Aminthe Audiard, Samuel Kircher y Jaime Rosales, durante el rodaje de 'Morlaix'. Foto: Quim Vives

Aminthe Audiard, Samuel Kircher y Jaime Rosales, durante el rodaje de 'Morlaix'. Foto: Quim Vives

Cine

Jaime Rosales estrena 'Morlaix': "Soy el único creador que busca conquistar la libertad"

Después de tres películas de vocación comercial, el cineasta retoma el riesgo de sus primeras películas con una historia sobre el final de la adolescencia.

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11.00 de la mañana en el Café Gijón. El ajedrezado de baldosas granate y marfil del histórico local del Paseo de Recoletos madrileño conduce, siguiendo primero el movimiento del caballo y después el de la torre, hasta la mesa que ocupa al fondo Jaime Rosales (Barcelona, 1970), que se encuentra porfiando con un apetecible cruasán mixto a la plancha.

“Me gusta mucho el ajedrez”, asegura tras el jaque mate al tentempié. “En el ajedrez, siempre tienes una estrategia para que la partida vaya por donde te interesa. El problema es que el rival tiene sus propios planes y puede que no coincidan con los tuyos, de manera que te ves obligado a recular. Me pasa lo mismo con mi carrera cinematográfica”.

Tras tres películas de vocación comercial, Hermosa juventud (2014), Petra (2018) y Girasoles silvestres (2022), Rosales estrena Morlaix, un filme en el que retoma el riesgo y el sello autoral de sus primeros trabajos: Las horas del día (2003), La soledad (2007) –por la que ganó los Goya a mejor película y dirección–, Tiro en la cabeza (2008) y Sueño y silencio (2012).

“Siempre pensé que mi carrera iba a ir por la vía de la libertad artística, pero en un momento dado me di cuenta de que podía llevarme a un lugar indeseable. Por eso decidí dar ese giro comercial. Lo que pasa es que, tras tres películas, el siguiente paso en esa dirección ya no me interesaba. Ahora tocaba emprender la marcha en la dirección opuesta, hacia la radicalidad”.

En Morlaix, película rodada en francés, en el pueblo de la Bretaña que le da título, Rosales aborda la historia de dos adolescentes que se acercan a la edad adulta, Gwen y Jean-Luc, interpretados respectivamente por la estrellas emergentes Aminthe Audiard y Samuel Kircher, ambos con apellidos notorios en la industria. Ella es responsable y magnética; él, un romántico. La atracción entre ambos, irrefrenable.

Pregunta. ¿Por qué le interesaba esta fase de la vida?

Respuesta. Es particularmente interesante, porque es la transición de la etapa estética a la etapa ética. El adolescente tiene que elegir un oficio y una persona para fundar una familia. Es una época de construcción, pero también de abandono. Y lo que me interesa es la angustia que produce la decisión, el tomar algo y descartar todo lo demás. Hay algo hermoso, vital y trascendente ahí. La película se centra en temas como el amor, la muerte, la libertad, el sentido de la vida, la felicidad… Pero no hay ni un solo aspecto político o sociológico. Esto es muy contracultural en el cine de hoy, que es pura sociología.

P. Ambos personajes han perdido a un ser querido. ¿Quería entrelazar adolescencia y muerte?

R. La muerte es esencial porque es el gran tabú de nuestra época. En ese sentido, ha
reemplazado al sexo, en torno al cual todo está ya aceptado y normalizado. De la muerte no se habla. Incluso hay una visión médica que solo atiende al dolor físico. Pero el problema de la muerte no es el sufrimiento, el problema es existencial, que nuestra vida se acaba. Escamotear esa realidad nos impide tomar las decisiones correctamente. Deberíamos colocar la muerte en nuestra brújula para aprovechar la vida con intensidad y sentido, y en mi película está en el centro.

Tanta importancia tiene en Morlaix el tema como la forma. Se trata de un filme que apuesta por lo analógico, que alterna imágenes en 35 mm en blanco y negro y en 16 mm en color en formato cuadrado, que introduce fotografías y que funciona en su dramaturgia como una matrioska que esconde varias películas, unas dentro de otras, una vez que los personajes acuden a una proyección en una sala de cine.

“La forma es esencial”, explica Rosales. “En cuanto se empieza a definir la historia, siempre tengo un doble reflejo: establecer la matriz fílmica o la poética cinematográfica y pensar en cuánto dinero puede costar esa propuesta. En Morlaix acabé comprendiendo que había una película interior y otra exterior y dos matrices, desincronizadas. Y las elegí por mi gusto estético: por un lado, el blanco y negro anamórfico, y, por otro lado, el 16 mm esférico.

P. Estas matrices parece que se alternan de manera aleatoria. ¿Es así?

R. Tenía muy claro que el cambio de la estética no tenía que estar subordinado a la historia o el drama. Quería emancipar la forma de la dramaturgia. Es un acto de voluntad que pretende transmitir el valor de la libertad al espectador.

Gritar “acción” en Morlaix

P. ¿Cómo ha acabado rodando una película en un pueblo de la Bretaña?

R. Pues surgió de manera casual. Durante la promoción de Petra en Francia me enviaron a Morlaix, y tuve una gran epifanía con el lugar, a pesar de que no tenía ninguna relación con la Bretaña. Lo que sí tengo es educación francesa, estudié en el Liceo Francés. Se me ocurrieron algunas ideas: el acueducto, un suicidio, gente joven… Con eso entró un productor y empezamos a montar la financiación. Y un día me encuentro en Morlaix gritando “acción” a una cámara.

Aminthe Audiard, en 'Morlaix'

Aminthe Audiard, en 'Morlaix'

P. ¿Qué el personaje de Samuel Kircher se llame Jean Luc es un homenaje a Godard?

R. Es posible. De hecho, la secuencia del baile está inspirada en Bande à part (1964). Es un director al que admiro mucho, pero, como ocurre con Fellini, también es peligroso: si intentas hacer lo mismo que él te sale un pastiche. Es curioso, creo que esta es la más libre de todas mis películas y, al mismo tiempo, la que siento que tiene más influencias. Hay puntos de conexión con John Ford, Hitchcock, Truffaut, Chaplin… Tiene hasta un hálito poético transcendental, incluso cristiano.

P. El momento en la sala de cine resulta desconcertante. ¿Qué buscaba con él?

R. En el filme, hay varias películas y todas se llaman Morlaix. Todas están confundidas. Y es esa confusión lo que le entrego al espectador. No sé bien cómo se interpreta. Es una inspiración. Creo que coloca a la ficción en el diván del psicoanálisis. ¿Y qué ocurre en el diván? Eso es más difícil explicarlo. A ti te puede ocurrir una cosa y a otro espectador, otra totalmente diferente.

P. ¿Es, por tanto, la película una reflexión sobre la propia ficción?

R. Las historias que creamos están relacionadas con nosotros y, al mismo tiempo, no. La conclusión a la que llego es que la ficción es una herramienta para hacer más inteligible la vida. Mientras vivimos, mientras estás comiéndote un cruasán, no entendemos ni reflexionamos sobre la propia vida. Un futbolista tampoco piensa qué es el fútbol mientras está jugando. Necesitamos que la ficción nos dé esa pausa para pensar y entender. Pero la ficción también nos debería hacer reflexionar sobre la propia ficción.

P. En su cine, suele incluir actores profesionales y naturales. ¿Por qué le interesa esa mezcla?

R. Me resulta estimulante. A los actores profesionales no les gusta trabajar con naturales, aunque a veces mienten y dicen que sí. Pero, bueno, el oficio del actor es mentir. Bajo la técnica que yo empleo, el actor natural pierde la noción de su propia imagen, pero el profesional siempre quiere esconder algo de sí mismo. Por eso están todos locos, viven en una neurosis vital terrible. Quieren mostrarse a los demás y, al mismo tiempo, esconder cosas de ellos mismos. Pero en mis películas eso se rompe, porque el actor profesional tiene la necesidad de ponerse al nivel del natural y se tiene que mostrar como es, lo que me parece muy interesante, hace que aflore una verdad humana que me resulta fascinante de ver. Por eso, cuando ves a un actor profesional en mis películas, lo ves diferente. Generalmente, eso no les gusta.

Preguntas incómodas

El discurso artístico de Jaime Rosales, radical y comprometido, contrasta con su aspecto de hombre normal, vestido con sencillez y de talante serio, aunque en las distancias cortas aflora la complicidad. En cualquier caso, la profundidad de sus ideas bien podría dar aliento a una de esas famosas tertulias que acogía el lugar donde se desarrolla la entrevista, aunque entre las paredes de madera del local se perciben más turistas que intelectuales.

Rosales, en cualquier caso, entra al quite hasta en las preguntas más incómodas. ¿Qué directores españoles cree que están en esa búsqueda por conquista la libertad en la que se encuentra usted? “Solo yo”, contesta.

Samuel Kircher, en 'Morlaix'

Samuel Kircher, en 'Morlaix'

P. ¿Y cuál es el problema del cine español?

R. Al cine español no le pasa nada muy diferente de lo que le ocurre al cine en el resto del mundo. Hoy, está tutelado por dos fuerzas antagónicas: el mercado y el Estado. Hay una extraña ley que lo impregna todo y que provoca que haya muy pocas obras libres. Para mí, eso es el sinónimo de lo que es una crisis. Vivimos una crisis cultural. Y no es porque haya pocas películas, discos o libros. Más bien, es todo lo contrario. Hay una cantidad enorme, pero está tutelada y todo se parece. Los mismos temas y formas, y ligeras variantes. Hay una abundancia cargada de homogeneidad.

P. En el filme, los adolescentes discuten de manera ejemplar. ¿Realidad o ficción?

R. Dar por hecho que esa secuencia es una ficción tiene que ver con la influencia de los medios. A los medios se les supone una objetividad respecto a lo real que no existe. Deforman la realidad porque les viene bien. Bajo el prisma de los medios, la gente está muy crispada y polarizada, pero es todo una ficción. Esa charla de la película existe en todas las casas y en todas las comidas de amigos. Pero los artistas también tenemos nuestros defectos, claro, como la tendencia a embellecer la realidad. En cualquier caso, creo que vivimos en una sociedad muy respetuosa, bastante libre. Lo que sí hay es una autocensura potente y sibilina.