La vida extraterrestre puede cambiar el color de un planeta
¿Qué pasaría si en la vida que ha podido prosperar en algún exoplaneta dominaran las bacterias púrpura?
La búsqueda de vida extraterrestre es una de las empresas científicas más fascinantes. Encontrar formas de vida en otros planetas representaría un paso más en un camino que tiene entre sus grandes hitos a Nicolás Copérnico, quien con su libro de 1543, Sobre las revoluciones de las orbes celestes, apartó a la Tierra del centro del Universo, del pequeño universo que por entonces se vislumbraba, y a Charles Darwin, cuya teoría de la evolución de las especies (1859) situó a los humanos como un eslabón más, fortuito en el fondo, de una variopinta cadena de especies.
Una cadena cuyo primer eslabón debió de surgir de una afortunada combinación de elementos químicos en un entorno, el de la Tierra primitiva, determinado. En las líneas finales de su gran libro, El origen de las especies, Darwin se refería a esto: “La producción de los animales superiores resulta directamente de la guerra de la naturaleza, del hambre y de la muerte. Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diferentes fuerzas, ha sido insuflada en un corto número de formas o en una sola”.
“En un corto número de formas o en una sola”, decía. A la vista del éxito de “soluciones” como la basada en el ADN, la molécula de la herencia, y de su “mensajero” en la producción de proteínas, el ARN, parece que debió de existir un ancestro común, al que se denomina LUCA (del inglés “Last Universal Common Ancestor), que quizá vivió hace 3.600 millones de años; recuérdese, la Tierra se formó hace unos 4.500 millones de años.
En su nuevo libro, Carlos Briones señala que "los seres vivos poseen una composición química compleja y una cierta organización interna"
La búsqueda de vida extraterrestre precisa de la consideración de ciertos puntos de partida esenciales. El primero de ellos, qué es la vida. En su reciente, magnífico y bellamente ilustrado libro, A bordo de tu curiosidad (Crítica, 2024), el astrobiólogo y buen divulgador Carlos Briones aborda, entre otras, esta cuestión, y señala que “los seres vivos conocidos combinan estas características: 1) poseen una composición química compleja y una cierta organización interna; 2) están delimitados por una estructura de naturaleza bioquímica y relativamente permeable (como la membrana plasmática de las células) que los ‘compartimenta’, garantizando el mantenimiento de su composición interna y a la vez permitiéndoles intercambiar materia y energía con el exterior".
El tercer punto señala que "gracias a ese intercambio pueden funcionar alejados del equilibrio termodinámico, aumentar su orden interno (es decir, disminuir su entropía a costa de aumentar la del exterior) y construir sus propios componentes mediante la red de reacciones del metabolismo; 4) almacenan y replican información codificada (en forma de ADN) que dirige su funcionamiento y se transmite a la descendencia; 5) se reproducen originando copias que poseen una cierta diversidad; y 6) sus descendientes pueden adaptarse a las presiones selectivas introducidas por el ambiente y evolucionar”.
Que la información que pasa de progenitores a su descendencia esté codificada en forma de ADN es, por supuesto, la solución química que ha hecho posible en la Tierra la vida tal y como la conocemos. Ahora bien, ¿es la única solución posible para que se perpetúen formas de vida, que, evidentemente, serían diferentes a la terrestre?
Especulo a menudo con la posibilidad de que existan otras soluciones moleculares que hayan surgido en otros planetas, o incluso que algún día se encuentren en algún laboratorio, compuestos tal vez en los que una biomolécula como el carbono no esté presente, aunque reconozco que es difícil por las muchas virtudes químicas –enlaces posibles con otros elementos– que este posee. El tiempo dirá, pero por el momento la exigencia de “información codificada en forma de ADN” es una condición razonable.
Otro punto que es interesante señalar es el de la selección de los indicadores que se pretenden observar en los programas de investigación que buscan vida extraterrestre en alguno de los más de 5.500 exoplanetas detectados hasta el momento, mediante la utilización de telescopios o sondas espaciales. Hasta ahora, y razonablemente, se hacía por comparación con la Tierra, con la vida que existe en ella.
Y esta vida necesita, salvo excepciones –como las bacterias anaerobias, de las que algunas se encuentran, por ejemplo, en el tracto gastrointestinal– oxígeno, producido mediante la fotosíntesis, proceso cuyo “motor” es la energía de la luz del Sol y que surgió hace aproximadamente 2.400 millones de años cuando aparecieron unas algas denominadas cianobacterias, la primera especie conocida capaz de fotosintetizar.
Esencial para la fotosíntesis es una familia de pigmentos de color verde, las clorofilas. Con anterioridad a las cianobacterias existían unos microorganismos que también utilizaban la luz solar para producir energía, pero no oxígeno, y que en lugar de clorofila empleaban una molécula de color púrpura denominada “retinal”.
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De manera que en lugar de una “Tierra verde” lo que habría existido entonces es una “Tierra púrpura”. Y este es un punto importante, porque hasta el momento lo que ha predominado en la búsqueda de vida extraterrestre es tratar de identificar “firmas” (datos de espectros luminosos) relacionadas con el verde. Pero ¿y si la vida que ha prosperado en algún exoplaneta es tal que el color dominante es el púrpura y no el verde?
Un artículo, ‘Púrpura es el nuevo verde: biopigmentos y espectros en mundos púrpuras parecidos a la Tierra’, publicado en abril en la revista Monthly Notices of the Royal Astronomical Society firmado por seis científicos –encabezados por Ligia Fonseca Coelho–, la mayoría del Instituto Carl Sagan de la Universidad de Cornell (Estados Unidos), explora esta posibilidad, presentado modelos de exoplanetas semejantes a la Tierra, o diferentes (por ejemplo, mundos oceánicos, planetas helados o cubiertos de nieve), en cuya superficie dominan las bacterias púrpuras.
“Nuestra investigación –escriben– proporciona una nueva fuente para guiar la detección de bacterias púrpura y mejorar las probabilidades de detectar vida en exoplanetas con los telescopios futuros”.
Quién sabe qué novedades nos deparará en el futuro la astrobiología. Al fin y al cabo, el Universo ha sido y continúa siendo una fuente de sorpresas: cuásares, púlsares, estrellas de neutrones, agujeros negros, materia y energía oscuras… ¿Acaso algún día se detecten también los famosos agujeros de gusano, o, incluso, otros universos?