Image: Una pareja infernal

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Teatro

Una pareja infernal

Se estrena en Madrid “Palabras encadenadas”

20 septiembre, 2000 02:00

Carlos Sobera y Ángeles Gonyalons, los protagonistas de la obra, se dedican a torturarse en escena

Uno de los textos más rotundos de la dramaturgia catalana de los últimos años se estrena mañana en Madrid, en el Infanta Isabel. Palabras encadenadas, de Jordi Galceran, es una obra de intriga, en la línea del cine de Hitchcock o de Amenábar, que protagonizan ángeles Gonyalons y Carlos Sobera.

Pocas veces un primer texto dramático ha conciliado tantas opiniones como Paraules encadenades (Palabras encadenadas), de Jordi Galceran (Barcelona, 1964). Con él, su autor ganó el XX Premi Born de Teatre, lo estrenó en 1997 en una coproducción entre Focus y el Centre Dramàtic de Cataluña y fue la mejor obra durante esa temporada en opinión del público de Barcelona, que le otorgó el premio "Butaca" por votación popular. Galceran, que con anterioridad ya había estrenado su segunda obra (Dakota) en una sala privada, se descubrió así ya pasada la treintena y con una pieza que se aleja bastante de lo que impera en la dramaturgia catalana actual, interesada en hablar del mundo cotidiano desde la experimentación y la fractura de lenguajes. El autor, sin embargo, se presenta con un thriller que, en opinión del dramaturgo Rodolf Sirera, "se mueve con pericia dentro de las reglas de un género que tiene ilustres precedentes, llámense Luz de gas, Crimen Perfecto o La Huella".

Un ritmo trepidante

La directora del montaje, la inglesa afincada en Barcelona, Tamzin Townsend, encuentra relaciones mucho más actuales, al señalar Tesis, de Alejandro Amenábar. Townsend, que también dirigió la versión catalana, recuerda que no tuvo ninguna duda cuando Galceran le dio a leer el texto: "A veces, los autores te dan sus obras y nunca sabes qué decirles pero éste me pareció fantástico, tuve claro que lo quería dirigir y que cualquier productor se sentiría interesado en montarlo". En su opinión, reúne unos diálogos ágiles, el tema era novedoso en teatro (cuenta la historia de un psicópata) y mantiene confuso al espectador desde el principio: "Nada es lo que parece, los protagonistas dicen tantas mentiras que el público está siendo engañado desde el principio. La obra dura una hora y 45 minutos sin descanso, pero el ritmo es tan trepidante que Galceran no da oportunidad a que éste se aburra".

Dos personajes, un hombre y una mujer, protagonizan la obra. él es un psicópata que tiene recluida y amordazada a una mujer en una especie de almacén. Poco a poco vamos descubriendo que ambos han sido pareja y que ella, Laura, no es tan inocente como parece. La víctima sabe infringir tanto dolor como el verdugo y el público difícilmente encuentra un personaje del que apiadarse porque los límites entre la bondad de uno y la maldad del otro comienzan a hacerse ambiguos. Es como el juego del gato y el ratón, un juego en el que ambos se dedican a torturarse.

Guionista de cine y TV

Por su estructura (los protagonistas juegan a las palabras encadenadas, ejercicio que sirve también para encadenar situaciones), por cómo el autor va dosificando la información para mantener el suspense y la tensión, por los giros repentinos que la historia adopta, por sus personajes tan rotundos... en fin, estamos ante una pieza de construcción ejemplar, que por su temática es más propia del cine o la televisión. Por algo, Galceran se gana la vida escribiendo guiones de televisión (como los de la serie de TV3 El cor de la ciutat) y de cine (próximamente debutará con la película Gossos).

La puesta en escena de la versión castellana, producida por Pentación, es la misma que conoció el público catalán, con la singularidad de que los actores protagonistas de entonces, Emma Viladesau y Jaume Boixaderas, han sido sustituidos por Carlos Sobera (más conocido por ser el presentador del programa televisivo 50 por 15) y ángeles Gonyalons, quien tras su etapa de actriz de musical se enfrenta a una obra de texto.

Que haya funcionado bien en Barcelona, donde después de tres meses en cartel y una gira por Cataluña volvió al Romea otros tres meses más, no significa que vaya a correr la misma suerte en Madrid. Pero, que se sepa, parte con ventaja pues tiene todos los elementos de su parte.

Mentes perversas

Imaginé a ese tipo de personas que hacen de la convivencia con su pareja un infierno, que menosprecian los derechos y las penas de los demás y escribí Palabras encadenadas

Una noche, hará ya algunos años, volvía a casa de madrugada, paseando. Era una noche cálida, silenciosa, de esas que en Barcelona sólo existen algunos días de agosto. En un parterre vi un gato gris, que parecía muy interesado en algo. Cuando estuve suficientemente cerca vi que ese algo era un pequeño ratón de color pardo. Estaban inmóviles el uno frente al otro, en tensión, mirándose. Yo no pude evitar quedarme también mirando. Estuvieron así unos segundos, supongo que valorando cada uno las posibilidades del contrario. De repente, el ratón empezó a correr hacia su derecha. El gato con un simple salto, cayó encima de él, inmovilizándole. Estuvo así un par de segundos y lo soltó, sin que el ratón pareciera haber sufrido daño alguno. El gato se había vuelto a plantar delante de su presa, y la observaba de nuevo. Unos segundos más y el ratón repitió su intento, con idéntico resultado. Y aún otra vez. Me di cuenta que estaba asistiendo a la representación viva de una frase hecha: jugar al gato y al ratón. Porque, efectivamente, el gato estaba jugando. Su superioridad era manifiesta, podía acabar con el ratón en cuanto quisiera, sin embargo, continuaba dándole esperanzas, ofreciéndole posibilidades de fuga. El juego se repitió un par de veces más, hasta que el gato en uno de sus saltos mordió al ratón en una de sus patas traseras, mientras lo mantenía inmovilizado. Estuvo un largo rato con los dientes clavados en la pata del ratón, hasta que lo volvió a soltar. El ratón intentó de nuevo huir, pero con una pata herida, probablemente rota, no podía llegar muy lejos. Se arrastraba. El gato lo siguió unos metros, hasta que, de un nuevo salto se situó otra vez delante del ratón. Se miraron. Le dio algunos golpes con la zarpa, como invitándole a correr de nuevo. El ratón lo intentó de forma patética, mientras el gato lo observaba alejarse. Se acercó de nuevo a él y lo inmovilizó. Esta vez, sin embargo, le clavó sus dientes en el cuello. El ratón pataleó durante unos instantes, hasta que quedó inmóvil. El gato lo soltó, le dio un par de golpes para cerciorarse de que estaba muerto y luego se fue. Se fue sin más. No quería comérselo. Estuvo jugando con él, y cuando el juego se hizo aburrido, lo mató y se largó.

No sé mucho sobre el comportamiento animal, pero me sorprendió que un gato pudiera tener un tipo de actitud que yo consideraba específicamente humana: la perversidad. Porque su juego era perverso, no tenía necesidad alguna de matar a aquel ratón ni de hacerlo sufrir de aquella manera.

Continué caminando hacia casa sin dejar de pensar en lo que acababa de ver. ¿Por qué esa crueldad? ¿Qué clase de instinto lo hizo actuar de aquella forma? Quizá estaba practicando, preparándose para otras presas, como hacen los cachorros cuando se pelean entre ellos. Sí, seguro que era eso. O no. Porque hay un detalle que había olvidado mencionar. El gato llevaba un collar de cuero. O sea que era un gato doméstico. Un gato que debía haber escapado de su casa, o que había sido abandonado o que, simplemente, había hecho una salida nocturna y ahora volvería con sus amos. Entonces imaginé que esa actitud tan perversa sólo podía haber sido aprendida de su contacto con los humanos. Los humanos sí somos crueles. Intenté imaginar con quién debía convivir ese gato para haber interiorizado un comportamiento tan desalmado.

Imaginé a ese tipo de personas que hacen de la convivencia con su pareja un infierno, que disfrutan humillando, que carecen de empatía, que menosprecian los derechos y las penas de los demás. Imaginé a un hombre y a una mujer observados por aquel gato y, con ese hombre y esa mujer escribí Palabras encadenadas.

Jordi Galceran