Image: El terror (físico) en primera persona

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Cine

El terror (físico) en primera persona

11 julio, 2014 02:00

La actriz Eva García-Vacas en La Cueva

Es una de esas intermitentes sorpresas del cine español. La cueva, de Alfredo Montero, propone una experiencia extrema que se suma a la tradición de los filmes que simulan la grabación en vídeo doméstico. Hablamos con su director y repasamos la influencia de un formato que ha cosechado hitos como El proyecto de la bruja de Blair, Cloverfield o [REC].

En el despuntar del nuevo siglo, los jóvenes Daniel Myrick y Eduardo Sánchez inventaron una bruja en un bosque y el hallazgo de unas cintas de vídeo que le daban certificado de verdad. El proyecto de la bruja de Blair (2000) paracía inventar algo más que en realidad llevaba mucho tiempo inventado, pero lo hacía bajo otra piel, otro escenario: el digital. Entonces el cine de género fue tomado por la estética y los temblores de las imágenes menos nobles, por las retóricas del vídeo doméstico y el DV, como el dogma danés lo hacía por entonces en Europa causando todo tipo de sensaciones en festivales de pedigrí. Ni siquiera se respetó el melodrama o el musical, que vaciados de su solemnidad y estilización encontraban otra clase de crudeza para sus emociones. Pero fue el género del terror el que con más entusiasmo abrazó los simulacros del cine directo, sus urgencias, imperfecciones y rugosidades. Con el tiempo y las circunstancias, a la bruja del bosque le siguieron varios hitos del género. Incluso el pater familias de los muertos vivientes, George Romero, acabó sumándose al festín.

Algunos vieron entonces que el "cine playstation" retorcía con insultante desparpajo las convenciones adquiridas por el clasicismo del género, otros establecieron ecos con las vanguardias del cine-diario y el llamado "cine del yo". En todo caso, lo que una película como Cloverfield parecía dejar claro es que se abría una abismal diferencia entre observar como al héroe le persigue el monstruo que ser el héroe perseguido (y quizá devorado) por el monstruo. Glosando tanto el Apocalipsis épico como el íntimo, la película producida por J. J. Abrams y dirigida por Mat Reeves (quien estrena en breve la esperadísima El amanecer del planeta de los simios) estaba llamada a convertirse en un referente. Así lo reconoce Alfredo Montero (Niñ@s), audaz responsable de La cueva, el último de los proyectos en explorar el potencial de un dispositivo que filma el terror en primera persona, y que como la saga [REC], tiene la vocación de llevar el cine patrio a mercados internacionales.

Extrema, física y real


Una imagen de La cueva

La cueva se presentó en Sitges, donde ya despertó el apetito de expertos y profanos, pero la versión que nos llega hoy a salas tiene 40 minutos más (Morena Films entró en la producción tras ver los resultados) y, según Montero, "está manifiestamente mejorada". Desde luego, su segundo largometraje no pasará sin gloria como una más de las películas que han digerido los mitos de la fantasía con las gramáticas del falso documental, desde La bruja de Blair a Paranormal Activity. Es otra cosa. Mucho más extrema, más física y más verosimil. "Lo más interesante para mí era que me apartaba del punto de vista fantástico -explica Montero-. Todo lo que acontece en La cueva es una ficcción planteada en términos realistas, una experiencia extrema que quizá alguien pudo haber grabado". Exceptuando un prólogo y un irónico desenlace que desenmascaran el simulacro, la integridad del filme adopta el punto de vista de un joven que graba cómo las vacaciones con sus amigos se convierten en una pesadilla de supervivencia extrema cuando deciden entrar en una cueva marina y se pierden durante días en sus profundidades.

El objeto, decíamos, es habitar una realidad superior. Brian de Palma trató de llevarnos a ese nivel de la experiencia bélica en Redacted, empleando hipotéticas imágenes de cámaras de soldados, de seguridad, de ichat y de blogs para reconstruir la masacre de una familia iraquí por marines norteamericanos. Kathryn Bigelow adoptó este dispositivo en el desenlace de La noche más oscura para que el espectador pudiera sentirse por unos momentos en la piel del hombre que cazó a Bin Laden. La experiencia de inmersión que plantea La cueva es sobre todo de carácter corpóreo, al colocar a sus actores en manifiestas condiciones y situaciones de riesgo físico, de modo que, a la manera de Werner Herzog, el simulacro en el marco de la ficción acaba emergiendo como el documental de un rodaje extremo. "La oscuridad, la humedad, el irrespirable ambiente generó grandes tensiones. Una de las actrices me confesó el último día de rodaje que tomaba ansiolíticos todos los días para sobrellevar la claustrofobia. Y todo eso traspasa la pantalla -argumenta Montero-. Nos hemos jugado el tipo y eso convierte la película en lo que es". Los cinco actores, qué menos, deben ser acreditados como co-autores: Marcos Ortiz (de hecho es socio de la producción), Eva García-Vacas, Marta Castellote, Xoel Fernández y Jorge Páez.

Una de las actrices tomaba ansiolíticos para la claustrofobia. Nos hemos jugado el tipo y eso traspasa la pantalla", dice Montero.

Una de las protagonistas de El diario de los muertos, donde el making of de una película de zombis se convierte en una verdadera película de zombis en primera persona, dice en un momento dado que "preferimos mirar a actuar". Ese parece ser el principio que rige todas estas propuestas. Jaume Balagueró, que estrenará en octubre la cuarta entrega de [REC], aparte de Holocausto caníbal (cuyos ecos también se escuchan en La cueva) esgrime como influencia mayor las narrativas televisivas. "De hecho, la diferencia de [REC] con otras propuestas similares es que sucedía en tiempo real -sostiene el cineasta-, de manera que la sensación de estar ahí es más acuciante, vives lo que acontece segundo a segundo". Balagueró plantea la gran paradoja a la que se enfrentan estas películas en su construcción, y que responde a la aparente neutralización de la puesta en escena: "Tienes que hacer cohabitar el cálculo del cine coreografiado con la sensación de frescura del cine directo. Es algo endiablado". No es que no haya puesta en escena, es que ésta queda diluida en el plano, en el ojo de una cámara que proyecta la percepción voyeurística y el nerviosismo corporal del miedo.

Parece ser que se llega al dispositivo tanto por necesidades de producción como por interés creativo. "Entendía que para hacer una película con pocos medios este formato me ayudaba a muchas cosas -explica el director de La cueva-, justificaba su uso. Nunca he sido fan del terror, pero utilizando found footage el género ha funcionado muy bien. Yo quería rodar una historia sencilla, con pocos actores y pocas localizaciones, y con estas necesidades llegué a la historia de La cueva". Un relato en el que el terror (la oscuridad, el derrumbe psicológico y la persecución de la muerte) no asoma en códigos fantasmales, ni es invocado con el énfasis de una partitura musical (el sonido es siempre diegético), ni ha sido fabricado artificialmente en un estudio. Las imágenes innobles de La cueva, rodada en espacios naturales, y que transcurre la mayor parte del tiempo en "visión nocturna", no se conforman con simular los embates físicos, más bien los registra. El terror encuentra así esa realidad superior. "El dispositivo siempre corre el riesgo de cansar al espectador, lo que no quiere decir que no se pueda aportar nada nuevo", dice Balagueró. Bueno, La cueva es una evidencia. Una gran conquista.