Angélica Liddell (izda.), en un momento de su espectáculo 'Dämon. El funeral de Bergman'. Foto: Christophe Raynaud de Lage/ Festival de Aviñón

Angélica Liddell (izda.), en un momento de su espectáculo 'Dämon. El funeral de Bergman'. Foto: Christophe Raynaud de Lage/ Festival de Aviñón

Stanislavblog

Angélica Liddell, un miura en la enorme arena

La actriz y dramaturga, 'performer' inigualable, abrió la temporada de los Teatros del Canal con el espectáculo que escandalizó a la crítica francesa, 'Dämon. El funeral de Bergman'.

14 septiembre, 2024 14:54

Angélica Liddell abrió ayer la temporada teatral madrileña de los Teatros del Canal con el espectáculo que escandalizó a la crítica francesa este verano en la inauguración del Festival de Aviñón: Dämon. El funeral de Bergman. Había expectación entre el público congregado. ¿Sacaría la artista la daga contra la crítica española?

Como una papisa luciferina e impúdica, su misa de dos horas siguió la línea subversiva y procaz de siempre, con las arengas malditas que han forjado su estilo cada vez más depurado estéticamente. Sola y desnuda dominando la escena teñida de un rojo sacrificial, confesando los demonios que la atenazan, parecía un miura en la arena.

Nunca antes ha tenido la artista ocasión de ofrecer tantas funciones como ahora en Madrid, la ciudad que la vio nacer como artista. Los Teatros del Canal han programado siete representaciones, lo que es toda una prueba de fuego para Liddell. Si logra llenar la sala grande todos esos días —y la preventa así lo indica— será un gran triunfo para ella.  

Liddell se ha pasado gran parte de su vida yendo de maldita. Ahora predica el amor y dialoga con Dios, como le ocurrió a Ingmar Bergman

Dämon continúa la trilogía sobre la muerte que inició con Vudú (3318) Blixen, su anterior obra, donde representó su propio funeral, un grandioso y complejo ritual de cinco horas que es el mejor testamento de toda su producción escénica y literaria. Con esta obra vuelve a aquellos mismos temas —la angustia sobre la muerte, el envejecimiento y la decrepitud física, el amor, el miedo, su invocación a Dios a través del arte— y, aunque de menor duración que el anterior, dos horas, se hace largo y cansino.

Liddell se ha pasado gran parte de su vida yendo de maldita, soltando burradas moralmente ofensivas o irreverentes en sus espectáculos que le congraciaban con una feligresía, pero ahora predica el amor y dialoga con Dios, como le ocurrió a Ingmar Bergman, por el que profesa admiración. Esta evolución de su pensamiento hace que  sus espectáculos tengan una veta moral o metafísica más interesante.

Angélica Liddell inauguró con Dämon el Festival de Aviñón. Foto: Christophe Raynaud de Lage/ Festival de Aviñón

Angélica Liddell inauguró con Dämon el Festival de Aviñón. Foto: Christophe Raynaud de Lage/ Festival de Aviñón

Dämon se estructura en cuatro partes. En la primera, a modo de introducción, vemos aparecer un papa perdido en un escenario de gigantescos muros forrados de telas rojas que simulan un castillo o palacio y por los que desaparece; surge la actriz, ataviada con una ligera túnica abierta que muestra su cuerpo desnudo, se lava su sexo frente a nosotros y sumerge en el agua un hisopo con el que luego nos bendice.

Inmediatamente después llega el momento de despacharse con los críticos franceses (como ya hizo Bergman, que también los odiaba), que si bien ha sido lo más promocionado de la obra, no es la parte mollar. Su desprecio al no citar a los críticos españoles, con consideraciones del tipo de que todo artista que se precie solo puede medirse con la crítica francesa, es una bufonada.

Esta parte rezuma un cierto victimismo, es cierto que la han puesto a caldo en Francia, también en España, pero olvida a los que se han rendido a sus pies, que son muchos. La denuncia del crítico Stephan Capron por injurias (por eso ha eliminado de la obra sus comentarios sobre él) resulta absurda, tanto como los ataques que ella vierte sobre la crítica —uno más de sus demonios— como género literario y periodístico. No digamos ya lo patéticos que resultan sus insultos al carácter envidioso de los españoles.

La segunda parte corresponde a su homilía, la confesión de los demonios que la atenazan. Da rienda suelta a sus pensamientos más íntimos y oscuros, el vómito intelectual y lírico en el que revela sus obsesiones y fantasmagorías. Habla de la muerte, de la decrepitud física y de la podredumbre moral del hombre; de la maldad, el odio, la culpa, el sacrificio de la vida; también de la belleza y del arte, que describe como un acto de fe recurriendo a la Carta a los artistas de Juan Pablo II.

Nos lanza preguntas sobre cuáles son nuestros miedos. Es la parte más sustanciosa y ella se comporta como una performer inigualable

Nos habla también del amor y de su miedo a no ser correspondida; vuelve a recordar a sus padres, y esa confesión íntima de verlos muertos desde niña. Y nos lanza preguntas sobre cuáles son nuestros miedos. Es la parte más sustanciosa y ella se comporta como una performer inigualable.  

En la tercera parte todo resulta reiterativo, nos ofrece imágenes vivas que hemos visto en otros espectáculos suyos, coreografías con chicas jóvenes de preciosos cuerpos desnudos frente a los viejos caducos, en sillas de ruedas. Un niño, figura de esperanza, quiero leer. Mucho culo, tetas, pollas y así. Eso sí, crea cuadros escénicos visualmente hermosos.

La última parte está dedicada a recrear el funeral de Bergman, tal y como él dejó escrito. Se representa una escena de la obra El sueño de Strindberg, que inspiró al director sueco la película Fresas salvajes y que aquí representan dos actores suecos del Dramaten, con el que la artista ha colaborado.

Es una escena que se hace bastante larga, compuesta bellamente, hasta que alcanza el final, donde Liddell, ahora vestida de negro como si fuera su viuda, adopta un tono íntimo para confesarnos su amor por el director de cine, del que se erige en esposa. Y ahí, al lado de su ataúd nos habla de su miedo por la vejez y por la posteridad de su obra.   

Hace bien en sacudirse sus miedos. A sus 57 años, Liddell está en plena madurez artística, manteniendo la osadía y el desgarro de siempre, y desafiando nuestros prejuicios.

Dämon. El funeral de Bergman

Estreno en la Comunidad de Madrid
Creación Canal
País: España
Idiomas: español, francés y sueco (con sobretítulos en español)
Duración: 2 h (sin intermedio)
AVISO: Algunas escenas de este espectáculo pueden herir la sensibilidad del público

Creación para el Festival d’Avignon 2024 

Con: David Abad, Ahimsa, Yuri Ananiev, Nicolas Chevallier, Guillaume Costanza, Electra Hallman, Elin Klinga, Angélica Liddell, Borja López, Sindo Puche, Daniel Richard, Tina Pour-Davoy, Nemanja Stojanovic y la colaboración especial de Erika Hagberg, sastra del Dramaten

Texto, puesta en escena, escenografía y vestuario: Angélica Liddell
Iluminación: Mark Van Denesse
Sonido: Antonio Navarro
Asistente de dirección: Borja López
Regiduría: Nicolas Guy Michel Chevallier
Director técnico: André Pato
Director de producción: Gumersindo Puche

Producción: Atra Bilis / Iaquinandi SL

Coproducción: PROSPERO – Extended Theatre*, Festival d’Avignon, Odéon-Théâtre de l’Europe, Teatros del Canal-Madrid, Théâtre de Liège, The Royal Dramatic Theatre, Dramaten, Stockholm, GREC Festival de Barcelona

Avalancha de combates poéticos con las semifinales del VI Premio Nacional de Poesía Viva #LdeLírica

Avalancha de combates poéticos con las semifinales del VI Premio Nacional de Poesía Viva #LdeLírica

Anterior
Recreación del salón de la casa de la familia Alcántara en la serie 'Cuéntame cómo pasó'.

'Las series de nuestra vida': el salón de los Alcántara, la botica de 'Farmacia de guardia' y otras nostalgias

Siguiente