Rey Lear es Alcón
Por primera vez en el CDN, el gigante de los shakespeare
14 febrero, 2008 01:00Alfredo Alcón. Foto: Ros Ribas
En la historia reciente del teatro español pocos directores han montado Rey Lear, considerada por muchos como el gigante de los shakespeare. Sólo Miguel Narros, que llegó a hacer tres producciones, y Calixto Bieito la han dirigido, y Gerardo Vera la estrena en el Valle-Inclán de Madrid. Tragedia compleja, enciclopédica, el primer escollo para llevarla a escena es disponer del actor adecuado para dar vida al anciano y despótico rey. Vera ha tenido la suerte de contar con el gran trágico argentino Alfredo Alcón, una feliz coincidencia.
Tragedia entre las tragedias, compleja de escenificar, por lo que no resulta extraño que sea un título con escasa tradición en nuestro teatro. Sólo Miguel Narros, que ha hecho tres producciones, y Calixto Bieito la han llevado a escena. También el director alemán Hansgönther Heyme la dirigió en 2003 en La Abadía, La Tartana la produjo con títeres en 1987, y Carme Portaceli hizo la versión de Bond en el Festival Grec.
Como Hamlet, Rey Lear pertenece a esas obras que sólo se llevan a escena cuando se dispone del intérprete adecuado para protagonizarla. Exige de un actor capaz de encarnar a un hombre despótico y caprichoso que al final de su vida decide repartir su reino entre sus tres hijas para que éstas lo mantengan. O sea un actor maduro pero, que a la vez, tenga la energía y resistencia física para interpretar a una especie de bestia de la naturaleza que debe desplegarse en escena con momentos de locura y de lucidez.
Viejo y enérgico
Y ahí radica su dificultad, porque vejez y energía no suelen ir parejos. José María Pou protagonizó la producción de Bieito y cree que optar por interpretar a un viejecito muy noble pero senil, de largas barbas, siguiendo la tradición inglesa de Laurence Olivier no le gusta. "He visto el Lear de Ian MacKellen y estaba genial, pero sigue esa tradición. La obra nos dice que Lear está al final de su vida, pero no hay que olvidar que tiene una hija de unos 16 años y que, además, el final de la vida en la época de Shakespeare llegaba a los 60 años como mucho".
Miguel Narros, por su parte, escogió a protagonistas que garantizaran la energía del personaje, pero asumió el riesgo de que su juventud les alejara del recorrido vital que Lear debe reflejar en su rostro. Tanto la versión que dirigió en 1981 con Fermí Reixach, ambientada en los años 30, como la de Helio Pedregal de 1995, que respiraba un aroma beckettiano, "ponían de manifiesto esa locura del rey que es una parte importante de la obra. La que dirigí en los 60 con Carlos Lemos era más emocional y directa, aunque yo creo que le faltó reflejar el compromiso político que se adquiere en la vida", recuerda el director.
Ahora el turno es para Alfredo Alcón, el protagonista del Lear de Vera y, sin duda, el mayor reclamo de esta producción. No sólo es el gran actor argentino de larga tradición en el cine y el teatro de su país y admirado también aquí, donde llegó en los años 60 de la mano de José Luis Alonso (El zapato de raso); sino que es un actor al que le animan los retos. "Sin Alfredo Alcón", dice el director del CDN, "no hubiera hecho Lear. Fue una feliz coincidencia, sabía que a él le apetecía, y por mi parte después de dos espectáculos que me habían permitido medir mis fuerzas y conocer la estructura del CDN me sentía seguro de dirigirla." ¿Y qué indicaciones se dan a un actor de su categoría? "Alcón sólo necesita un buen trampolín para que él se sienta cómodo", explica Vera."Es un actor muy valiente; hay pocos actores maduros que, una vez que han alcanzado el prestigio, arriesguen y quieran innovar como él lo hace. De Alfredo me gusta también que es un actor con un gran espíritu trágico".
Ejercicios de humillación
Alcón relee a diario la obra que interpreta porque, según dice, "me gusta descubrir la respiración del texto, es como el músico que repasa la partitura que va a tocar". Califica su papel de "grandes ejercicios de humillación" porque "cada día descubro algo nuevo en el personaje, es una prueba de su vitalidad". Y así explica su tragedia: "Es un personaje arbitrario, sufre continuos desencuentros, como en la vida, pues el que no se pierde no se encuentra". Y añade: "lo trágico es que Lear se hace sabio y generoso, se hace humano un poco tarde, cuando ya no le queda tiempo".
Si Alcón es imprescindible, también lo son otros siete actores esenciales que deben ser primeros espada. Cristina Marcos, Carme Elias y Miryam Gallego son las hijas, mientras en la saga de Gloucester figura Juli Mira, Jesús Noguera y Albert Triola, y Pedro Casablanc como el conde de Kent. "Porque resuelto quién hace de Lear, el otro gran reto es unificar el estilo de trabajo", explica Vera, quien siguiendo el estilo de sus anteriores montajes, ha pretendido una producción contemporánea que llegue al hombre de hoy. Para ello ha situado la acción en una época intemporal: "los actores van vestidos con trajes del siglo XX pero sin definir. Sin embargo, me permito hacer guiños a la época incluyendo, por ejemplo, luchas de espadas. Ilustro los conflictos de una manera abstracta, pero a la vez he buscado ese perfume poético que enlace la producción a las grandes obras universales".
Ignacio García May
Quiero hablar del Rey Lear, pero creo que hablaré de Bobby Fischer; quiero hablar de Bobby Fischer, pero hablaré, sin duda, de Lear. Tres monstruos: la obra de Shakespeare, el protagonista de la misma, el jugador de ajedrez. Monstruos en el más puro sentido etimológico: contrarios al orden regular de la naturaleza, cosas excesivamente grandes o extraordinarias. En The Chemical Theatre, Charles Nicholl describe la obra como una metáfora del proceso alquímico. Jan Kott veía en ella el arranque de la poética beckettiana. Maeterlinck escribe: "Se puede afirmar, después de haber recorrido las literaturas de todos los tiempos y de todos los países, que la tragedia del viejo rey constituye el poema dramático más potente, más vasto, más conmovedor y más intenso que jamás se ha escrito". Michael Gambon le dio a Anthony Hopkins esta receta para afrontar el papel: "Quédate en el centro del escenario, tiembla un poco, grita tu texto, y no le quites la vista de encima al puto bufón ni por un momento. También ayuda que el bufón no sea demasiado gracioso". La crítica dijo luego del propio Hopkins que interpretaba a Lear como un antiguo boxeador sonado. Olivier hizo del rey un anciano senil y consentido. Paul Scofield lo transformó en una criatura salvaje, un animal de voz rasposa. Recientemente, Pou encontró su Lear entre los vagabundos que arrastran por la calle todo su mundo guardado en un carro de supermercado, y ahora Alfredo Alcón nos recuerda la grandeza épica del soberano con su voz prodigiosa. Bobby Fischer no era actor, pero ciertamente fue Lear: sus últimas imágenes lo muestran greñudo, abandonado, sucio, el antiguo monarca del ajedrez desterrado, no en los acantilados de Dover, sino en los de Islandia. Si hemos de creer el testimonio que su médico le dio a John Carlin, hasta sus últimas palabras son dignas de Shakespeare: "No hay nada que alivie el dolor como el tacto humano", melancólica, bellísima reflexión pronunciada mientras el médico, como en la obra de Shakespeare, intentaba calmarle el sufrimiento de sus pies con un masaje.