Un nuevo descubrimiento sobre el asteroide que extinguió a los dinosaurios
Un trabajo publicado en la revista Science sostiene que el cuerpo celeste responsable del final de la era mesozoica procedía de más allá de la órbita de Júpiter.
El Universo es un lugar violento, hasta tal punto que es una rara, y desde luego temporal, casualidad que haya surgido vida con cierto grado de permanencia en uno de los cuerpos que lo forman, el planeta Tierra.
No es posible imaginar cataclismo más extremo que el del su nacimiento, el Big Bang, pero este se encuentra demasiado alejado en el tiempo, en torno a hace 13.800 millones de años, como para constituir un peligro actual; de hecho, la huella que advertimos de él es el célebre y muy debilitado —los años pasan hasta para el Universo— fondo de radiación de microondas.
Sin embargo, como si se tratase de una herencia genética, la violencia cósmica aflora constantemente. Resulta que los agujeros negros, esos descomunales Gargantúas, abundan, como muestran las nuevas tecnologías astrofísicas. Y parece que, en el centro de todas las galaxias, ciertamente en la nuestra, la Vía Láctea, hay uno situado, que va devorando, introduciendo en su misterioso seno, todo lo que lo rodea, tal vez hasta que no quede de nuestra galaxia nada, excepto él.
Y si el Universo es hijo de un descomunal parto explosivo, nosotros, los humanos, y con nosotros millones y millones de otras especies terrestres, somos hijos de otro tipo de explosión, no cósmica sino astrofísica, la de una supernova que dispersó por el espacio elementos químicos, más pesados que el hidrógeno y el helio, que forman nuestros cuerpos.
Uno de los cataclismos más famosos que ha sufrido la Tierra es el asteroide (cuerpo celeste rocoso de pequeño tamaño a escala planetaria) que impactó contra ella hace 66 millones de años y que produjo una gran extinción de especies animales y vegetales, alrededor de un 60 por ciento, entre las que se encontraban los dinosaurios no aviarios.
La quinta gran extinción terrestre de los últimos 540 millones de años, el período en el que los animales se difundieron por la tierra. En uno de mis artículos recientes, me refería a la falta de una cultura común entre las generaciones de más edad y las de los más jóvenes, pues bien, este acontecimiento de la historia terrestre sí forma parte de la "cultura compartida".
Más allá de Júpiter
Se sabe mucho de esta colisión. El tamaño del asteroide, de entre 10 y 15 kilómetros de diámetro, el lugar donde cayó, en Chicxulub, en el golfo de México, y el tamaño del cráter que originó, 180 kilómetros. Pero para lo que no había respuesta hasta ahora es la procedencia de ese asteroide. Un trabajo publicado en la revista Science el 15 de agosto pasado, encabezado por M. Fischer-Gödde, de la Universidad de Colonia, sostiene que procedía de más allá de la órbita de Júpiter.
Para llegar a esta conclusión, el grupo de Fischer-Gödde analizó la distribución en el asteroide de los isótopos del rutenio, un metal de transición —elementos químicos situados en la parte central del sistema periódico— del grupo del platino, de número atómico 44 y extremadamente escaso en la Tierra.
También tuvieron en consideración la composición del asteroide, su tipo. Una de las razones para seleccionar el rutenio se debe a que la capa de polvo que se depositó sobre la superficie de la Tierra, tras el choque del asteroide de hace 66 millones de años, contiene elevadas concentraciones de elementos del grupo del platino, como el iridio y el rutenio.
El tipo de asteroide depende de en qué parte del Sistema Solar se produjo. El Sistema Solar fue formándose a partir de una nube molecular. La zona central —que finalmente ocuparía el Sol— estaba demasiado caliente como para que compuestos volátiles como el agua o los que contienen carbono pudieran condensarse, de manera que los asteroides que se formaron allí eran pobres en volátiles y ricos en silicatos, los compuestos más frecuentes, forman en torno al 95 %, en las rocas y minerales de la corteza terrestre.
Por el contrario, los asteroides que se formaron más alejados de ese núcleo central de la nube eran ricos en carbono y en elementos químicos volátiles, en consecuencia, tienen un alto contenido de carbonatos (el más abundante es el carbonato cálcico), los denominados de tipo C. En cuanto a los isótopos de rutenio, su distribución en la nube era irregular, y esa heterogeneidad la muestran los asteroides.
El grupo de Fischer-Gödde no sólo tomó muestras de la distribución de los isótopos de rutenio asociadas al asteroide que impactó en Chicxulub, sino también de otros cinco lugares donde se conoce que se produjeron otros impactos. El resultado de los correspondientes análisis indica que el asteroide que impactó en Chicxulub debió de ser del tipo C, y por consiguiente originado más allá de Júpiter, mientras que los otros cinco son consistentes, por sus contenidos, con asteroides del tipo de los silicatos, esto es, formados más cerca del Sol.
Un cráter del tamaño de Alaska
Esto nos recuerda que formamos parte de un conjunto planetario que, en última instancia, posee unidad, de pasado, de presente y de futuro. De hecho, por mucho que nos parezca enorme el asteroide de Chicxulub, los ha habido mucho mayores, como acaba de anunciar Naoyuki Hirata, de la Universidad japonesa de Kobe, en un trabajo publicado en la revista Scientific Reports.
Basándose sobre todo en los datos topográficos que se conocen de Ganímedes, la luna más grande de Júpiter y la mayor del Sistema Solar (tiene 5.262 kilómetros de radio), Hirata ha deducido que hace 4.000 millones de años, un asteroide veinte veces mayor que el de Chicxulub impactó contra ella.
Se conocía desde hace tiempo el gigantesco cráter que aquel choque produjo —aproximadamente del tamaño del Estado de Alaska—, pero no su origen, que Hirata ha podido deducir a través de complejos cálculos con computador y teniendo en cuenta detalles como la posición y orientación del cráter.
De hecho, el caso de Ganímedes no es el único que se conoce: de imágenes obtenidas por la sonda espacial de la NASA New Horizons, los científicos han deducido que un asteroide parecido al de Ganímedes alteró la distribución del hielo de Plutón y desvió su orientación en tiempos lejanos.
Ejemplos como estos nos muestran cuánto de extraordinario, para nuestros parámetros terrestres, ocurre en el Universo. Somos una minúscula e indefensa gota de polvo en un inmenso océano cósmico.