Molina Foix y la ambición de Kubrick
En la primera página de su libro, Vicente Molina Foix comenta la proximidad de su casa a la que entonces tenía Carlos Saura en la madrileña calle de María de Molina, y aclara: “reina con la que no me une consaguinidad”. Este primer rasgo de humor anticipa el tono desenvuelto con el que el crítico, escritor y cineasta ilicitano –inusitado partidario del Misterio de Elche– ha escrito Kubrick en casa (Anagrama), suculenta crónica de sus relaciones personales y profesionales con el director de Lolita (1962).
Pero a la desenvoltura, claro, hay que añadir un conocimiento crítico que se manifiesta con tanto peso como amenidad expositiva, un sinfín de observaciones perspicaces y esclarecedoras, un temple ensayístico que se conjuga con la fluidez narrativa a la hora de contar episodios y anécdotas y, en fin, una prosa de cadenciosa elegancia –marca de la casa– que no pierde su carácter ni al incurrir en el territorio del cotilleojugoso. Todo ello –añadiendo las briznas confesionales o testimoniales– hace de Kubrick en casa un libro excepcional, pese a su brevedad –o precisamente por ella–, en la bibliografía cinematográfica en español.
Molina Foix, por encargo expreso y sostenido de Stanley Kubrick (1928-1999), tradujo al castellano, para su doblaje o/y subtitulado, cinco películas del director norteamericano: La naranja mecánica (1971), El resplandor (1980), Senderos de gloria (1957), La chaqueta metálica (1987) y Eyes Wide Shut (1999).
Esta ardua y exigente tarea dio lugar, a lo largo de más de veinte años, a un flujo intermitente y constante de comunicaciones diversas entre Molina Foix y Kubrick (y sus familiares/colaboradores), con la guinda impagable de compartir con él varias estancias de trabajo en la casa y finca del director en la campiña de Childwickbury, a una hora y pico de Londres (al norte).
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Director del doblaje de varias películas de Kubrick –que admiraba Peppermint Frappé (1967) y Cría cuervos (1975) y lo había elegido para esa misión–, fue Carlos Saura quien, a comienzos de 1978, transmitió por teléfono el primer encargo (La naranja mecánica) a Molina Foix –ya muy afianzado crítico de cine, poeta sellado como novísimo y novelista ha poco estrenado–, que se encontraba en la Universidad de Oxford impartiendo clases de Literatura Española y Traducción Literaria.
Desordenando la línea cronológica que gobierna el relato, diremos que, entre paño y bola, el libro de Molina Foix tiene tres vectores subterráneos (aunque no tanto): completar una descripción crítica sobre lo esencial del estilo de Kubrick, desmenuzar varios aspectos concretos de las películas que le fueron encomendadas para su traducción y pergeñar un retrato en vivo (au plain air) de la personalidad del cineasta.
Entre las peculiaridades y el intríngulis de su trabajo –que da lugar a numerosas anotaciones apetitosas–, destacaría todo lo que Molina Foix cuenta respecto a la peliaguda traslación al español de la jerga Nadsat que hablan Álex y los drugos (los jóvenes delincuentes) en La naranja mecánica. Este lance habilita a Molina –más allá del cine– a convocar a Anthony Burgess (autor de la novela, muy elogiado por VMF), Vladimir Nabokov y Martin Amis en torno a las disquisiciones sobre los novelistas A y los novelistas B, es decir, aquellos que priman más, respectivamente, la historia que narran o el lenguaje con que la narran.
No menos ardua fue para Molina la traducción al castellano del habla arrabalera, grosera, de los militares de La chaqueta metálica, la cual necesitó por su parte de una inventiva que da lugar a divertidos párrafos. La inmensa popularidad de la que goza El resplandor entre el público español es atendida por Molina con muy sabrosas anécdotas de primera mano e, incluso, con la aparición estelar del filósofo Eugenio Trías, muy interesado y obsesionado con cierto pormenor sobre la película.
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Son los pormenores, muy abundantes y muy apetecibles, los que hacen, como ya he sugerido, muy entretenida (y también provechosa) la lectura de Kubrick en casa. No los voy a desvelar aquí para que los lectores del libro puedan disfrutarlos de primera mano. Como disfrutarán de la extensa entrevista con Kubrick (veinte páginas) que, a modo de apéndice, cierra el pequeño volumen 18 de los Nuevos Cuadernos Anagrama.
Vicente Molina Foix reivindica plenamente la figura de Stanley Kubrick, su personalidad y carácter, frente a su leyenda negra de megalómano y maniático chinchoso, en este condensado y, a mi juicio, emocionante pasaje que transcribo: “Las anécdotas sobre el celo intransigente de Kubrick, que apuntan a una determinada soberbia, la de “él” tomándose por un ser perfecto, las juzgo falsas. Su implacable exigencia se ponía al servicio de “nosotros”, sus espectadores, para los que quería un producto no solo bien escrito y bien rodado, con los actores más relevantes, la luz más exacta y las músicas más envolventes en su atrevida mezcla de registros, sino también el disfrute que da un tráiler no engañoso, una copia en condiciones, un sonido fiel, unas butacas cómodas, un código verbal semejante en lo posible al original”.
He aquí, en este apretado y acertado resumen, todo un manifiesto en pro de la realización del cine y de su visionado como una experiencia bajo condiciones, sí, de la máxima perfección.
Y estas líneas se completan, páginas después, con estas otras: “Ese extremo cuidado (…) es el antiguo y noble deseo de perseguir “le mot juste”, deseo emocionante, al menos para mí, pues devuelve al tantas veces mal llamado séptimo arte la condición artística, dentro, en su caso, no del experimento de cámara para el museo o el festival de películas de vanguardia, sino de la corriente caudalosa del cine hecho para las mayorías”.
Con total seguridad puede afirmarse que Vicente Molina Foix no está en absoluto contra el museo y el festival, contra el cine de autor al que parece aludir. Pero, y más en estos tiempos, es muy hermoso y oportuno, Kubrick mediante, el alegato en favor de un cine “hecho para las mayorías” que ambicione la mayor categoría artística. Ese cine, hoy –y a diferencia de hace unas décadas-, se produce con cuentagotas, entregada la gran industria a satisfacer con engatusamientos el mero deseo de ocio de los públicos masivos. Muy otra fue la excelente ambición (la ambición de excelencia) del director de Espartaco (1960) y 2001. Una odisea del espacio (1968).