Fiesta, disparate y renacimiento en el María Guerrero
'Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach', de Nao Albert y Marcel Borràs, es un tebeo viviente de personajes inauditos e historias disparatadas, un reírse de todo sin freno y cuesta abajo
Tiene un título difícil de retener, Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach, pero quédense con él y compren ya sus entradas en el María Guerrero porque esto tiene pinta de que se van a agotar pronto. Las dos horas que dura la obra son una fiesta, un tebeo viviente de personajes inauditos e historias disparatadas, un reírse de todo sin freno y cuesta abajo, un desprejuiciado cóctel que incluso se mofa del teatro y de la jerga de catálogo cultural que usan algunos de sus miembros… Cuando salgan se preguntarán quiénes están detrás de tanto talento y capacidad de inventiva: son Nao Albet y Marcel Borràs.
La pareja artística de autores, directores y actores, de una juventud insultante (nacidos en los 90), proceden de Barcelona. Algunos los recordarán por Mammon, su anterior comedia que estrenaron en 2018 y que tuvo una gran resonancia en los círculos teatreros. En sus comedias hacen convivir géneros variados (suspense, farsa, cómic, videoclip, metateatro… ), hay mucha cinefilia: el ramalazo de Tarantino y de los hermanos Coen es evidente. Si a los célebres hermanos judíos todo el mundo de las series acabó copiándoles aquello de “basado en hechos reales”, Albet y Borras también juegan a hacernos creer que sus historias surgen de sus experiencias vitales. Pero casi todo lo que cuentan es mentira, salvo que en el escenario parecen verdad.
La función de Mammon comenzaba desconcertando a los espectadores con la proyección de un documental sobre refugiados que se habían ido a rodar a Siria (veíamos a Borràs en la filmación), y cuando creíamos que la cosa se ponía solidaria y que nos iban a dar la chapa del teatro compromiso, daban un vuelco brutal a la historia y nos conducían a Las Vegas para hacer un espectáculo encargado por los Teatros del Canal que era una especie de road theatre con matones, traficantes, fulanas y timbas peligrosas al estilo gamberro de Resacón en Las Vegas.
También en ésta juegan a hacernos creer que la historia que nos cuentan es fruto del tiempo que estuvieron becados en Nueva York con la idea de investigar sobre “la dicotomía entre las formas artísticas clásicas y las modernas, entre lo viejo y lo nuevo”. Y continúan: estando allí fueron testigos privilegiados desde la ventana de su apartamento del robo a un banco, una situación con la que fliparon y que se han propuesto escenificar en la obra que están escribiendo por encargo de un célebre productor de teatro. En el programa de mano dicen con todo descaro: “Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach es una recreación de esos hechos, como lo que hace Milo Rau, pero sin síndromes de down”.
Albet y Borràs también se pasan la unidad de acción por el arco del triunfo y enlazan una historieta con otra y con otra y te olvidas de cuál es la historia principal. Lo pasas tan bien con esta especie de artefacto imparable de contar historias que no importa. En un momento paran la escenificación de una escena, la pareja se sale del relato y la descartan porque no la ven verosímil, y con este juego metateatral nos van dando pistas sobre la preocupación artística de los dramaturgos y que, al final lo veremos de forma deslumbrante, es tema dominante en toda la pieza.
¿Qué nos hace reír tanto? Es evidente que la farsa pide personajes caricaturescos, y también de un mecanismo artificial que eclipse la organicidad de la vida, que huya del realismo como del covid-19. En esta comedia hay muchas criaturas variopintas, desde la banda de atracadores y el personal del banco al director del teatro y su novia, todos son de chiste; las escenas se suceden en un escenario muy complejo, con tres espacios diferenciados, y en constante transformación, y en el que no paran de ocurrir cosas a un ritmo trepidante. La aparición de Irene Escolar como gurú del movimiento artístico “re-productivismo” -me recordó a Marina Abramovich- es de traca, una parodia del artista vanguardista, utiliza el recurso cómico de hablar en ruso, y lo hace con la misma versatilidad con que hablaban en chino en Mammón.
La gran sorpresa del elenco es Mario Gas, en un papel que le va muy bien, parece una criatura rescatada de Tintin. Su speech de productor de teatro carca defendiendo el teatro clásico frente a las vanguardias ataviado con camisa jamaicana y pantalones cortos me resultó hilarante, pero quizá por tantas referencias que tengo del actor-director (pensé en su Follies). El resto del elenco se multiplica en varios personajes como el milagro de los panes y los peces. En él encontramos a Vito Sanz (serie Vergüenza), con una vis cómica extraordinaria, y a los estupendos Eva Llorach, Carlos Blanco y Francisca Piñón, a la soprano Alina Furman que junto a Mario Gas nos reservan una escena operística de gran remate final. Y por supuesto a Nao Albet y Marcel Borràs de maestros de ceremonia de este asombroso disparate teatral.