Zucco, ¿un Hamlet moderno?
Llamativa escenografía de Roberto Zucco. Foto: E. Tsvetkova
Julio Manrique toma el relevo de Lluís Pasqual y dirige su versión de 'Roberto Zucco', obra con la que Koltès sacudió los escenarios europeos a fines de los 80. Una inmersión en el lado oscuro de la psique humana desde el que el dramaturgo francés, que la escribió urgido por la cercanía de la muerte, construye una poética de la turbiedad. En las Naves del Español desde hoy.
La decisión del dramaturgo francés de elevar a categoría de mito a un asesino provoca, de entrada, un peliagudo conflicto moral. La gendarmería francesa puso el grito en el cielo cuando se estrenó la obra, ya muerto Koltès. Cualquiera que se ha decidido a representarla después ha de armarse de argumentos que le legitimen, sobre todo en el interior de su propia conciencia. Es un peaje que todavía hoy, más de dos décadas después de los hechos reales, no se puede esquivar. A Julio Manrique no le faltan: "Yo entiendo a aquellos que se indignaron en su día. Pero desde luego la obra no es una apología del crimen. Basta leer unas pocas páginas para comprobarlo. Koltès sintió en primer lugar una atracción física por un joven que se parecía un poco a él. Y luego lo vio como un paradigma: el de alguien que no se deja atrapar en ningún tipo de cárcel, ni en las físicas, en esas que están recluidos los delincuentes, ni en otras que pueden ser más asfixiantes: sociales o emocionales. Esa es mi manera de verlo. Además, un artista es libre de expresar su rabia como quiera".
El director de la programación del Romea desde hace dos temporadas quedó sobrecogido por el tándem Koltès-Zucco 20 años atrás, cuando se acercó al Palacio de Agricultura de Barcelona (sede entonces del Lliure) a ver el montaje urdido por Lluís Pasqual allí, quien luego, en 2005, llevaría a Zucco también a las tablas del María Guerrero. Manrique ha empleado esta vez una llamativa escenografía de Joan Brossa: un edificio desprovisto de fachada al estilo del situado en la célebre Rue del Percebe. Cada habitáculo recrea distintos espacios: una comisaría, un comedor, un burdel, una estación de metro... "Quería dar la sensación de prisión, crear una atmósfera claustrofóbica. Y luego darle a Zucco la oportunidad de subirse al tejado, para que pudiera mirar al sol de frente y así iluminarse y liberarse de todas sus ataduras".
Al actor Pablo Derqui, encargado de meterse en la piel camaleónica del conocido como asesino de las mil caras, le costó un poco más superar los escrúpulos frente a su cruento historial. En un principio, confiesa, llegó a sentirse incapaz de abordar el papel. Cuando veía los vídeos que circulan por Internet con los lamentos de los familiares de las víctimas del Mostro di Mestre se venía abajo. Fue la poesía y la hondura que contiene el texto las que terminaron por ponerle en marcha: "Lo primero que tuve que hacer fue olvidarme de que era un asesino en serie. Con eso en la cabeza no podía trabajar. Creo que lo que intentó Koltès realmente fue levantar una poética del lado más siniestro del hombre, como hizo por ejemplo Baudelaire. A mí me recordaba a un poema de Las flores del mal, donde habla de un pedazo de carroña que se está pudriendo poco a poco al sol. Es en ese material putrefacto donde buscan la verdad y la belleza".
Derqui, que ha encarnado con nota al atribulado Enrique IV en la serie televisiva Isabel, dejó a un lado cualquier interpretación psicoanalítica del homicida y se aferró al nervio poético que tensaba todas sus reflexiones. En el penal donde le encerraron le fue diagnosticada una patología disociativa". Es decir, esquizofrenia. Los abogados y médicos que le trataron cara a cara entonces recuerdan la veta filosófica de muchas de sus declaraciones. Y un considerable bagaje cultural. En su celda acostumbraba a escribir muchas cartas, sin destinatario claro. No faltaban los delirios de grandeza en su conducta. "Él dijo en alguna ocasión, para explicar la ausencia de móvil en sus asesinatos, que se sentía como un elefante que aplastaba insectos a su paso, sin darse cuenta", comenta Derqui, acompañado en el elenco por otros siete actores (Laia Marull, María Rodríguez, Rosa Gámiz, Andrés Herrera...), que dan vida a un total de 20 personajes. Las ínfulas desmedidas le emparentan con Raskolnikov, el antihéroe de Crimen y castigo. "Es cierto. De hecho, Koltès leía compulsivamente a Dostoievski. Era uno de sus autores predilectos. Y como él, escribía como un animal. Era tan minucioso que podía llegar a escribir un libro entero con el background de un personaje al que luego iba a dar en la obra tan sólo dos o tres réplicas".