Lytta Vesicatoria o Cantárida medicinal.

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ENTRE DOS AGUAS

La desaparición de los insectos pone en riesgo la biodiversidad

Se estima que entre el 40 % y el 75 % de la población general de los antrópodos se está extinguiendo.

5 abril, 2024 02:21

Urbanita como soy, no me gustan la mayoría de los insectos, aunque una buena parte del verano convivo, porque no tengo más remedido, con ejércitos de hormigas. Dicho esto, sé bien lo necesario que son los insectos. Y también que aparecieron mucho antes que nosotros, los humanos, y que nuestros antecesores más próximos.

Su progenie está entroncada con unas criaturas provistas de un esqueleto externo y patas articuladas – artrópodos – que surgieron hace unos 500 millones de años, en los lodos primordiales de los suelos oceánicos.

Algunos de esos artrópodos se aventuraron, hace aproximadamente 450 millones de años, a introducirse en la tierra, lo mismo que sucedió con los reptiles, que provienen de los reptiliomorfos, unos tetrápodos que surgieron en medios pantanosos unos 150 millones de años después.

Las abejas figuran entre los principales “vectores de polinización”. De ahí que el que estén desapareciendo constituya una tragedia

¿Por qué los antepasados de los insectos abandonaron su hábitat madre?, pues tal vez por lo mismo que, impulsados por la búsqueda de más o de nuevos alimentos, o para evitar competidores y depredadores, los Homo sapiens fueron colonizando territorios muy diversos, incluyendo algunos que les obligaban a emprender arriesgados viajes marítimos.

La variedad de insectos es asombrosa, más que el resto de las demás especies juntas: se han descrito alrededor de un millón y puede que existan en torno a, al menos, otros cinco millones. Los ejemplos son interminables: escarabajos, abejas, avispas, libélulas, cucarachas, chinches, saltamontes, termitas, mariposas, cigarras, grillos, moscas, mosquitos, y por supuesto hormigas.

Muchos poseen la facultad de volar, pero no se sabe bien cómo surgió: una teoría es que las alas eran originariamente branquias con forma de aletas, que facilitaban el planear y que, finalmente, se convirtieron en las estructuras necesarias para volar. Otra característica prominente de algunas especies de insectos –hormigas, termitas, abejas, avispas– es la de formar sociedades complejas, que se comportan de maneras que bien pueden denominarse “inteligentes”.

Siendo lo anterior digno de conocer y admirar, desde el egoísta punto de vista humano lo más interesante es reseñar la utilidad de muchas especies de insectos. De todos es conocida la función polinizadora, la transferencia de polen (los “granos” que producen plantas con semillas) desde la parte masculina de una flor hasta la parte femenina de otra o de la misma, donde germina posibilitando la producción de semillas y frutos.

Abeja junto a una flor

Abeja junto a una flor

Las abejas figuran entre los principales “vectores de polinización” (como se denomina a las especies que realizan esta función), y de ahí que el que estén desapareciendo en numerosos ecosistemas constituya una tragedia no sólo por la pérdida de biodiversidad que implica sino por sus consecuencias socioeconómicas.

Otras especies también polinizan; por ejemplo, mariposas, moscas o avispas, y también algunas aves y mamíferos como los colibríes y abejarucos, o los murciélagos.

Pero desgraciadamente no sólo están despareciendo las abejas. Aunque los cálculos varían mucho, se estima que entre el 40 % y el 75 % de la población general de insectos se están extinguiendo, un capítulo más de la disminución de biodiversidad en curso en la Tierra. Lo he dicho varias veces, somos unos “asesinos del futuro”, y seguramente generaciones futuras maldecirán nuestro recuerdo.

Aparte de la polinización, determinadas especies de insectos cumplen otras funciones benéficas, que se explican en un libro magnífico, Planeta silencioso (Crítica, 2023), de Dave Goulson.

Cito algunos ejemplos extraídos de esta obra: “La eliminación eficaz del estiércol por parte de los insectos supone un beneficio adicional para los agricultores: ayuda a eliminar los parásitos intestinales del ganado […]. Los insectos que viven en el suelo ayudan a airear el terreno. Las hormigas dispersan semillas, ya que cuando se las llevan a sus nidos para comérselas, pierden algunas en el camino. Más adelante, germinarán en los lugares en los que cayeron. La mariposa de seda nos da seda y las abejas de miel, miel”.

Evidentemente, y como en nuestras vidas, no todo es beneficioso, también existen especies de insectos perjudiciales para los ecosistemas (plagas de cultivos, o de plantas), para el ganado y para las personas (garrapatas, mosquitos Anofeles, Aedes, piojos…). Aunque no sean tan peligrosos como los productores de la malaria o del dengue, los simples mosquitos pueden ser muy molestos, como todo el mundo sabe.

En su defensa de los insectos, Dave Goulson aconseja que “deberíamos facilitar que más insectos visiten nuestros jardines y parques, convertir nuestras áreas urbanas y los arcenes de las carreteras, los taludes de los desmontes realizados para que pasen las vías ferroviarias y las rotondas en una red de hábitats llenos de flores y sin pesticidas”.

La comprometida editorial Errata naturae tiene en su catálogo algunos libros que muestran cómo cada persona puede contribuir a esto, aunque es cierto que para ello es necesario poseer algo de terreno, aunque sea pequeño. Uno de esos libros se titula El oasis. Historias y curiosidades de un pequeño jardín biodiverso (Errata naturae, 2024), de Simon Hureau.

Se trata de un cómic que muestra los trabajos y logros de una familia que se traslada a un pueblo, a una casa provista de “una larga lengua de césped, un tilo bastante mustio, dos viejos cerezos, tres hortensias, un tejo al fondo y unas cuantas parras desperdigadas al pie de la valla”.

[Esos necesarios, odiados y queridos insectos]

Seguro que no pocos de quienes lean estas páginas dirán: “Ya quisiera yo tener un jardín así, por muy descuidado y pobre que estuviera”. De acuerdo, pero lo más valioso de esta obra, y que enseña a todos, es que revela que con algún esfuerzo es posible recuperar al menos parte de la inmensa riqueza y variedad de la vida vegetal y de insectos que existe en la Tierra. Y que ambas se necesitan mutuamente, que la una sin la otra no son posibles.

Al hilo de este libro, no puedo dejar de citar otro de la misma editorial, y de gran belleza por los dibujos de su autor, Nicolas Jolivoy: Viajes por mi jardín (Errata naturae, 2023). Una obra que al mismo tiempo que narra historias personales, contiene un espléndido catálogo ilustrado de la riqueza y variedad, en este caso sobre todo de plantas, pero sin descuidar a los insectos.

Libros como estos sirven para recordarnos qué maravilloso y exitoso laboratorio de vida ha sido nuestro pequeño planeta. Cuánta variedad de formas capaces de reproducirse ha originado. Un laboratorio que no podemos permitirnos destruir.

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