrido que el de un amor de pastores que intenta ser truncado, aunque sin éxito, por el capricho de la terrateniente de la zona, Rosa. Amor con conflicto de clases.

En estos tiempos tan urbanos es comprensible que las ovejitas puedan resultar de un bucolismo excesivamente rústico y que Azorín, para evitarlo, haya optado por llenar el escenario de ejecutivos vestidos con trajes. El resultado es que monta el acto primero con los enamorados declarándose –cantando el idílico duo "Si es amor el mirarme en tus ojos"– en un primer plano, mientras a los espectadores se nos van los ojos al trasiego de actores en trajes de chaqueta del segundo plano, reunido en una especie de consejo de administración –con sus sillas, su gran mesa, presidido por una maqueta del barco Urquiola y con una proyección en la que se lee Petroleum–, o sea, lo que vulgarmente se conoce como una puesta en escena que va en contra el libreto.

En el segundo acto la propaganda se hace más evidente. Unas cuantas proyecciones audiovisuales sobre el buque Urquiola, para camuflar que no se trata solo del Prestige. Y cuando llega la célebre tormenta de Maruxa, poco antes de que el coro entone "Todas la chuvias d'abril e as xiadas de Xaneiro", el director viste a los miembros del coro con monos blancos sucios de petróleo, estilo voluntarios de Nunca máis. Hay incluso conato revolucionario contra el consejo de administración. Por si no ha sido suficiente su compromiso, nos reserva para cuando baje el telón una última proyección en la que podemos leer su profundo agradeciemiento a las heroicas fuerzas medioambientales.

La explicación que da nuestro director de escena es la siguiente: "Maruxa es un canto a Galicia, Maruxa es Galicia. Desgraciadamente, tierra sobre cuyas costas la codicia ha vertido más de 300.000 toneladas de crudo en tragedias medioambientales varias, perfectamente evitables, por otra parte. Hoy, paisaje asolado por incendios, detrás de los cuales vuelve a estar la sombra de la especulación y el delito. La tragedia está servida. Maruxa es un canto doloroso a Galicia, una suerte de Stabat Mater. Podríamos haber mirado hacia otra parte. Pero no podemos. Tampoco debemos".

Lo chocante de esta nueva clerecía que una encuentra sermoneando por los escenarios madrileños –la mayoría de ellos de teatros públicos–, es que sigue unos preceptos morales muy laxos: aparentan ser píos, se santiguan mucho, dicen las palabras adecuadas sobre sus buenas intenciones, rezan un par de avemarías en los lugares idóneos y con eso ya tienen ganado el certificado de limpieza de sangre. Con todo lo que soportamos los herejes y la de oportunidades que les brindamos, podían sacrificarse un poco más ¿no?

Bridge & Chris. SMILF (y I love Dick)

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