Acontecimiento teatral en el Lliure: 'El día del Watusi', la rebelión de la Barcelona charnega
La fascinación del dramaturgo y director Iván Morales por la novela de mil páginas de Francisco Casavella le ha llevado a adaptarla al teatro. Enric Auquer encabeza el reparto.
10 abril, 2024 02:13“Una de las grandes lecciones que nos dejó Casavella fue la ambición”. La sentencia, certera, es de Iván Morales (1979), que hoy intenta estar a la altura de ese legado según el cual al arte no le valen los aprobados raspadillos.
El dramaturgo y director catalán de origen andaluz lleva casi dos décadas abducido por El día del Watusi, la trilogía con la que Francisco Casavella (1963-2008) retrató la evolución de Barcelona en el último cuarto del siglo XX: tardofranquismo, Transición, primeros compases de la democracia y fastos olímpicos. Cambios sociopolíticos que prepararon el terreno para la Barcelona polarizada actual.
Sobre ese lapso de tres décadas deambula el pícaro arribista Fernando Atienza, un charnego criado en las barracas de Montjuic que intenta prosperar con la rabia individualista de los que en su juventud solo han recibido palos y humillación.
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“Desde que la leí, supe que merecía la pena lanzarse a la piscina. Es una sensación que se ha ido reforzando con los años, porque poco a poco iba viendo que, en el teatro catalán, si no lo adaptaba yo, no lo iba a hacer nadie”, señala Morales, que solo a la adaptación del texto le ha dedicado tres años. “Una decisión poco práctica desde un punto de vista financiero”, apunta autoirónico a El Cultural por teléfono tras completar un ensayo clave, el que cierra la historia del maleado Atienza.
Es llamativa la conclusión de Morales porque El día del Watusi, en realidad, es una novela de culto, muy querida por un nutrido grupo de letraheridos y, además, muy influyente en autores de la ciudad condal como Carlos Zanón, Kiko Amat y Miqui Otero. “Pero es que yo veo que en el Raval cada vez quedan menos dramaturgos y directores a mi alrededor”, señala Morales.
"El peor favor que le podía hacer a Casavella era armar un montaje psicologista". Iván Morales
La referencia al antiguo barrio chino, emblema de la Barcelona mestiza e incontrolable, con sus bares cañís y sus meretrices retratadas por Joan Colom o Colita, tiene su importancia. Este feudo asilvestrado y popular, no sometido todavía del todo al racionalismo urbano, era, junto al Pueblo Seco de Serrat, el caladero primordial en el que Casavella pescaba los relatos que nutrieron sus libros, en particular El día del Watusi, publicado por partes entre 2002 y 2003 (Anagrama las agrupó en un solo volumen en 2016). “Era un escritor siempre con los oídos abiertos a las historias que le soltase el primer colgao con el que se cruzaba”, dice Morales.
Historias (o aventis, como diría Marsé, uno de los santones de Casavella) que borbotean en un caleidoscópico novelón de mil páginas en total. Morales lo ha dejado en cerca de 100, lo que se traduce en un espectáculo de unas 4 horas que estrena este miércoles en el Teatre Lliure.
Autor de obras como Sé de un lugar y Desayuna conmigo, amén de guiones como El truco del manco, Morales se ha sentido durante este tiempo responsable de dar –Casavella mediante– voz a una Barcelona a su juicio orillada por los discursos oficiales que uniformizan desde despachos enmoquetados la catalanidad.
El día del Watusi, compuesta por Los juegos feroces, Viento y joyas y El idioma imposible, es una inmersión brutal en una urbe mutante. Seguimos a Atienza en su huida de la miseria y la violencia, que cree dejar atrás al abandonar las chabolas pero que reencuentra también en los barrios altos, como una infección que no entiende de castas.
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Su leitmotiv, tras ser testigo de un crimen violento que le impulsa a huir de la marginalidad, es: “No preguntar. No provocar el llanto de mi madre. No había pasado, porque el pasado solo era fracaso. Solo había futuro, pero este pertenecerá de forma exclusiva a los ganadores”.
La amoralidad se adueña de un buscavidas que, cuando consigue de pronto un vulgar curro de archivero en las tripas de un banco, constata que esa vida de hormiguita no va con él. Hampones que se manejan con solvencia tanto en empresas como en partidos políticos le abren una vía de fuga que, como peaje, le obligará a vender su alma.
Atienza atraviesa acontecimientos como la muerte de Franco, el ascenso y caída de Suárez y su abigarrada UCD compuesta por mil familias mal avenidas, el arrollador triunfo socialdemócrata de Felipe y el jolgorio olímpico. En el fondo, todos esos hitos le resbalan. Él va a lo suyo. A medrar. “Pero termina fracasando en todo”, concluye Morales.
El último resorte al que aferrarse es la religión. El regista catalán toma esta última esperanza de su protagonista como excusa para hacer de toda la puesta en escena una suerte de misa evangelista, con sus pastores predicando y conduciendo a sus fieles al éxtasis. “Que no es muy distinta a lo que se puede ver en un after a las tantas”.
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Esta vertiente irracional y catártica era una premisa original desde que Morales se puso a escribir. “Tenía claro que no podía armar un montaje literario y psicologista. Eso era el peor favor que le podía hacer a Casavella. Sabía que si le daba el vuelo de una fiesta, con sus secretos, con su ebriedad, ya podía serle infiel en otras cosas”, alega.
La música, así, es un ingrediente básico en su eucaristía pagana y arrabalera. Particular importancia tiene el sabroso bugalú El Watusi de Ray Barretto, inspiración capital para Casavella, que quería insuflar un aire de República bananera a ‘su’ Barcelona. Suenan también Los Bravos (Black is Black), Los Diablos (Un rayo de sol), José Feliciano (Qué será), ABBA (Fernando), Gato Pérez (Barca, cielo y ola)...
Los intérpretes (el reparto, con Bruna Cusí, Xavi Sáez…, lo encabeza Enric Auquer) tocan en directo todo este repertorio popular. Un acompañamiento idóneo para ‘elevar’ el montaje, como hizo Casavella en su momento, “que a partir de una aventi, de una historia de esas que te cuenta un colega del barrio, creó la gran novela de Barcelona, con una ambición faulkneriana”.