La luz de Wolfgang Hermann
Una mañana de invierno, el narrador descubre, tendido sobre su cama, el cadáver de su hijo único, Fabius, un adolescente de diecisiete años. Fabius ha muerto por causas naturales. Su salud había proporcionado antes algunos síntomas inquietantes, pero nada que permitiera pensar en un desenlace semejante.
A partir de aquí, Wolfgang Hermann (Bregenz, Austria, 1961), se sume, como es lógico, en un dolor infinito, en una angustia paralizante. El autor tardó diez años en poder abordar literariamente la muerte de su hijo, y lo hizo en Despedida que no cesa (2012), que acaba de editar Periférica con límpida traducción de Richard Gross. ¿Hubiera sonado mejor, no obstante, Despedida sin fin o Despedida sin final?
Desconocía por completo a Wolfgang Hermann –filólogo y filósofo, novelista, dramaturgo, poeta, profesor universitario, libretista de ópera-, y creo que Despedida que no cesa es el primer libro suyo editado en España entre los veinte que lleva publicados.
Es un libro muy hermoso, muy fuerte, un libro muy bueno. Supongo que es una ñoñería advertir al lector de estas líneas que no tenga miedo ante el tema del libro, pero ya está dicho, bien entendido que tampoco es esperanzador, positivo, ni nada amable o consolador. Eso sí, aborda el largo proceso de salida de un pozo muy profundo, la posibilidad de volver a contemplar la vida como una lucha estimulante.
Pero es mucho más que eso. Wolfgang y su mujer, Anna, tuvieron a Fabius cuando todavía eran estudiantes. Estaban muy enamorados y deseaban a su hijo, pero ni estaban preparados ni maduros, ni recibieron ayuda de sus familias –todo lo contrario- para abordar su responsabilidad. Anna dejó a Wolfgang casi inmediatamente y, muchos años después de que él fuera un “padre visitante”, acordaron que el chico viviera con su padre en un periodo conflictivo de su adolescencia.
Cuento todo esto, en resumen, para explicar los antecedentes y describir el contenedor en los que Hermann acoge las variadas vetas de su obra: la lejana historia de amor con Anna y el nacimiento de Fabius, los años de ausencia del hijo y de paternidad a distancia, el reencuentro con el muchacho y la construcción de una intensa relación paterno-filial, hecha de paseos por el monte –se alude a Robert Walser-, de excursiones, copas compartidas, sombras y complicidades. Anna acudirá junto a Wolfgang para ayudarlo, ayudarse, sufrir juntos la pérdida e intentar salir adelante.
Podemos leer Despedida que no cesa escuchando Beyond the Missouri Sky, la canción de Pat Metheny que Fabius escuchaba vez tras vez en su cuarto y que tocaba también con su guitarra. Fabius, mal estudiante, era un chico con mucha luz y mucho encanto, muchos amigos y amigas, incluyendo a Julia, una chica que tendrá un bonito y emocionante papel en el último tramo de la historia.
¿Emociones? Desde luego, muchas. Pero tamizadas por la prosa tan poética como contenida de Hermann, que, igualmente, maneja magistralmente una estructura narrativa fragmentaria, el paso del tiempo y el paso por tiempos distintos, las elipsis, lo dicho y lo no dicho, lo sugerido y lo puesto en penumbra. Es un libro muy elegante, muy medido.
La luz de Fabius. La luz. En Despedida que no cesa, la luz es muy importante. En el fondo, es un libro sobre la luz, la luz arrasadora de la tragedia, la luz de la naturaleza o la luz de las almas. Es un libro luminoso, una gran burbuja de luz.
Al margen –al lado, mejor- de su asunto o asuntos centrales, Hermann consigna muchas breves reflexiones sobre muchas cosas. Elijo una sobre la pareja, sobre su ruptura rápida con Anna, sobre la mujer: “No sabía que la mujer examina al hombre. Lo observa, y si él por enésima vez no tiene la fuerza de hacer lo correcto, ella toma su decisión. Él no sospecha nada, pero ella una mañana lo abandona. El hombre cree hasta el final que todo va bien. No entiende”.
Como ya habrá deducido el lector, el libro de Hermann no suministra baratijas sociológicas ni psicológicas. Ni pretende enunciar leyes universales. El autor habla de lo vivido, de lo que siente y piensa. Y esta observación, para los casos que corresponde, me parece atinada y expresada y resumida con la precisión y economía de palabras propia del autor.