Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Hitchcock, la lectura y el sexo

8 mayo, 2012 02:00
Con la muerte en los talones (1959) es una película extraordinaria que yo no busco. Es una película que me encuentra a mí. Me encuentra porque Digital Plus, que no hace más que repetir y repetir su programación, la viene ofreciendo -¿cuántas veces?- unas cincuenta veces al año, y seguro que me quedo cortísimo.

Me encuentro, pues, con Alfred Hitchcock y con esta película que he visto mil veces, y muy mal se me tiene que estar dando en esa velada para que no la vea otra vez. Me volvió a ocurrir la otra noche.

De Con la muerte en los talones, sin ser un mitómano ni un cinéfilo enfermizo, me gusta todo. Resumiré: me gusta que es una historia angustiosa a más no poder, pero que está contada, sin renunciar a lo siniestro, con la leve desenvoltura de una comedia y con la matemática pericia de una película de acción, intriga y aventura. Y me gusta porque, como sucede en los mejores filmes de Hitchcock, el todo es un total -valga la aparente estupidez- orgánico y fluido, pero cada una de sus partes y secuencias es una pieza maestra en sí misma.

Me gustan el secuestro por los malvados del ligero publicitario Richard Thornhill (Cary Grant); el equívoco sobre su identidad y su inmediata conversión en falso malo y falso culpable; la intentona de eliminarlo tras emborracharle en la mansión; la secuencia en la que Thornhill - a ojos de cualquiera- parece apuñalar al auténtico señor Townsend; su encuentro con la atractiva agente doble Eve Kandall (Eva Marie-Saint) en el tren a Chicago -y su enamoramiento, hipererótico-; la escena de los mozos de estación con gorras rojas; la secuencia -deslumbrante- del avión fumigador enviado para matar a Thornhill/Kaplan en el cruce de caminos; el duro reencuentro de Thornhill con Kendall en el hotel -él la ama, pero ahora cree que es una traidora, cuando resulta que ella también le ama, está de su lado y no puede aclarar nada por su misión de espía del Gobierno-; la secuencia, tan divertida, de la subasta de arte; la tensa peripecia en la casa de los malos -James Mason y Martin Landau, qué malos más atractivos-; la acongojante persecución por las gigantescas y presidenciales caras de piedra del monte Rushmore, que nos lleva, de la mano, a la escena final: Eve y Richard juntos, ya tranquilos, en su compartimento, con el tren que entra en el túnel. ¡No hay otra metáfora semejante del coito en toda la Historia del Cine!

Desde los diagonales y verdosos títulos de crédito de Saul Bass, con la energética música de Bernard Herrmann, Con la muerte en los talones no tiene un segundo de desperdicio. ¡Y esa madre!

Y la otra noche me fijé en la primera secuencia de seducción entre Eve y Richard en el tren. Pocas veces hemos visto en la pantalla algo tan tórrido y tan gélido a la vez, ella impecable, con su pelo rubio esculpido y su traje de chaqueta negro, sugerente hasta la calentura y fría como el hielo. Eva Marie-Saint (La ley del silencio) no tuvo gran fortuna en la pantalla, pero en esta película, en la que tanto se resiste, está irresistible.

Antes de que en su departamento se besen y se acaricien, en un complicado juego de nucas y manos como jamás se ha visto en la pantalla en primer plano -coreografía de cabezas, caligrafía de gestos-, ella, cenando en el vagón restaurante, le dice a él, con toda la intención, algo parecido a esto: La noche va a ser muy larga, y el libro que he empezado a leer no me está gustando...

¿Cabe mayor y más fina insinuación, provocación?

Aviso: voy a tomar tierra. Abandonamos el cielo, vamos al comentario. El libro (la lectura) como barrera que se interpone o como puerta que se abre para la relación sexual. En las películas, como en la vida, hay parejas que leen en la cama para -el uno o la otra, o ambos- dar a entender sin ofender que esa noche no hay deseo y no habrá sexo. En otras ocasiones, la lectura es un breve prólogo, un aplazamiento de un deseo que, al fin y como estaba previsto, encuentra su vía de paso.

P.S. Y quedarse en la sala de estar viendo, supongamos, Con la muerte en los talones, mientras el otro o la otra se va a la cama, ¿eso qué es?





Image: Antón Reixa, nuevo presidente de la SGAE

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