Ana Diosdado, pionera sin saberlo
Ana Diosdado como actriz en Oscar o la felicidad de existir . Foto: Chicho
A punto de cumplirse un año de la muerte de la escritora y actriz Ana Diosdado, el CDN le rinde homenaje con la representación, a partir del 7, de El cielo que me tienes prometido, un ciclo de cine y varios encuentros. La dramaturga Paloma Pedrero recuerda su figura.
Quizá este sentimiento de no haber tenido más dificultades que otros, venía de su propia historia personal. Ana Diosdado nació en el mundo del teatro. Su padre era Enrique Diosdado, un actor reconocido y con Compañía. Su segunda madre, Amalia de la Torre, era actriz. Dicen que aprendió a leer leyéndose los libretos que se estudiaban sus padres. Su madrina fue Margarita Xirgu. Y, desde que era una criaturita, subió a los escenarios para hacer algún papel. Cuenta Ana que su padre no quería que se dedicase a la interpretación y ella le preguntaba, ¿es que no tengo cualidades? A lo que el progenitor respondía: Sí, tienes cualidades pero no tienes salud. Eso a la jovencita le extrañaba mucho pero, qué curioso, la mala salud fue algo que marcó a nuestra autora toda su vida. Una salud frágil en una inteligencia poderosa.
Sin embargo, Ana Diosdado, tampoco soñaba con ser actriz, lo que de verdad deseaba era ser escritora, dedicarse a inventar historias. Y ya desde pequeña se dedicó a ello. Escribía relatos que contaba por capítulos a sus compañeras de colegio. Imaginaba personajes, acciones, peripecias y finales. De modo que a los veintipocos años escribió su primera novela larga En cualquier lugar, no importa cuándo, con la que fue finalista del premio Planeta. Siguió Ana empeñada en su fascinación por la narrativa y empezó bastantes novelas; muchas más, como ella revela, de las que acabó. Porque el teatro estaba en su casa y estaba en ella, y llamaba a su puerta a cada momento.Dicen que aprendió a leer con los libretos que se estudiaban sus padres. Deseaba ser escritora, inventar historias.
Así que en 1970 estrena su primer texto teatral, Olvida los tambores, fruto del entusiasmo de un grupo de actores jóvenes que empeñan su amor y su dinero. Y que, por eso mismo, cuenta ella, se produce el milagro. Un éxito que la convierte en autora indiscutible. A partir de ahí, Ana Diosdado siente que ha encontrado su lugar, se va apartando de la interpretación y sigue poniéndose manos a la obra teatral. En el 72 estrena El Okapi, una pieza que da mucho que hablar. En el 73 pone en escena un hermoso drama: Usted también podrá disfrutar de ella, una crítica a la sociedad de consumo salvaje. Esta obra de la que nuestra autora estaba muy satisfecha, fue traducida y representada en varios países, y le dio muchas alegrías. En el 74 vinieron Los comuneros y posteriormente otras tantas, como Camino de Plata, Trescientos veintiuno, trescientos veintidós, o la exitosa Los ochenta son nuestros, en los que los jóvenes Larrañaga, queridos hijastros suyos, pusieron su capital y su talento.
Sin embargo, Ana Diosdado se hace popular, cómo no, por la televisión. Fue una etapa de su vida en la que, aparte de escribir los guiones, se vio obligada gustosamente a interpretar a la protagonista. Con Anillos de oro llegó la fama. Pero aunque a Ana le entusiasmaba actuar, donde tenía puesta su meta y su compromiso era en la escritura; ejercicio al que nunca renunció. Una necesidad del alma llega y se va contigo. Así, unos meses antes de su muerte, mi colega estrenó El cielo que me tienes prometido. Una especie de premonición, un juego irónico que a ella tanto le divertía. Una pieza última en la que, a mi parecer, Ana se funde con Teresa de Jesús y remonta el vuelo.
A Ana Diosdado le gustaba la vida, y la vida quiso a Ana Diosdado. Hasta para abandonarla le dio lugar señalado, celeridad y compañía. Una escritora tan primordial y dulce, se merecía esa muerte tan significativa y dulce. Ana Diosdado, compañera querida, fuiste pionera, sin querer saberlo.