Berlanguianos: El cine está de luto
Luis García Berlanga. Foto: B. Cordón
En la madrugada del sábado moría en Madrid, olvidado de sí mismo, Luis García Berlanga. Con alzheimer, "de mayor y tranquilamente", el cineasta nacido en Valencia en 1921 fue uno de los grandes, el mejor de una generación, la de los cincuenta, que supo burlar a golpes de imaginación y talento los quebrantos y miedos de la censura. Su muerte tizna de luto nuestras pantallas, tan almodovarianas hoy, pero que jamás han olvidado ni dejado de amar un cine con adjetivo propio, lleno de humor y amor, de erotismo y tristeza.Autor de obras maestras como ¡Bienvenido, Mr. Marshall! (1952), Plácido (1961) y El verdugo (1963), nadie cómo él ha retratado los secretos más íntimos de la sexualidad o las miserias de la clase media española en la transición, a vueltas con la falta de escrúpulos, el arribismo y la ambición. Tampoco su sonrisa, como la de los viejos payasos, ocultaba jamás una ternura indesmayable hacia sus personajes. Retirado desde el año 2000, los jóvenes directores veían en él un genio ajenos a modas y componendas, y a un maestro generoso de su tiempo.
El Cultural, más berlanguiano que nunca, le rinde homenaje con Bigas Luna, que estudia las claves del erotismo del director valenciano; Manuel Gutiérrez Aragón, que se pasea por sus personajes y por el personaje; Torres-Dulce, que traza un retablo sobre su obra, y Borja Cobeaga, que reconoce que Berlanga fue "el abuelo que nunca tuve". Hoy quizá todos hayamos perdido uno, aunque sepamos que debe de estar riendo, y hablando de cine con Rafael Azcona, Fernán Gómez, Agustín González, López Vázquez, o Luis Escobar.
Hay destinos predeterminados, y el de Luis García Berlanga era asisitir a una proyección de El Quijote de Pabst para que lo que allí viera despertara su verdadera vocación. Poco sabía entonces, en plena adolescencia, que algo muy parecido a lo que Cervantes significa para la literatura española, él iba a significarlo para la cinematografía. Hasta entonces, el valenciano nacido en 1921 había encauzado su creatividad artística y visual hacia la pintura, y después de dar varias vueltas -a los ocho años sus padres le trasladaron a un sanatorio en Suiza, a los catorce pintaba y escribía poesía y a los dieciocho se matriculó en Derecho, Filosofía y Letras, estudios que abandonó para enrolarse en la División Azul y con ese gesto salvar la vida de su padre, condenado por las fuerzas victoriosas del General Franco- ingresó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid el mismo año 1947 en que se inauguró. Allí intimó con Juan Antonio Bardem, tercero del popular trío de "bes" que, según cronistas, historiadores y críticos, formaría la columba vertebral del cine español: "Buñuel, Berlanga, Bardem".
De la ternura al humor negro
Obtenido su diploma de realizador con el filme en prácticas Paseo por una guerra antigua, se embarca junto a Bardem en el proyecto de Una pareja feliz (1951), que escriben y dirigen conjuntamente. Debido a obstáculos con la censura, el filme tarda dos años en estrenarse. Un año después le ofrecen realizar un drama folclórico para el lanzamiento de Lola Sevilla, que él aprovecha para escribir junto a Bardem y Miguel Mihura el guión de Bienvenido Mr. Marshall: comedia satírica sobre la ayuda económica de Estados Unidos a Europa. Sería la primera de sus obras en la que un grupo de personas intenta hacer algo que finalmente no sale, desarrollo dramático sobre el que estructura el grueso de sus películas. El filme, que dirigió en solitario, se proyectó con gran éxito en el Festival de Cannes, si bien no obtuvo ningún premio por la presencia del actor Edward G. Robinson en el Jurado, quien interpertó la última escena del filme como una vejación al pabellón de Estados Unidos. En cualquier caso, la cotización artística de Berlanga alcanzó una dimensión internacional. Para su siguiente proyecto, Novio a la vista (1954), contó con la colaboración de Edgar Neville como coguionista. En esta comedia ofrecía una visión sentimental y divertida -aunque con el filtro de amargura propio de toda su obra- de un tradicional veraneo en la playa a principios del siglo XX. Con Calabuch (1956), comedia pacifista de gran riqueza inventiva, obtuvo merecidamente el premio de la Oficina Católica Internacional de Cine en el Festival de Venecia; mientras que la comedia religiosa Los jueves, milagro (1957), con la cual termina su primera etapa como cineasta, quedó destrozada por los filtros de la censura. Esta desagradable experiencia le mantuvo alejado del cine durante cuatro años.
El tándem que formó con el guionista Rafael Azcona marcará su segunda y más interesante etapa, en la que el ternurismo de sus primeras películas dará paso a un humor negro corrosivo, grotesco en ocasiones, siempre irónico y profundamente humano. En lo formal, alcanzará pleno dominio del plano largo, complejo y abarrotado. Así, en el duro retrato y cruel crítica burlesca de la beneficiencia hipócrita y las campañas de Navidad que es Plácido (1961), además de estructurar el montaje a partir de largos planos secuencia de gran complejidad, consigue un ritmo magistral en la narración, que hace de ella, junto a El verdugo (1963), su mejor película. No en vano, Plácido fue seleccionada por Hollywood para optar a un Oscar especial, mientras que El verdugo, duro alegato contra la pena de muerte de enorme trascendencia política (todavía hoy resulta difícil de imaginar cómo sorteó la censura), obtuvo el Premio de la Crítica de Venecia. Comienza a partir de entonces una década en la que la presión ejercida por la censura, aprendida la lección, le desestima varios guiones. En estos años consigue rodar en Argentina el filme menor La boutique (1967) y, no sin problemas de producción, la burda comedia Vivan los novios (1969), que se quedó en un intento por dignificar el cine popular. Sin embargo, cinco años después se reveló como un maestro del erotismo en Tamaño natural (1974), su única aproximación al género, fábula sobre las relaciones sexuales rodada en Francia. Esta película sería la última que rueda bajo el régimen franquista y con la que culmina su segunda etapa.
Cine nacional
La tercera parte de su carrera comienza con la llegada de la democracia, y su columna vertebral es la trilogía que comienza en 1978 con La escopeta nacional y completa con Patrimonio nacional (1980) y Nacional III (1982), en la que retrata con certera ironía la transformación de la sociedad española durante los años de transición a través de las desventuras de la familia monárquica Leguineche. Aunque estas obras -escritas todas con Azcona- alcanzan récords de taquilla en España, no logran la trascendencia internacional de anteriores trabajos, confirmando una vez más la convicción del propio Berlanga de que su cine no pasa fácilmente la barrera española. Recurriendo a su característico humor, el realizador ha justificado en varias ocasiones esta realidad: "Debido a su coralidad, mi cine es muy difícil de subtitular". Terminada la trilogía, durante la cual obtiene el Premio Nacional de Cinematografía (1980), recupera un guión sobre la guerra española escrito con Azcona veinticinco años atrás, La vaquilla, que rueda en 1985. Quizá es su obra más pesimista aunque también una de las más divertidas, combinación, la del humor y el pesimismo, que siempre le ha acompañado.
Haciendo gala una vez más de su magistral uso del plano secuencia, que cada vez maneja con mayor soltura, rueda Moros y cristianos (1987), última película escrita junto a Rafael Azcona, y sin duda el peor de sus trabajos en común, en el que da muestras de verdadero agotamiento creativo. La visionaria y premonitaria Todos a la cárcel (1993) la escribe con su hijo Jorge Berlanga,. En 1997 dirige la serie Blasco Ibañez, su única incursion en el medio televisivo. Con París-Tombuctú (1999), el recorrido de un hombre en el crepúsculo de su vida, anuncia su "jubilación" del cine, no sólo como realizador sino como espectador. A partir de entonces se dedica en cuerpo y alma a la direccion y puesta en marcha de La Ciudad de la Luz. Sin embargo, su decisión de retirarse del cine la incumple en 2002, durante el 50 aniversario de ¡Bienvenido, míster Marshall!, para rodar el cortometraje El sueño de la maestra. Este plano secuencia, el último que rodó, es un duro alegato contra la pena de muerte.
FILMOGRAFíA
[Leer filmografía comentada]
Esa pareja feliz (1951)
¡Bienvenido, míster Marshall! (1952)
Novio a la vista (1953)
Calabuch (1956)
Los jueves, milagro (1957)
Plácido (1961)
La muerte y el leñador. Episodio de Las cuatro verdades (1962)
El verdugo (1963)
La boutique (1967)
¡Vivan los novios! (1969)
Tamaño natural (1973)
La escopeta nacional (1978)
Patrimonio nacional (1980)
Nacional III (1982)
La vaquilla (1985)
Moros y cristianos (1987)
Todos a la cárcel (1993)
Blasco Ibánez (1997) TV
París-Tombuctú (1999)
El sueño de la maestra (2002) Cortometraje