Image: Mendoza y Von Trier encienden la pantalla

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Cine

Mendoza y Von Trier encienden la pantalla

Amenábar aburre con la didáctica y embotada Ágora

18 mayo, 2009 02:00

Ameábar, primero por la derecha, junto al equipo de Ágora. Foto: EFE

Carlos Reviriego (Cannes)
(Especial para ELCULTURAL.es)
Kinatay, el filme del filipino, que ya presentó el año pasado en la Croisette la extraordinaria Serbis, se propone colocar al espectador en la piel de un agente recién salido de la academia de Policía de Manila para que experimenta una traumática y sangrienta "noche de aprendizaje". Recién casado y padre de un niño, el joven policía se convierte en cómplice pasivo de la incruenta barbarie a la que sus compañeros someten a una prostituta que ha adquirido demasiadas deudas con el jefe de la brigada. "Integrity once lost, forever lost", reza el lema policial escrito en su uniforme, y estas palabras sostienen el fondo moral de un film de extraordinario impacto dramático y audacia visual. En una secuencia de insondable densidad psicológica, planteada como un auténtico y justificado tour de force cinemático, Mendoza se atreve a rodar prácticamente en absoluta oscuridad y sin elipsis temporales un infernal viaje de más de veinte minutos en el interior de un furgón policial, que ya se cuenta entre lo más inquietante y portentoso que se ha visto de momento en el festival. Esta dura escena, en la que no en vano trabaja más el sonido que la imagen, es sólo el principio de una noche en la que repentinamente va tomando forma la más inconcebible de las barbaries, que aparentemente está basada en experiencias reales. El primitivismo humano ocupa el interés de Mendoza, que retrata a sus personajes con pasmosa y escabrosa verosimilitud, materializando en la pantalla la arbitrariedad de la inclemencia y la psicopatía policial en un sistema envenenado de corrupción, impunidad y locura.

Lars von Trier también pone a prueba la sensibilidad del espectador en la aún más escabrosa, espeluznante y desproporcionada Anticristo. El autor de Rompiendo las olas, con la que ganó la Palma de Oro hace varios años, ha regresado a Cannes con el placer del escándalo como bandera, en un filme excesivo y eficazmente provocador, pero cuyas potentes imágenes carecen de consistencia dramática. Sexo, violencia y satanismo se entrelazan sin solución de continuidad en la película que contiene los momentos de violencia más explícitos, insanos y pasmosos que ha filmado nunca el danés, un verdadero profesional del escándalo que ha vuelto a representar sus más lacerantes demonios interiores. El filme narra el delirante viaje a las profundidades de la maldad humana que emprende un matrimonio que acaba de perder a su hijo pequeño en un desgraciado accidente. La mujer (Charlotte Gainsbourg) entra en depresión y es su propio marido (Willem Dafoe), también su terapeuta, quien trata de rescatarla de su profundo estado de ansiedad y catatonia obligándola a enfrentarse a sus miedos más viscerales. El relato, narrado en seis capítulos, nunca supera el memorable prólogo, una secuencia en blanco y negro, a cámara lenta y con ópera, que pone en marcha un desafío psicológico que fluctúa entre lo onírico y lo vivido, lo fantástico y lo demoníaco.

El Ágora de Amenábar decepciona
La expectación en torno a Ágora estaba justificada. Un peplum con actores internacionales en manos del director más taquillero del cine español, bajo un modelo de producción de ambiciones internacionales prácticamente insólito en España. El resultado es decepcionante: una película de voluntad excesivamente didáctica y redundante, con una galería de personajes monolíticos, y cuya carencia de ritmo y desarrollo dramático aboca sus casi dos horas y media de metraje a los dominios del tedio. Sorprende gratamente la opción del autor de Los otros por alejarse del paradigma del peplum norteamericano más reciente, renunciando a llenar el filme de grandes secuencias de acción y efectos digitales, pero el modelo que propone se estanca en un limbo indefinido, una tierra de nadie que no parece decidirse ni por el espectáculo ni por la exposición narrativa. Había una clara defensa de la muerte laica y un texto manifiestamente anticatólico en la eficaz Mar adentro, y Amenábar recupera este rumor intelectual como mensaje de fondo de su viaje a las revueltas religiosas que asolaron las calles de Alejandría en el siglo IV, cuando Egipto estaba dominado por el Imperio Romano. Lo más sorprendente de ágora es la insuficiencia de ideas cinematográficas y soluciones visuales que propone Amenábar.