Kleiber
La edición de un caprichoso legado
17 febrero, 2005 01:00Carlos Kleiber. Foto: J.C. Guerra
Tras el reciente fallecimiento del director de orquesta Carlos Kleiber, las discográficas se han lanzado a una carrera sin frenos de cara a la edición o reedición de sus grabaciones, consideradas por los aficionados como "hitos" históricos. Conocido como el director más caprichoso de los últimos tiempos, su limitado repertorio se ha visto celebrado por cantantes, críticos y colegas. El acuerdo con sus herederos, ha permitido a Universal Music la edición de siete DVD’s así como varios CD’s con versiones hasta ahora inéditas.
Cosas que se pueden detectar asimismo en el disco más reciente que ha llegado a nuestro mercado firmado por el director hace poco desaparecido: la Sinfonía nº 2 de Borodin, editado por Hänssler, una grabación de Stuttgart de 1972, y en el que se incluye también una antigua interpretación neoyorquina de Erich. Es altamente ilustrativo el estudio comparativo. Dos versiones electrizantes y elocuentes que deben escucharse. Al hijo no le agradaba demasiado que lo conectaran con su progenitor, de quien, no obstante, conservaba y estudiaba las partituras anotadas. "El problema con Carlos -decía un productor de discos tal y como recuerda Lebrecht- es que una vez que Erich murió, contempló el mundo musical desde la óptica de un sustituto. Cuando cancela un concierto está matando a su padre, cuando obtiene una gran interpretación, se está identificando con él".
Excéntrico redomado
Pero ello no nos permite discutir la genialidad de Kleiber hijo, de lamentar su muerte cuando tantas cosas le quedaban por hacer -y que él, vago impenitente, excéntrico redomado, no terminaba de llevar a cabo- y que nos hace hoy dedicarle este recuerdo, que pretende además de explicar sucintamente su arte, recomendar algunas de sus grabaciones más logradas. Realmente habría que señalar prácticamente todas, pues visitó poco los estudios y dirigió durante años casi las mismas obras. Lo mejor casi siempre está en el vivo. Escuchándolas quizá podamos, con una observación que quisiéramos desapasionada, volver a definir su estilo directorial y a solazarnos con sus intensas recreaciones. ¿Cuál era el estilo directorial de Carlos Kleiber? El crítico italiano Michelangelo Zurletti, siempre muy riguroso y analítico, hablaba de duende, único entre los directores de hoy, un concepto un tanto difuso: "Un demonio que lo engancha apenas comienza a dirigir y lo arrastra a un mundo inflamado, de exaltación absoluta, de fiebres devoradoras. Pero un duende puesto al día en el estudio tecnológicamente avanzado, que es lo que lo distingue de otros directores viscerales: una férrea disciplina planifica aquellos febriles caminos; y las fiebres pueden consumarse sin producir daño. Kleiber ha cuadrado el círculo de visceralidad y racionalidad, único también en esto". Son afirmaciones quizá un poco categóricas, pero que nos dan pistas de por dónde circulaba realmente el insólito maestro.
Las cosas pueden aclararse -o enredarse, o abrir nuevas e inesperadas vías- si, con Zurletti, repasamos lo que García Lorca, para un ámbito muy distinto del que estudiamos, entendía por duende: "El gnomo o demonio o espíritu de la tierra... de típica ascendencia dionisíaca, medieval y romántica". "Todas las artes son aptas para la aparición de este demonio, pero donde encuentra más campo, como es natural, es en la música, en la danza y en la poesía hablada, ya que tienen necesidad de un cuerpo vivo que interprete, porque son formas que nacen y mueren en un movimiento perpetuo y alzan sus propios contornos sobre un presente exacto". Este "poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica", que decía Friedrich Nietzsche, es lo que animaba, admitámoslo así, el arte vehemente y racional al tiempo de este maestro, capaz de encandilar tanto a orquestas como a oyentes. Había algo de mágico en sus modos, en ese fluido y muelle movimiento de su batuta, en esa flexible mano izquierda, en esa elástica forma de propiciar los ataques o de sugerir las anacrusas; en ese balanceo permanente de su cuerpo e, incluso, en la expresión sonriente del rostro. La música parecía fluir de sus manos de manera absolutamente natural y fácil.
Ritmo y rubato
Había dos cosas que manejaba como nadie, el ritmo y el rubato y que tan sólo trataban de manera tan especial dos maestros tan diferentes entre sí y tan distintos a él como Willem Mengelberg y Sergiu Celibidache. Lo de Kleiber respecto al primer factor era una verdadera manía: luchaba, insistía, repetía, sudaba lo suyo para obtener el efecto perseguido que había de ser un producto de alta precisión. Pero esa exactitud no era, como a veces sucedía con interpretaciones de un Toscanini, un Ansermet o un Boulez, seca, bien que cargada de tensión; poseía un encaje más elástico, más flexible, más sugerente y sobre todo más cálido. Ahí tenemos, por ejemplo, la forma impecable e implacable que Kleiber tenía de marcar el compás, inflexible, de 6/8 en toda la escena del juego de La Traviata, sin desfallecer, como está mandado, pero también sin resultar rígido. Lo comprobamos en la grabación de estudio DG junto a Cotrubas y Domingo (1976-77). Por otro lado, el suave deslizamiento del compás, el saber acelerar y retener sin perder nunca la cuadratura, era también especialidad de Carlos Kleiber. Pocos han interpretado de esa manera tan convincente, haciendo uso de este efecto, los valses de Der Rosenkavalier; el ritmo de 3/4 está en la misma substancia de la recreación, aunque no esté realmente presente. Sus registros de esta obra son históricos. Como los de su padre. Elegimos de entre ellos, por estar en DVD, el de la ópera de Viena de 1994, con Lott, von Otter, Bonney y Moll para DG. Impresionantes, pero de sonido regular, sus dos Elektras en vivo (Steger, Tarrés, Müdl, Wildermann, Windgassen. Golden Melodram. Stuttgart, 1971; Nilsson, Jones, Szirmay, McIntyre, Craig. Golden Melodram. Londres, 1977). Por otro lado, están las páginas de los Strauss vieneses, donde la batuta se desplegaba con una propiedad y un gusto de una exquisitez sin iguales.
Rápido pero no desbocado
Hay una excepcional versión en DVD de El murciélago, asimismo para el sello amarillo, con un reparto que incorpora a Wächter, Coburn, Perry, Fassbaender (Munich, 1986), que quizá supere a la de estudio de 1975, con Prey, Varady, Kollo, Weikl, Rebroff). En DVD tenemos el Concierto de Año Nuevo de 1989 (DG). Realmente magistral. Sony editó en CD el de 1992 que presenta DG en DVD. Los tempi de nuestro director eran más bien rápidos, nunca desbocados y en todo caso al servicio de la estructura general, por las texturas claras, que hacen que se escuche la más mínima voz.
Tan lírico como virtuoso
Tenemos buenos ejemplos en las dos Sinfonías de Beethoven que suele dirigir, la mencionada Quinta y la Séptima, ambas en estudio con DG (1974 y 1975-6). Su Brahms -Sinfonías nº 2 (Philips, Láser Disc. Viena. 1991, vivo) y nº 4 (DG, 1980, estudio)- era tan lírico como virtuoso. Mozart, planteado de manera más romántica que la de Erich, resultaba especialmente caluroso: Sinfonías 33 (RE!Discover. Munich. 1996, vivo) y 36 (Philips, Láser Disc. Viena, 1991, vivo). Fulgurantes son sus versiones verdianas (La Traviata, ya señalada, y Otello, con Domingo y Freni. La Scala. 1976, Myto). Colorista sin excesos su Carmen (Domingo, Obraztsova. Golden Melodram. Viena, 1978; hay edición en VHS de Bel Canto Society), de una nitidez poética única La bohème (Pavarotti, Cotrubas. Myto. Milán, 1979; hay VHS de Bel Canto Society) y de un romanticismo certero y urgente Der Freischötz (Janowitz, Schreier, Adams. Dresde. DG. 1973, estudio).
Lugar aparte para Tristán e Isolda, cuajada de milagrosos tornasoles y de un impulso que conduce a la inexorable liberación de tensiones (Kollo, Price, Fassbaender, Moll, Dieskau. DG. 1980-81, estudio). La única pega: que, a veces, pueden cojear los repartos vocales.