Image: Denis Villeneuve contra los espejos

Image: Denis Villeneuve contra los espejos

Cine

Denis Villeneuve contra los espejos

11 octubre, 2013 02:00

Hugh Jackman protagoniza Prisioneros de Denis Villeneuve.

En apenas unos meses, el cineasta canadiense Denis Villeneuve, autor de 'Incendies', estrenará dos películas simultáneamente. Películas tan opuestas como complementarias. Hoy se estrena 'Prisioneros', un prodigioso ‘thriller' con Hugh Jackman que funciona como un mecanismo de relojería, y más adelante llegará a nuestras salas 'Enemigo', particular adaptación, en clave fantástica, de 'El hombre duplicado' de José Saramago. Las dos son extraordinarias.

Recordaba Borges, siempre él, que en cierta ocasión le llamó la atención Bioy Casares sobre el hecho de que "uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres". Denis Villeneuve, director de cine y canadiense, no participó en la conversación de los argentinos (o quizá sí), pero sin duda sabe de lo que hablaron. De hecho, este año él mismo ofrece su cuerpo como prueba del riesgo de enredarse con espejos. Eso o, quién sabe, si con las cópulas. El caso es que vive multiplicado y perfectamente abominable.

De repente, la cartelera (y antes de ella, los festivales de Toronto y San Sebastián) ofrece dos versiones por separado de un mismo cineasta. Por un lado, Enemigo o, como él mismo prefiere definirla: "Una investigación sobre los límites del subconsciente". Del otro, Prisionero (con la estrella Hugh Jackman dentro) o, como él la nombra: "Un intento por trascender los límites del thriller fabricado en Hollywood". La primera es una obra vocacionalmente pequeña resuelta en el genio de un autor; la segunda, un esfuerzo imposible por esconder al autor detrás de una gran producción. Denis Villeneuve es, antes que director, autor de cine. O las dos cosas a la vez. Él contra él mismo. Él por duplicado. Queda, por perfectamente confuso, perfectamente claro. "No puedo renunciar a ninguna de las dos películas aunque su origen es muy diferente. Una fue el resultado de un encargo y la otra de una necesidad. Lo que ocurre es que surgió la posibilidad de hacerlas a la vez. ¿Y quién se resiste a ser dos veces?", dice en el festival donostiarra incapaz de citar una sin referirse a la otra.

De alguna manera, aunque opuestas, las dos se antojan complementarias, se justifican entre ellas y, como en un espejo, crecen. "El espejo es el objeto más misterioso y extravagante del que ha sido capaz el hombre", comenta. "Nada nos define tanto como la capacidad única de reconocernos a nosotros mismos en su reflejo", concluye con aire meditabundo. Es más, una de ellas, la rara, la extraña, la indescifrable, Enemigo, habla precisamente de espejos. Ése es su único argumento. Sobre la novela de Saramago El hombre duplicado, y con la ayuda del guionista Javier Gullón, el realizador de Quebec confecciona una turbia, sugerente y 'resacosa' reflexión sobre la figura del doble. Todo un clásico de nuestro tiempo; un lugar común que atraviesa el periplo existencial de la literatura desde la Grecia clásica (Narciso) al Borges citado, pasando por Stevenson (la pesadilla de Hyde), Wilde (el horror de Dorian Gray), Dostoievski o, ya puestos, el mismo insecto repugnante de Kafka.

Somos eso: la proyección de todas nuestras carencias, miedos y deseos no cumplidos. Tan pegajoso. Pues bien, Villeneuve se atreve a desmontar el mito del ‘otro' en la figura atormentada de un profesor de universidad que, un buen día, se descubre a sí mismo en un película. De repente, él es un actor tan perfectamente desconocido como, y aquí el quid de la ‘identidad', idéntico. La vida en dos pieles. Lo que sigue es un viaje al fondo de la pesadilla de estar vivo. Y solo. Tal cual. ¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos a oscuras? ¿Somos lo que creemos ser, lo que los demás creen que somos o el reflejo de lo que nunca llegaremos a ser? Pero, ¿quién duerme al lado? La resaca.


Un fotograma de Prisioneros con Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal.

Villeneuve quizá habla de sí mismo; de la historia de un cineasta que un buen día se descubre durmiendo con su cadáver, como una parte más del cuerpo de la industria que niega. "Vengo de una cultura en la que cuando ruedas tienes la impresión de tomar las decisiones de manera conjunta. En Hollywood no. Ahí tú eres el jefe y tienes que cuidar lo que dices porque tu palabra es palabra de Dios. Intimida y entristece tener de repente tanto poder. Estás solo con tus errores", dice elíptico. Prisioneros es el reflejo de tanto poder; es la extraña criatura en la que se transformó Gregor Samsa. E igual de repulsiva. Es un thriller, sí, pero tan milimetrado que más parece la obra de un relojero empeñado en construir el autómata perfecto: el reflejo exacto de sí mismo. Sobre el papel nada lo distinguiría de cualquier otro.

La desaparición de dos niños en la plácida vida suburbial del primerísimo de los mundos desencadena la protocolaria reacción en cadena. Asuntos tales como la perversión, la oscuridad y el miedo guían los pasos a una historia con el beneficio de la fiebre. Se diría que la simple proyección especular de cualquier otro hijo de su género. Sin embargo, Villenueve se las arregla para disponer la maquinaria de Hollywood a su servicio. El director de Incendies consigue volver a una de sus obsesiones preferidas para radiografiar con precisión el rostro gris oscuro, casi opaco, de la violencia cotidiana, banal. "Pese a todo, pese al tamaño de la producción inédita para mí, tengo clara consciencia de que la película es mía", corrobora en un alarde de inmodestia. Cabría añadir que la cinta no sólo es suya, sino que es él. La precisión con la que hace encajar las piezas del género nos devuelve a los argumentos retorcidos y puntuales de sus anteriores trabajos. Y lo hace con la misma habilidad con la que la luz enfangada de la fotografía nos ofrece la mejor versión (la claustrofóbica) de su autor. Todo en Prisioneros funciona como la mejor imagen de un mundo que se quiere y se ofrece despiadado. No hay más opción que la crueldad, nos viene a decir.

Y, como en Enemigo, pero de otra manera, la estrategia consiste en atormentar al espectador, en acosar su mirada hasta desestabilizarlo. De repente, la pantalla se convierte en el escenario tumultuoso, voraz y desasosegante de una pesadilla demasiado reconocible y común. Y aquí las dos películas coinciden. Bien es cierto que Enemigo va más allá. Mucho más allá. Si Saramago, autor realista, presentaba su paradoja en un escenario perfectamente verosímil, Villeneuve se arriesga a dar un paso más. Al fin y al cabo, el género fantástico existe para decodificar pistas y aligerar el camino de la mirada. Y así, en un equilibrio inestable y, el relato avanza entre el sueño, la realidad y el reflejo de ambos en los temores de un excelente Jake Gyllenhaal, actor duplicado como el propio director. Y todo por culpa de los espejos que, ya nadie duda, iluminan a Villeneuve con la contundencia que obligaron a Borges a su ceguera. Y llegados a este punto, luz y oscuridad se antojan lo mismo: el sueño efímero de cualquier espejo.