Divertidos apuntes autobiográficos de Jaroslav Hašek
'Cómo encontré al autor de mi necrológica', editado por La Fuga, es una nueva oportunidad para comprobar hasta dónde llevó la autoparodia el jerarca de la literatura humorística europea
No es tarea fácil superar la tentación de extenderse sobre los calamitosos y delirantes hitos biográficos del escritor y periodista checo Jaroslav Hašek (1883-1923), pues sólo un parco resumen asegura ya la diversión y el asombro. Pero no quedaría espacio para más. Menos escribir, todo lo hizo mal y de la forma más chunga y estridente posible. Quien esté interesado en la exagerada vida de Hašek puede leer La inteligencia del tonto, un largo perfil que publiqué hace cuatro años en la “Galería de imprescindibles” de El Mundo.
Como es sabido, la gran y única obra maestra —¿para qué más?— de Hašek fue Los destinos del buen soldado Svejk durante la guerra mundial (1921-1923), según el título dado en castellano por el traductor Fernando de Valenzuela —hay otros— para la edición de Acantilado de 2016. Parece mentira —o no— que Hašek pudiera llegar a publicar esta desternillante novela sobre uno de los mayores y más queribles idiotas de la literatura del siglo XX, sobre el absurdo de la guerra y de la milicia y sobre la bancarrota del imperio austrohúngaro, con un tono y un timbre de voz que no están nada lejos de la literatura cervantina y picaresca española, después de haber acumulado —¿o precisamente por eso?— tanto alcohol en su sangre, haber pasado por el manicomio, haber fingido su muerte y haberse tirado desde un puente para suicidarse, por no citar otros dislates que, pese a su muerte prematura, a los cuarenta años, hacen difícil comprender cómo su vida pudo llegar tan lejos.
La Fuga, que ya publicó, entre otros, su hilarante Historia del Partido del Progreso Moderado dentro de los Límites de la Ley —obra póstuma y sátira política basada en su experiencia al fundar un partido del mismo nombre—, ha editado ahora, con traducción de Montse Tutusaus, una selección de doce cuentos con el título Cómo encontré al autor de mi necrológica y el subtítulo Relatos de humor autobiográficos.
El humor, entre la bufonada sainetesca y costumbrista y el absurdo más desatado, lo damos, a estas alturas, por hecho, tratándose de Hašek, gran jerarca europeo de la literatura humorística, y nos queda por comprobar, una vez más, cómo el escritor deglutió y metabolizó su desastrosa vida para amortizarla, sin ningún pudor ni temor hacia la autoparodia extrema, al servicio de su escritura, esto es, al servicio, comúnmente, de los cuentos que conseguía colocar, no sin dificultad, para ganarse la vida a salto de mata. De eso, y de su falta de formalidad, trata, por ejemplo, el cuento titulado Penalidades de la creación.
El asunto de su necrológica no sólo aparece en el relato que da título a la recopilación, sino que también se menciona, por ejemplo, en otro titulado Habla el alma de Jaroslav Hašek y que trata de la descacharrante peripecia de su alma, una vez muerto, para conseguir entrar en el cielo, cosa nada fácil en su caso. No sólo la muerte, en general, y su propia muerte, por descontado, obsesionaban a Hašek, sino que estos cuentos guardan relación con el mencionado episodio en el que fingió haber fallecido y se escribieron sobre él necrológicas que lo ponían a caer de un burro. Hay humor negro y también amargura. Hašek se lamenta, más o menos de coña, de que, tras haber difundido su presunto fusilamiento, no se hablara de él en los periódicos como de un “mártir”, sino como de un “mamado”. El guardián del cielo, para dejarle pasar o no, le pregunta al fin qué fue realmente, y el alma de Hašek responde: “un borracho de manos regordetas”.
Como era atacado por amplios sectores de la prensa por su comportamiento personal y político, en Mi confesión reconoce que “no solo soy un pillo y un granuja de cuidado como me describen ahí sino también todo un depravado”, de manera que -de perdidos, al río- se decide a hacer una “sincera confesión pública” detallada de sus abundantes fechorías para que “los redactores puedan seguir arremetiendo contra mí”. El desopilante texto supone tanto una burla de sí mismo como una burla de lo que se dice de él: “a los tres meses maté de un mordisco a mi nodriza”, escribe al comienzo de su confesión, y de ahí va para arriba…
En el texto titulado En una revista de fauna, Hašek narra a su modo un episodio de su vida periodística totalmente cierto, perfectamente revelador tanto de su ingeniosa inventiva y de su destreza literaria como de su audaz cara dura: a comienzos del siglo XX, cuando todavía profesaba ideas anarquistas -que nunca abandonó del todo-, entró como redactor en la prestigiosa revista “Mundo animal”, en la que, entre otros contenidos, se publicaban fichas o perfiles de distintas especies de la fauna universal. Hašek, considerando que prácticamente ya no quedaban animales sobre los que no se hubiera escrito, decidió que era más divertido y estimulante para él escribir sobre animales de su invención. Y así lo hizo, y con gran éxito -los lectores escribían a la revista o se presentaban en la redacción preguntando dónde podían adquirir los bichos sobre los que escribía Hašek-, hasta que fue descubierto y puesto de patitas en la calle.
Algunos de los relatos adquieren por su extensión, elaboración y estructura casi los caracteres de una pequeña “nouvelle”. Es el caso del titulado De la vieja droguería, sin duda inspirado en sus experiencias de juventud como dependiente o aprendiz de un establecimiento que vendía hierbas, licores medicinales y de los otros, preparados farmacéuticos y cosas por el estilo. En este relato, sin abandonar la sátira y la caricatura, la escritura de Jaroslav Hašek vuela más alto hasta realizar, desde una base costumbrista, un completo, ácido y, en el fondo, triste y pesimista retrato social, de toda una familia, un barrio y, en definitiva, una comunidad atrapados en una vida de supervivencia miserable, mezquina, cotilla, tramposa y, por supuesto, pícara y trágica.
Así describe, en parte, el desván de la droguería: “Entre los barriles, a primera vista, se distinguían las largas barricas de los tintes en polvo, barricas de ocre amarillento y pardusco, o de almagre, con los bordes debidamente teñidos. Había varios toneles volcados, su antiguo contenido se desparramaba por el suelo de ladrillos formando una mezcla de tintes, drogas y hierbas desecadas. En ese primer espacio había cajas mal tapadas en las que relucían los cristales de alumbre, de nitrato y otras sales.
En un rincón, una fina franja de luz caía sobre grandes pedazos de sal de roca con lo que los cristales adquirían un brillo irisado. En el suelo había tamices y grandes cuencos de porcelana para mezclar los colores. Entre las cajas destacaban los barriles de lata que contenían los aceites, las vasijas de piedra de los ácidos cerradas con tapones de barro como la que contenía el humeante ácido nítrico, todos ellos envueltos en una nubecilla de humo persistente que te hacía toser”.
Bien. Consignados quedan estos dos párrafos sensoriales, plásticos y de sabroso lenguaje literario. En ese relato, Hašek se dio más pista -y, quizá, más pisto-, y lo aprovechó para mover la pluma y la muñeca. Pero, ojo, no seamos cursis y no vayamos, como otros, a menospreciar el muy benéfico humorismo literario a no ser que presente credenciales realistas solventes y de curso legal. ¡Cuidado con eso!