Luis Alberto de Cuenca y el romanticismo feroz
[caption id="attachment_1324" width="560"] Luis Alberto de Cuenca. Foto: Sergio Enríquez-Nistal[/caption]
Estuve entrevistando en su guarida a Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) para “El Mundo”, y el poeta tuvo la gentil ocurrencia de regalarme dedicado Hola, mi amor, yo soy el lobo…y otros poemas de romanticismo feroz (Reino de Cordelia), libro que he devorado, a tono con su contenido, entre escalofríos y risas.
Se trata de una ampliación de la antología que, con el mismo título, Rey Lear publicó en 2008, de manera que se incorporan –siempre con ilustraciones de Miguel Ángel Martín- poemas de El reino blanco (2010) y, notoriamente, de Cuaderno de vacaciones (2014), que le valió al autor el Premio Nacional de Poesía.
Hay antologías que quieren mostrar facetas diversas de un autor, mientras que otras optan por atenerse a una sola veta, por seguir un hilo. Ésta sigue con acierto un hilo temático, que también es el hilo esencial del poeta, el que sigue mostrando su eterna adolescencia culta y gamberra en torno a la etiqueta de “romanticismo feroz”, acuñada por el editor, Jesús Egido, un hallazgo feliz que apunta a los contrastes, las paradojas y el humor –que llega a provocar la risa- del escritor antologado, que no en balde tituló un libro El hacha y la rosa (1993).
La mujer, el amor, el deseo y la pasión son los anhelos del poeta, sintetizados perfectamente en dos versos de su celebérrimo poema cantado y cantable Caperucita Feroz (Orquesta Mondragón): “Yo solo quiero una noche sin final/en la que ambos nos podamos devorar”. Devorarse –comerse, beberse- es muy importante. Lo dice bien claro: “Todo en la vida/ se reduce a dos cosas:/ sexo y comida”. Y van juntas en el muy aludido sexo oral.
El poeta busca e intenta esa noche sin final, es decir, ese amor y pasión duraderos y felices, con muchas mujeres, sean solteras, casadas o malcasadas, listas o tontas, gordas o sordas, pijas o modernas, así estén ebrias o drogadas –el alcohol, la droga y sus resacas aparecen mucho-, pero la cosa, por lo general, acaba en fríos mañaneros, en desilusiones y engaños, en malestar y desesperación, en riñas y decepciones, en abismos y vacíos, en la imposibilidad de “ser feliz diez minutos seguidos”, en un crudo y cernudiano choque entre la realidad y el deseo. No hay pizca de moralismo, hay desoladora constatación en el balance de la fiesta. O en el vistazo al pasado, que puede volver para mal y nunca para bien. Acaso queda una fragancia en el aire, y no tiene por qué ser forzosamente de veneno.
Ya es conocido el tono “pop” y el trazo de línea clara de la poesía “conquense”, pero conveniente es subrayar, pese a ello, su agazapado –y no tan agazapado- dramatismo, casi siempre –no siempre- corregido por un quiebro humorístico, que también puede ser cruel y, sobre todo, salvaje.
La poesía de Luis Alberto de Cuenca es pródiga en citas, homenajes y referencias culturales procedentes del cine, la literatura, la pintura, la música, el cómic, los cuentos populares, la antigüedad clásica o la época medieval. No desdeña, cuando le place, el soneto ni la métrica canónica. Pero nada de esto es un corsé ni pesa nunca. De Cuenca gusta de discurrir por el coloquialismo de lo cotidiano –donde transcurren sus historias- y, sobre todo, por arriesgarse sobre suelos prosaicos, en los que parecería que va a resbalar y darse una costalada, pero sobre los que siempre se endereza con un guiño o con un engarce a las palabras siguientes, una vez más con la mediación del humor.
Sus lectores conocen bien los divertidos o sorprendentes títulos de muchos de sus poemas (Cuando vivías en la Castellana, Soneto al volante de mi Ford Fiesta rojo, en heptasílabos…) y los prometedores y juguetones arranques de tantos otros: Tus padres se habían ido a no sé dónde…, Me dices que Juan Luis no te comprende… Mucha cultura, sí, pero sin hierro, con la vida siempre en medio. Y, si hay que ponerse serio, se pone: Sin miedo ni esperanza (2002), título que, patente el contenido experiencial de su poesía, también podría ser toda una declaración de actitud y estado de ánimo.
La incorrección política es total, y De Cuenca ya escribió un poema hace años (Political incorrectness, 2006) para proclamarla y quejarse, indirectamente, del ambiente de corrección que le oprime. Escribía: “Sé buena, dime cosas incorrectas/ desde el punto de vista político. Un ejemplo:/ que eres rubia…”. Esos amores, pasiones y deseos no desdeñan el incesto, el animalismo, la homofilia, el vampirismo, el crimen, el sexo de pago… Ni una muñeca hinchable de tamaño natural: “Agujerito mío”. Caperucita lo que quería era acostarse con el lobo y hacerse mujer, ¡no iba a saber ella de sobra que la bestia encamada no era su abuela! Repito: siempre media el humor, hasta en los momentos de pesimismo sombrío, en los que la muerte asoma.
Se ha dicho, precisamente, que la poesía de Luis Alberto de Cuenca se ha vuelto más pesimista en los últimos tiempos. Cuesta creerlo. Cuesta creerlo es el título de uno de los poemas de Cuaderno de vacaciones. Dice: “Cuesta creer que el incendio inextinguible/ de tu melena al viento morirá/ como mueren las rosas, y que entonces/ emergerá la hermosa calavera/ que siempre hubo debajo, maquillada/ con tendones y músculos y piel,/ y que mi cráneo no estará a tu lado”.
¿Es éste el pesimismo? Sí, por un lado, estamos ante la muerte, en las postrimerías, en un “finis gloriae mundi” a lo Valdés Leal. El poeta no elude la visión de su propio cráneo, pero, una vez más, hay un giro, de humor muy amargo y negro, si se quiere, pues el poeta predice y anuncia la ruptura anterior con su amada, a la que cruelmente recuerda el destino de su melena. No habrá amor más allá de la muerte. Eso, bien mirado, también es pesimismo. ¿O no?