Alejandro Casona
Romper el exilio
20 marzo, 2003 01:00El 23 de marzo se cumple el centenario de Alejandro Casona (1903-1965), uno de los autores teatrales más señalados del exilio español pero también, y junto con García Lorca, auténtico representante del teatro del 27. Exiliado en Buenos Aires tras la guerra civil, regresó a España a principios de los años 60 de la mano de José Tamayo, quien desvela para El Cultural cómo fue el estreno en plena dictadura de La dama del alba.
Fue con motivo de la primera gira por siete países de América, durante dos años, cuando pedí a Casona autorización para llevar en nuestro repertorio su obra Otra vez el diablo, que incorporé en el año 1949. Su condición de exiliado, lejos de perjudicarle, promocionaba los grandes éxitos que sus estrenos obtenían en Buenos Aires. Era conocido en América, pero casi desconocido en España. Cuando intenté que estrenara aquí, él creyó en un principio que tendría grandes dificultades por ser republicano declarado. Le pregunté por las buenas: ¿y si yo me encargo de todo, del permiso para su regreso, viajes y de hacerlo para dar a conocer una de sus obras que dejo a su elección? él no creía que todo fuese tan fácil. ¡Y para mí, desde luego, no resultó nada fácil!.Alejandro Casona regresó con La dama del alba. Recuerdo entre otros intérpretes a Asunción Sancho, Milagros Leal y Antonio Vico, el grandísimo actor que hizo de su personaje una genialidad. Llegamos al estreno con absoluta normalidad. A Casona le gustaba ver y hasta intervenir en los ensayos, en los que yo aceptaba gustoso sus indicaciones porque le veía que gozaba con ello. Estábamos en entrecajas, casi al fin del estreno de La dama del alba, cuando se presentó el policía que habitualmente había en los teatros. Se dirige a mí y me dice en un aparte: "oiga, no se le vaya a ocurrir sacar a Casona al final a saludar". Y yo, con miedo por primera vez, le digo, "pero sabe usted la que se puede armar en el teatro si impedimos a Casona salir al final, ante un público que aplaude a rabiar y que espera hacerlo ante el autor del que celebra su regreso". Al rato, volvió diciéndome por lo bajo y en tono siniestro: "va a responder de lo que ocurra aquí". No intenté desafiarle, sí hacer lo que debía: saqué a Casona a saludar entre una lluvia de aplausos, de un público puesto en pie, que le recibía con una inmensa alegría. Respiré contento de haber contribuído al regreso de Casona, que de alguna manera simbolizaba una de la muchas libertades perdidas.