Image: “Luces” tras la caída del muro

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Teatro

“Luces” tras la caída del muro

Helena Pimenta estrena la gran obra de Valle-Inclán en Salamanca

26 septiembre, 2002 02:00

Ramón Barea es Max Estrella y Cesáreo Estébanez, Don Latino. Foto: M. R.

Helena Pimenta estrena Luces de bohemia, la gran obra de Valle-Inclán sobre la que ha pesado el maleficio de su difícil representación sólo roto por los directores José Iturri, José Tamayo y Lluís Pasqual. Protagonizada por Ramón Barea (Max Estrella) y Cesáreo Estébanez (Don Latino), esta versión va a dar que hablar por los personajes "despojados de su halo mítico" que ha proyectado su directora. La obra llega el 2 de octubre al Centro de Artes Escénicas de Salamanca, donde se exhibirá cuatro únicos días. Su producción ha sido posible gracias al consorcio Salamanca 2002 y la compañía Ur Teatro.

Está por conocerse la razón por la cual Luis Araquistáin no publicó en la revista España, como folletón, todo el texto de Luces de bohemia que conocemos. El socialista, como se sabe, heredó de Ortega la publicación, que acabaría, a la postre, en manos de Azaña. Era 1920 y los ruidos de sables, tal vez, determinaron que don Luis censurase las tres escenas más relevantes de la obra que Valle-Inclán publicó completa, y en libro, cuatro años más tarde. Las tres escenas correspondían a la presencia del anarquista Mateo. Mateo era trasunto de Mateo Morral, a quien Valle-Inclán conoció, y tuvo que reconocer, con Ricardo Baroja, para la policía, tras su muerte.

Tres escenas que son relevantes a fuer de ser determinantes de la acción de Max Estrella en la obra de teatro más destacada de nuestro siglo XX. Así lo ha visto, con acierto, Helena Pimenta, en el montaje que de la obra está realizando con meticulosidad, para estrenarlo oficialmente en Salamanca y que la pasada semana ha tenido su primer enfrentamiento con el público en el teatro de Tres Cantos.

Su segundo Valle
Helena Pimenta, Premio Nacional de Teatro de 1993, es la impulsora de una de las compañías independientes más destacadas del periodo democrático. Pimenta, con el colectivo vasco Ur, que ahora realiza Luces de bohemia, se ganó su prestigio por sus montajes de Shakespeare, pasando en los últimos tiempos a tratar otros autores clásicos y contemporáneos. Ur lleva ya sobre sus espaldas, hasta Luces de bohemia, 75 festivales nacionales e internacionales, 1.017 representaciones y más de 550.000 espectadores. A Pimenta ya le hemos visto tratar a Valle-Inclán. Para el Centro Dramático Gallego montó, en 1998, La cabeza del Bautista. Y quien trata a Valle-Inclán queda seducido por él. De ahí, Luces de bohemia.

Helena Pimenta ha respetado el texto original, ayudada en su exégesis por la sabia Carla Matteini. Lo mismo hizo Tamayo en aquel 1970, menos "dos palabras", porque "podrían provocar inmediatas reacciones en el público"... Antes, al propio Tamayo, Arias Salgado le había censurado 600 palabras, y Fraga más de 900, aunque le autorizase Divinas palabras, que incluso se programó en Festivales de España. Por su parte, el uruguayo Cosse, en Buenos Aires, eliminó las alusiones a Maura o a Benito [Pérez Galdós] el Garbancero, "porque nadie sabe quienes son". Interesante la concepción del veterano Cosse, procedente del célebre Galpón, que concibió un Max Estrella "ombliguista" que esa noche "se encuentra con la verdad".

Por esa deriva marcha el lúcido montaje de Pimenta, teniendo como columna vertebral las tres escenas aludidas del anarquista Mateo. Pero, mientras, hasta hoy, todos los montajes de Luces de bohemia han tendido como referente el inevitable 98 español seducido por el París de Hugo, la puesta en escena de Pimenta se ha fijado más en la generación española cautivada por el 68 francés, vuelto del revés con la caída del Muro de Berlín, en el 89. Pimenta lo tiene claro: "En la escena del Café Colón se plantea el papel de la cultura. Lo que se cuestiona allí es el mundo de las ideas de París. Para ellos, en la bohemia, y para nosotros, en el 68 y en sus consecuencias. Ahora, hay muchas cosas que han caído..., pero hay cosas que hay que seguir oyéndolas. Y después de la caída del Muro hay una necesidad de escuchar ciertas palabras. No para producir un juego estético literariamente, ni estético escénicamente, sino para mostrar la peripecia de un intelectual como Max Estrella, su contexto y sus palabras".

Esa es la clave del montaje del joven pero experimentado equipo de Helena Pimenta. El también director y profesor de la RESAD, Eduardo Vasco, establece un espacio sonoro irónico, mezclando chotis y tangos con música de Falla. José Tomé--gran colaborador de Pimenta- y Susana de Uña, con una telúrica escenografía de casi traviesas de madera, crea una gran cuba en fermentación. O la iluminación de Miguel ángel Camacho, otro joven profesor, convirtiendo el inmenso recipiente natural en catedral o mazmorra capitalina.

Pimenta, para la que la capital de las Españas ha estado en su imaginario, pero "no es un universo que haya metabolizado", tuvo oportunidad, en su montaje reciente de La dama boba, de Lope, visto en la Comedia, con versión de Juan Mayorga, de contemplar el Madrid de principios de siglo, donde, arriesgadamente, situó la acción. Un Madrid imaginario visto desde la periferia... No otra cosa se hizo en el 98, por periféricos como Baroja, Azorín o Valle-Inclán. Pero la visión de Pimenta y sus colaboradores es la de una posmodernidad que nos sobrecoge a todos y que necesita más que nunca de la memoria.

Actores con Iturri y Pasqual
Max Estrella es Ramón Barea, un hombre relevante en el teatro y el cine vascos de hoy, que ayer fue pinche de Picalagartos en el histórico primer montaje que Luis Iturri hizo en 1966. Cesáreo Estébanez, que ahora es Don Latino, fue el borracho "cráneo previlegiado" en el montaje de Pasqual. Un Max Estrella, para Pimenta, "despojado del halo mítico, cerca del intelectual más contemporáneo, rodeado de pasiones, que, cuando sale a la calle, de la buhardilla bohemia a la violencia urbana, pasa de ser literatura a ser realidad, pasa de ser ciego a no tener más remedio que ver". Y Don Latino, como quiso Valle-Inclán, será ese alter ego que, las más de las veces, nos traiciona.

Los componentes del grupo vasco Ur, desde Madrid, donde Sacha, el niño ucraniano adoptado el año pasado por Pimenta y José Tomé, puede obligarles a asentarse por un tiempo, nos ofrecen una visión nueva de Luces de bohemia, y también de España. Y al tiempo una reflexión muy caliente -al final, la cuba de madera arde- sobre el intelectual de hoy en estos purgatorios de la globalización. ¿O son infiernos?


4 Valles 4
Pocos han sido los montajes "profesionales" de Luces de bohemia desde su publicación. Los más conocidos, los dos de José Tamayo (Valencia, 1-10-70, y Festival de Otoño de Madrid, 10-10-96) y el de Lluís Pasqual (París, 13-2-84). En la historia queda la primera puesta en escena pública de la obra, la de Luis Iturri (Bilbao, 10-11-66), para una sociedad de espectadores, la de "Akelarre", dos funciones -19,30 y 23,00 h.- en el Teatro Campos. Y dos montajes en el Teatro San Martín de Buenos Aires, de Pedro Escudero (1967), con la Comedia Nacional, y de Villanueva Cosse (1999).