Teatro

El método Grünholm

Autor: J. Galcerán

23 septiembre, 2004 02:00

Director: T. Townsend. Intérpretes: C. Hipólito, C. Marcos, J. Roelas, J. Bosch. Marquina. Madrid

Se trata de una comedia bien construida, ingeniosa, sustentada en el diálogo y en una buena interpretación; y en una cadena de sorpresas que durante un tiempo mantiene el interés. Pero en esta virtud, hecha pecado, lleva la penitencia. Al final, la sorpresa y el ingenio mal administrado acaba cargándose la obra. O casi. Tranquilos, que no voy a descorrer el velo, entre otras cosas porque estoy seguro que ese desenlace decepcionante desde el punto de vista y la lógica del discurso escénico puede que guste a más de uno; y porque la tendencia pérfida de Galcerán a las situaciones límites denota buenas condiciones de dramaturgo. El humor de Galcerán se enreda en recovecos a veces forzadísimos; como si estuviera perdiendo el tiempo en juegos que encubren más que explican. Deducir de El método Grünholm una realidad laboral de nuestros días dura y lacerante es echarle al asunto demasiada imaginación; aunque no tengo derecho a dudar de las intenciones explícitas del autor.

Por fortuna los intérpretes lo hacen todo transparente y nítido. Cristina Marcos es la ejecutiva implacable que aporta una atractiva feminidad de hierro; Jorge Bosch da una buena imagen de yupi intelectualoide; hay momentos en los que Jorge Roelas, en un ser gris y con pinta de oficinista perdedor, amenaza con desplazar a los demás. Más quien acaba alzándose con la primacía, dentro de cierto equilibrio muy cuidado por la dirección de Tamzin Townsend, es Carlos Hipólito. La complejidad de su personaje cuadra muy bien a este actor poliédrico, auténtico mutante tanto en la comedia como en el drama. Y el hijoputa de Fernando le da a Hipólito ocasión, en uno u otro aspecto, para demostrar su talento.