Sobrevivir a John Fante
Ser hijo de John Fante (1909-1983) no era, por lo visto, nada fácil. Era tener todos los boletos para acabar mal, hecho una piltrafa, tirado en un callejón. El admirado autor de La hermandad de la uva y Pregúntale al polvo -Anagrama ha publicado buena parte de sus novelas- era, carismático y divertido a veces, un tipo insoportable. Colérico, borrachuzo, depresivo, amargado por su falta de éxito como novelista, desquiciado por su trabajo como guionista para Hollywood, asolado a veces por la ruina económica, jugador, mujeriego, desaparecía de casa durante días. Su abnegada mujer y sus cuatro hijos lo pasaron peor que mal. El alcohol lo devoró, le ocasionó una diabetes. Terminó sin piernas, ciego, medio loco. Pero aguantó el tirón hasta los 74 años, viviendo al final rachas más sosegadas, llegando a conocer la gloria, la reivindicación de su obra y la tranquilidad del bolsillo.
Su terrible historia y la de su familia nos la cuenta de primera mano uno de sus hijos, Dan Fante (1944) -otro palmó también por la bebida- en Fante. Un legado de escritura, alcohol y supervivencia, que acaba de publicar Sajalín Editores. Leí la primera novela de Dan Fante, Chump Change, y ahí había mucho del estilo de su padre: reflejos autobiográficos, humor vitriólico, diálogos buenos y directos, sexo y violencia en dosis mayúsculas -exageradas, John no iba tan lejos-, pero faltaba, aunque Dan lo intentaba de vez en cuando, esa rara ternura, incluso poesía, un extraño toque humanista que se colaba deliberadamente en la escritura de su padre en medio de la brutalidad.
Dan Fante fue desde niño y durante más de cuarenta años un caso perdido. El ambiente familiar lo llevó a desquiciarse desde pequeño, y después se pasó más de dos décadas dando tumbos: oficios indescriptibles, estafas, peleas, drogas, bebida, sexo salvaje, cárcel... Salió del infierno con la escritura y con Alcohólicos Anónimos.
Su libro es irregular, pero cuenta cosas tan tremendas como interesantes, pone en pie escenas muy buenas -durísimas muchas- y traza retratos conmovedores del padre, de la madre -sobre todo-, de los hermanos y hasta del feroz Rocco, el criminal perro de John Fante, al que ya conocíamos por Mi perro idiota.
Después de mucho tiempo y de salir del agujero, Dan Fante puede dedicar el libro a sus padres, y añadir: “Todos los demonios han desaparecido, son poco más que ecos en una habitación recién pintada. Todo lo que queda es mi amor”. A su padre, ahora le llama -aunque no sin cierta ironía- “mi héroe”.
Pero en el libro, además de contar la difícil y penosa reconciliación casi póstuma, hay odio. Odio al padre, un odio que aparece como justificado y comprensible. El padre despreciaba al hijo, le hacía ver que era un fracasado y un cabeza de chorlito por sus malas calificaciones en la escuela.
Dan Fante empezó a escribir cuentos a los diez años. La madre, Joyce, convenció al chico -poco partidario- de que leyera uno de esos cuentos a su padre, un cuento en el que había asaltos, asesinatos y tiroteos. Al terminar la lectura, la madre sonrió y dijo:
-Muy bien, Danny. Tienes una gran imaginación.
John Fante había escuchado el relato con los brazos cruzados, sacudió la ceniza de su cigarrillo y dijo:
-Tu madre me dice que en tu último boletín de notas hay cuatro insuficientes. Eso es una aberración. Hazte cargo, no eres ningún genio. Lo que yo te recomiendo es que te olvides de esa mierda y te concentres en sacar aprobados en el colegio.
El destino de Dan Fante quedaba sellado. Con cierta probabilidad, un doble destino: ser una calamidad, primero, y acabar siendo, después, escritor. Para imitar al padre. Para rebatir al padre. Para matar al padre y ocupar su lugar.
Si bien las relaciones entre John y Dan fueron desaforadas, poco corrientes, no dejan de ser un ejemplo extremo de lo difíciles que pueden ser los tratos entre un padre y un hijo varón cuando en la casa ya hay un genio. Presunto o no, llamémosle genio. Afán de emulación, mimetismo, rivalidad, complejos, aplastamiento. La historia de la cultura está llena de hijos perdidos en esa batalla por ser como el padre o desentenderse de él.
La madre corrigió y tecleó a máquina Chump Change. Dan Fante publicó su primera novela quince años después de la muerte de su padre. Dice que lleva veinticinco años sin beber y que todos los días habla con Dios.