Mapa realizado por la NASA del terremoto de Turquía en las ciudades de Nurdagi, Kahramanmaras y Türkoglu

Mapa realizado por la NASA del terremoto de Turquía en las ciudades de Nurdagi, Kahramanmaras y Türkoglu

Entre dos aguas

Arábiga, Anatolia y Euroasiática: choque de placas en Turquía

Las grandes dimensiones del terremoto del este de este país se deben a la gran actividad geológica de la región

3 marzo, 2023 02:13

Somos viajeros temporales en una nave espacial a la que llamamos Tierra. A lo largo de sus aproximadamente 4.500 millones de años de existencia, esta nave rocosa y cubierta en gran parte por agua ha encontrado otras “naves” cósmicas con las que ha chocado, algunas pequeñas que dejaron poca huella, otras gigantescas como la que desgajó un gran trozo suyo que dio origen a la Luna, su sempiterna compañera, y otras de mediano tamaño pero de profundos efectos para la vida terrestre, como la que produjo una gran extinción –de la que formaron parte los dinosaurios– hace 65 millones de años.

Afortunadamente, hoy el Sistema Solar es una región de la Vía Láctea mucho menos caótica y frecuentada de lo que lo fue en el pasado, pero no es improbable que en algún momento del futuro pueda recibir más “visitas” de este tipo.

Pero no son solo los encuentros cósmicos que tienen lugar en nuestro planeta los que pueden amenazar la vida que existe en él, también están los efectos debidos al funcionamiento de su “maquinaría interna”, como es el caso de los terremotos, ajustes originados en el interior terrestre de los desequilibrios existentes en su corteza. Son fenómenos naturales, gobernados por fuerzas procedentes del interior de la Tierra sobre las que los humanos no tenemos control, y ante los que nuestra mayor defensa es minimizar sus efectos construyendo edificios e infraestructuras específicamente diseñadas para hacerles frente.

De entre los terremotos que se tienen registros, el de mayor intensidad es el que tuvo lugar en 1960 en Valdivia (Chile), con un valor de 9,5 en la escala de Richter

En la historia de la humanidad abundan los ejemplos de terremotos devastadores. De entre los que se tienen registros, el de mayor intensidad es el que tuvo lugar el 22 de mayo de 1960 en Valdivia (Chile), con un valor de 9,5 en la escala sismológica de Richter (el máximo, nunca detectado, es de 10). De 9,3 y 9,2 grados fueron, respectivamente, los que se produjeron el 26 de diciembre de 2004 en el océano Índico, frente a la isla de Sumatra, y el 27 de marzo de 1964 en Anchorage (Alaska).

En cuanto a las muertes que provocaron estos seísmos, las diferencias son grandes: en torno a 2.000 en Valdivia, 230.000 en Indonesia, y 128 en Anchorage. El más mortífero que se conoce es uno de 7,8 grados en la provincia china de Tangshan el 28 de julio de 1976, que se estima que causó 655.000 muertes, aunque el gobierno chino solo reconoció 242.769.

Las diferencias en muertes y destrucción de edificios que reflejan ejemplos como los anteriores están relacionados con factores como la población que habita en la zona afectada, el tipo y el estado de las construcciones, y la cercanía del mar si se trata de maremotos y se producen tsunamis, como sucedió con el terremoto de Lisboa de 1755, que se estima que se cobró entre 60.000 y 100.000 víctimas, muchas de ellas en las costas de Cádiz y Huelva.

Algunos de estos factores se han puesto de relieve en el reciente terremoto del pasado 6 de febrero que ha asolado partes de Turquía y Siria. De magnitud 7,8 y seguido nueve horas después por otro de 7,5 –a lo que hay que sumar más de 200 réplicas de menor intensidad–, cuando escribo estas líneas el número de muertos supera los 35.000, y la destrucción de edificios, favorecida por construcciones no antisísmicas, es dantesca.

Hasta el siglo XX no se supo realmente cuál era la causa de los terremotos. Fue necesaria una revolución en la ciencia geofísica para explicarlos. Una revolución a la que no se le suele dar la importancia que merece, oscurecida por otras coetáneas como la relatividad, la física cuántica y el ADN: la tectónica de placas, cuyo origen se encuentra en las ideas introducidas en la década de 1910 por el meteorólogo y geofísico alemán Alfred Wegener (1880-1930).

Incapaz de reconciliar las evidencias paleoclimáticas existentes con la posición de los continentes tal y como las percibimos en la actualidad, Wegener defendió que los continentes no están anclados en zonas determinadas y afectados únicamente por fenómenos como la erosión del viento o del agua, sino que se han desplazado a lo largo del tiempo. Sostenía que, durante el Pérmico (hace más de 250 millones de años) y el Triásico (hace entre 245 y 208 millones de años), los bloques continentales que hoy conocemos estaban agrupados en un gran continente, al que denominó Pangea.

Más tarde, en el Jurásico (hace entre 208 y 144 millones de años), apareció la primera fisura entre lo que hoy son Europa y África, iniciándose un proceso que ha conducido a la geografía continental actual. Pero para que esa teoría pudiese afianzarse con solidez era fundamental conocer el mecanismo por el que ocurría este desplazamiento.

Fue en la década de 1950 y 1960, con la ayuda de las investigaciones realizadas en instituciones oceanográficas como la de Woods Hole (Massachusetts) y Scripps de San Diego (California), y el Observatorio Geológico Lamont de la Universidad de Columbia (Nueva York), que reunieron una cantidad enorme de datos sobre la estructura de los fondos marinos, cuando John Tuzo Wilson (1908-1993) introdujo la idea de que la superficie terrestre está formada por placas rígidas pero móviles, completando así la denominada “Tectónica de Placas”, según la cual no son solo los continentes los que se mueven, sino esas placas (son 14 principales y 43 menores), que incluyen partes de los fondos oceánicos al igual que masas continentales.

[Qué se cuece en las entrañas de la Tierra]

Las placas se mueven sobre estratos más profundos, siendo la fuerza motriz corrientes lentas de magma viscoso. Son los movimientos entre esas placas los que producen los terremotos, u otros fenómenos geológicos, como la formación de sistemas montañosos. El terremoto que acaba de producirse al este de Turquía se debe a que en su mayor parte este país se asienta sobre una pequeña placa tectónica, encajonada entre otras dos mayores que están chocando lentamente, la Arábiga y la Euroasiática, que están comprimiendo o desplazando a la de Anatolia.

El planeta Tierra, amigo y acogedor, también puede ser terrible, aunque lo más adecuado sería decir que nos ignora. Es, simplemente, una masa de materiales que orbita en torno a una estrella, ajeno a las formas de vida que, gracias a las afinidades químicas y a los mecanismos de la evolución de especies, han surgido en él.

Guslagie Malanda en una escena  de 'Saint Omer'

'Saint Omer': la premiada película que intenta comprender a una mujer que mató a su bebé

Anterior
Un ensayo de 'Obra infinita'. Foto: Luz Soria

Señores diputados, Los Bárbaros nos invaden con una 'Obra infinita'

Siguiente