La Biblia de Ridley Scott: Sangre, sudor y polvo
El director recupera la historia bíblica en una buena película, dramática y reflexiva
5 diciembre, 2014 01:00Christian Bale da vida a Moisés en Exodus: Dioses y reyes
Hollywood se ha propuesto recuperar las antiguas historias bíblicas y, si en primavera veíamos el Noe de Darren Arronofsky, esta Navidad viene marcada por el estreno de Exodus: Dioses y reyes, de Ridley Scott, en la que el veterano maestro recupera la historia del alzamiento de Moisés contra los egipcios y su huida hacia Tierra Santa para regresar el ancestral hogar judío. La historia es conocida y la hemos visto varias veces, entre otras en aquella mítica Los 10 mandamientos (1956) de Cecil B. de Mille que marcó un hito, o la más reciente El príncipe de Egipto (2007) en la que DreamWorks nos lo contaba con dibujos animados, por citar solo dos casos entre centenares si contamos las innumerables versiones televisivas, teatrales o en hockey sobre hielo que ha habido.Ya sabemos de qué va el asunto: Moisés, hermanastro "listo" del heredero al trono Ramsés, descubre sus verdaderas raíces hebreas y es expulsado de Egipto por el hombre al que llamaba hermano cuando el anciano faraón muere y el joven accede al poder. Desde la clandestinidad, liderará la rebelión de los esclavos semitas contra su hermano, plagas bíblicas mediante. Supone, de hecho, el regreso de todo un veterano Scott (que rueda a un ritmo endiablado) a un terreno conocido, el del péplum apoteósico al estilo de Gladiator (2000). Aquí también vemos a un hombre valeroso luchar contra su destino, o los grandes dramas históricos con impresionantes batallas que Scott ha tenido tiempo de ir perfeccionado en películas como 1492: La conquista del paraíso (1992) o El reino de los cielos (2005).
La película está dedicada, curiosamente, al célebre hermano de Ridley, Tony (el director de Top Gun), y no deja de ser curioso en un filme que presta mucha atención precisamente al conflicto entre los dos hermanos, el legítimo y el ilegítimo, el bueno e inteligente y el brutal y zafio. Es una película apabullante de ver -el 3D ayuda mucho-, que recrea el Egipto clásico con mayor despliegue de realismo y con los efectos especiales más avanzados de la historia, pero al cineasta lo que más le interesa en todo momento es el conflicto ético de ese Moisés perpetuamente con el ceño fruncido al que da vida Christian Bale con exceso de celo (no hace falta estar tan enfadado todo el rato). Moisés es una figura trágica que habla con Dios pero tiene tendencia natural a ponerlo todo en duda, incluida la palabra del Señor, y se debate fieramente entre la identidad con la que creció y aquella que no le fue revelada hasta más tarde.
Son muchas las interpretaciones culturales y psicológicas de la rebelión de Moisés y la historia de los celos fraternales pertenece al origen de la propia humanidad según la Biblia, no en vano todo empezó cuando Caín se cargó a Abel corroído por la envidia. El profeta de los judíos cumple su destino liberador casi a regañadientes y al propio Dios, más favorable a los métodos contundentes, no le convence el terrorismo de baja intensidad con el que su elegido decide luchar contra la tiranía egipcia. Y las plagas, las famosas plagas, aumentarán su crueldad ante el pasmo de un Moisés que aprende a ser judío pero al que le cuesta desprenderse de su antigua identidad. No es un revolucionario entusiasta, es más bien un hombre atormentado por un designio que tan solo va comprendiendo sobre la marcha.
Más dramática y dialogada de lo que suele ser habitual en superproducciones de Hollywood, Exodus se plantea como una reflexión sobre el poder (el humano y el divino), la fe, el destino y como metáfora universal de la lucha por la liberación de los oprimidos así como tortuosa reflexión sobre la identidad. El cineasta no embellece el pasado y el Egipto que vemos en pantalla es impresionante pero no lustroso o brillante, es un mundo duro regido por la brutalidad y la barbarie donde los esclavos hebreos mueren como moscas y la gente se pasa la vida quemada por el sol soportando todo tipo de inclemencias y barbaridades, que no dejan de recordarnos a la crueldad medieval del actual Estado Islámico o las guerras africanas.
Es una buena película, en la parte central extraordinaria, donde el cineasta pone en solfa conceptos como terrorismo o liberación, siempre tan ambiguos, y que lanza apasionantes preguntas sobre nuestros orígenes. No deja de ser curioso, por cierto, que más de tres mil años después los judíos sigan luchando por el mismo pedazo de tierra.