"Padre ochentero, implicación cero" dice el slogan de
Los aitas. La famosa "masculinidad tóxica" en todo su esplendor. Si los escritores franceses Édouard Louis (
Cómo acabar con Eddy Bellegueule) o Jean-Gabriel Péricot (
Regreso a Reims, también película) mostraron una visión muy dura de ese machismo imperante en la clase obrera tocada por la globalización y la desindustrialización,
Borja Cobeaga (San Sebastián, 1977), navega en el mismo universo en
una película menos dura pero agridulce.
Ambientada en una barriada de Bilbao a finales de los años 80, conocemos a un grupo de padres víctimas de la reconversión industrial que se busca la vida como pueden. Algunos, como el personaje de
Quim Gutiérrez siguen soñando en vano que lo llamen de la fábrica: otros, como el agrio tipo que interpreta Iñaki Ardanaz abren un videoclub o en el caso del personaje de Mikel Losada, se plantea emigrar al extranjero.
No tendrán más remedio que juntarse cuando la indisposición de sus mujeres los obliga a acompañar a un viaje a Berlín a sus hijas de unos 12 años a un campeonato de gimnasia rítmica. Les acompaña su antiguo patrón, en paro (
Juan Diego Botto). Como peces fuera del agua, los "machotes" deberán hacer verdadero caso, casi por primera vez en sus vidas, a unas hijas de las que han vivido distantes.
Con casi nueve millones y medio de espectadores, uno de cada cuatro españoles en edad de ir al cine, en 2013,
Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez-Lázaro) sigue siendo la película más taquillera de la historia del cine español. Escrita junto a
Diego San José, el tándem repitió en la también muy exitosa
Ocho apellidos catalanes (2015), que fueron a ver 5,7 millones de personas.
Cobeaga acaba de repetir su exitosa colaboración con San José en la serie Su majestad y con Los aitas retoma una trayectoria como cineasta que brilló en ese tono de la comedia agridulce con un tono lógicamente más juvenil en las historias románticas, y melancólicas, Pagafanntas (2009) y No controles (2010).
Pregunta. ¿Cómo surge Los aitas?
Respuesta. Surge como un encargo de guion de la productora, Valérie Delpierre, me propuso esta premisa de “unos padres que llevan a sus hijas a una competición internacional”. Y yo me lo llevé a mi mundo: los años 80, el País Vasco, la transición de la reconversión industrial... Los personajes de la película viven en un futuro que será o no será, el tipo del videoclub piensa que tiene futuro pero luego sabemos al ver la película que se acabaron. La idea de "comedia pocha" me gusta mucho. Pagafantas, mi primera película, ya lo era, iba de un tipo que se daba de cabezazos con algo que no conseguía en ningún momento.
P. Podríamos pensar en película feel good de "padres ariscos que aprenden a querer y escuchar a sus hijos" pero es más agridulce. ¿Cómo busca el tono entre la comedia y una cierta dureza de fondo?
R. Normalmente las películas
feel good van sobre gente que aprende y aquí aprenden algo pero es solo un inicio, no hay un recorrido de aprendizaje total. A la mañana siguiente de la película esos padres seguramente seguirán sin hacer caso a sus hijas. Marca un momento de cambio pero no es el tono complaciente de
Stranger Things de: qué bonitos los 80. Aparece esa sequedad y brutalidad.
»Y luego, el empuje quizá venía de hacer una película sobre la paternidad pero al final creo que trata más sobre "ser hijo". No te identificas tanto con ellos como con las niñas. Esos padres inexpresivos, rudos, les costaba expresarse… A mí me costaba entender a mi padre de pequeño, con la edad lo he sabido ver, pero me ha costado.
Quim Gutiérrez, Iñaki Ardanaz y Juan Diego Botto en 'Los aitas'.
P. Escuchamos esa frase de esa generación que creció en el franquismo y con estrecheces de "con lo bien que tú vives no te puedes quejar". ¿Surge un gran salto generacional con esos hijos que ya crecen en democracia?
R. Habla de un salto generaciones muy bestia de nuestros padres respecto a nuestros abuelos pero también lo fue con nuestra generación. Yo he visto a profesores llegar borrachos a clase, fumar… Se lo cuentas a alguien de ahora y no se lo cree. Ahora mismo das una torta a un niño y se monta un escándalo. Si quiero ser fiel a ese mundo, hablaban así con el "me cago en Dios" sin cortarse un pelo. No es un cuento moral. Estaba esa cosa bravucona, la sequedad, la bronca, el estar de "mala hostia" permanente. Esa rudeza estaba bien vista.
»Nuestra generación hemos visto los dos mundos. Del padre un poco ausente sin herramientas emocionales al "padre helicóptero" que está sobreprotegiendo a su hijo y se pasa por el otro lado. Aunque si sigues yendo a los chats de los colegios y las puertas también ves que ese "padre pasota" sigue existiendo y son las madres quienes se ocupan.
P. Vemos esa idea del "hombre no expresa sus sentimientos". ¿Hace mucho daño la represión?
R. Todo eso viene del complejo. No tuve los peores curas, ni pegaban ni abusaban. O no lo vimos. Pero te metían la culpa a fuego y es algo que me ha fastidiado la vida, tiene mucho que ver con esto de lo que debes hacer o no debes hacer. Nos ha puesto un poco tarados. Cuando fui a la universidad y me encontré con gente como yo, que quería hacer cine. Fue un sentimiento de pertenencia bestial. Te sentías muy solo. Y esa mentalidad todavía gotea. A mi mujer le sorprende que yo no le cuente determinadas cosas a mis amigos, me cuesta.
»Yo también vengo de Euskadi, un sitio muy peculiar. Estaba muy marcado el sentido de "para dentro", la vergüenza, el perfil bajo, el no destacar… Esa cosa de pasar desapercibido. Yo de los ocho a los quince años, era un niño con mucha imaginación, hubo un par de risas en clase, "no hagas el tonto", vergüenza ajena… y estuve diez años sin asomar la cabeza. Todo ese lo reprimí hasta la universidad cuando por fin noté que era potenciado y aceptado.
P. Vemos esa España que estrena una democracia donde laten viejas tensiones que vienen de la guerra civil. ¿Cómo quería mostrarlo?
R. Nosotros no conocimos el franquismo pero vimos los coletazos. Notabas la cercanía de la dictadura, esa grisura, de un país formándose, recuerdo cuando entramos en la Unión Europea. O el referéndum de la OTAN y Barcelona 92. Yo también viví en el País Vasco donde ETA seguía matando y estaba esa cosa de "esto no ha acabado". Eso marcaba mucho el carácter.
»Soy de San Sebastián pero viví en Bilbao cuando empezaron a construir el Guggenheim, viví ese momento de pasar de que hubiera fábricas en el centro de la ciudad a que parezca San Sebastián. No me hubiera podido imaginar que ahora hubiera patinadores como en Santa Mónica. Hemos tenido que buscar sitios en las afueras que se pareciesen a los 80. Y ha habido que buscar mucho. La película acaba con
la caída del Muro de Berlín pero quizá el final debería haber sido la primera piedra del Guggenheim.
Fotograma de 'Los aitas'.
P. En el caso de la relación de los padres con las niñas también influye el machismo, eso de "son cosas de niñas". ¿Cómo quería mostrarlo?
R. Era una manera muy cruel y retorcida porque era hacerte de menos por el simple hecho de ser mujer: te interesan los trapos y maquillarte… Lo he visto en mi familia y he querido representarlo. Hay un momento que dicen que si fueran chavales yendo a un campeonato de fútbol irían con ellos y aquí estos padres no saben ni lo que hacen. Esta no es esa película americana del padre que trabaja demasiado y acaba en la función de final de curso. En mi generación era más bien como "ah, ¿pero haces piano?". Y aún más marcado con las niñas. Muchos padres no sabían ni a qué curso iban sus hijas.
»Todo el tema de Luis Rubiales pasa porque no entienden nada, "¿por qué tengo que acosar a una tía si tengo las que quiero?". Esa mentalidad de macho dominante horrible. Ahora ves en algunos jóvenes una especie de rabia por haber perdido esos privilegios de macho. Se preguntan ¿por qué mi padre era cabeza de familia, se hacía lo que él decía y yo no? ¿Por qué esas cuotas? Parece que hay en esos jóvenes una actitud de "qué hay de lo mío". Pero las cuotas en cine por ejemplo funcionan, hay directoras de fotografía, técnicos de efectos especiales… Parece que luego lo tienen que hacer perfecto, y las mujeres tienen derecho a hacer truños.
P. Un tema crucial es la reconversión industrial que también vemos en Los lunes al sol (2022) de Fernando Aranoa, ¿lo vivió muy de cerca?
R. Cuando cae la naval, la industria de los altos hornos, era generación tras generación que habían trabajado en esa fábrica. Estabas de aprendiz desde que eras un niño, han pasado ya varias generaciones y ni te planteas que pueda acabar. A mi padre, mi abuelo, que tiene una carrera, le preguntó si quería estudiar o trabajar y fue trabajar. Él estaba convencido de que con esfuerzo sería cómodo y no pasaría nada y pasó todo. Se vio paralizado y a mí me costó entenderlo. Las películas también sirven como terapia. Me ha costado ver que él no tenía recursos para salir adelante pero yo en ese momento lo veía como cobardía.
»Los personajes de la película están en ese bloqueo que vi de pequeño. El que era más emprendedor, aunque fuera cutre, el que estaba más paralizado, el que buscaba más escapismo... No puede ser una película nostálgica cuando muestra un mundo que se desmorona hasta que desapareció. Leí hace poco una entrevista con
Felipe González diciendo que "algo se podría haber hecho mejor".