De izquierda a derecha: Violeta Gil, Carla Nyman, Vanessa Montfort, Silvia Nanclares y Daniel Remón. Diseño: Ruén Vique

De izquierda a derecha: Violeta Gil, Carla Nyman, Vanessa Montfort, Silvia Nanclares y Daniel Remón. Diseño: Ruén Vique

Teatro

Escritores con un pie en la novela y otro en el teatro: "La escena te permite escribir con el silencio"

En el Día Mundial del Teatro, Vanessa Montfort, Daniel Remón, Violeta Gil, Carla Nyman y Silvia Nanclares nos cuentan su relación con ambos campos y cómo la escena ha enriquecido y afinado sus narrativas.

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En el principio eran los dramaturgos y, después, los novelistas. O, simplemente, escritores, en su sentido más amplio, buscando explorar en lo otro. El trasvase entre el mundo dramático y el narrativo es mucho más habitual en nuestras letras de lo que creemos.

Aunque no tan conocida por su faceta dramatúrgica, antes que La mala costumbre Alana S. Portero ya había escrito, además de varios volúmenes de poesía, su obra de teatro Música silenciosa había cofundado la compañía teatral STRIGA.

Como ella, Yaiza Berrocal (Curling), Rocío Collins (Éxtasis en una noche de verano), Antonio Rojano (El libro de Toji), Marta Buchaca (Seis meses de invierno) o Nando López (Los elegidos) se curtieron en la escritura para las tablas antes de lanzarse a la narrativa.

Carla Nyman (Palma deMallorca, 1996) suele bromear con que vendió como novela Tener la carne, aunque en realidad era una dramaturgia. “Empezó siendo teatro, pero tenía algo tremendamente narrativo que me dio pie a experimentar con las formas hasta convertirla en una narración en primera persona”. Su transición, recuerda ahora, fue algo orgánico.

“Y nunca mejor dicho, porque esta novela está llena de órganos, fluidos, secreciones... Pero sí, laverdad es que fue fácil, precisamente, porque no me dejé encasillar. Nunca estoy en el sitio correcto. Tengo un poco esa sensación de mezcla en todo lo que escribo”.

“Hay que celebrar que el teatro sea algo tan híbrido, que tenga tantas posibilidades y esté abierto a tantos espacios”. Carla Nyman

Convencida de que las fronteras entre géneros “son las indivisibles caras de una misma moneda”, la dramaturga, que recientemente estrenó –también como directora– Hysteria, presenta similitudes con Violeta Gil (Hoyuelos, 1983), cofundadora de La Tristura, que debutó en 2022 en la novela con Llego con tres heridas.

Licenciada en Interpretación y Filología Inglesa, movida por la precariedad del sector, y a pesar de llevar ya años trabajando en una compañía teatral de éxito, en 2014 tomó la determinación de buscar otras vías creativas. Fue entonces cuando recibió una beca para estudiar un máster en la Universidad de Iowa. “Ahí empecé a escribir una novela, pero se me cruzaron los poemas”. Gil publicó entonces Antes de que tiréis mis cosas, un poemario con potentes ecos escénicos, con el que durante tres años realizó una gira con un espectáculo junto al músico Abraham Boba.

“Me interesa la narrativa sugerida, elíptica y corta, y creo que todo eso, en mi caso, viene del teatro". Daniel Remón

Como en el caso de Nyman, su primera novela fue pensada primero como obra de teatro. “Quería hacer una pieza en solitario, ya no con La Tristura, porque el tema era muy personal, cosas de familia. Pero al empezar a escribir me di cuenta de que necesitaba que tuviera otro formato. Precisamente porque la escena tiene algo físico, muy directo y crudo, que me hacía más difícil enfrentarme a algo que ya era de por sí complejo y doloroso a un nivel más íntimo de la escritura”, cuenta sobre esa primera ficción.

Más paradigmático aún, es el caso de Vanessa Montfort (Bar-celona, 1975). Última ganadora del Premio Primavera de Novela con La Toffana, la historia de una asesina en serie italiana del siglo XVII que se publicará el 9 de abril, lo suyo sí fue primero obra de teatro. “Soy una escritora bicéfala, porque empecé con las dos cosas a la vez”, apunta sobre su trayectoria en la dramaturgia y la narrativa, que ha ido simultaneando indistintamente a lo largo de los años.

Tanto que, de hecho, una de sus más celebradas “equivocaciones”, Mujeres que compran flores, lleva ya 30 ediciones. Pensada inicialmente como una obra de teatro, fue su editor quien le sugirió que tal vez, sin darse cuenta, estaba escribiendo una novela. “Y menos mal que le hice caso”, celebra sobre este título para el que escribió también una versión escénica.

Y es que, como admiten todas, no siempre es fácil saber dónde encajar las historias. Hay personajes que brincan con facilidad a las tablas, que son escénicos en sí mismos, y otros que no”, dice Montfort.

“En la dramaturgia entrenas el oído. Te conviertes en un espía profesional de cómo hablan las personas". Vanessa Montfort

También ‘bicéfala’, Silvia Nanclares (Madrid, 1975) se licenció en Dramaturgia en la RESAD. “Entonces –explica– eran los únicos estudios reglados de escritura”. Autora de libros como Quién quiere ser madre (2017) o el reciente episodio nacional Nunca voló tan alto tu televisor, donde retrata los años 80 del barrio madrileño de Moratalaz, Nanclares considera, no obstante, que su lengua madre “siempre ha sido la narrativa. Eso sí, mi escritura no sería la misma sin la experiencia dramatúrgica: el sentido de la escena, la oralidad, la conciencia de la acción, del espacio, el trabajo con la estructura...”, señala.

Gracias a esta formación escénica, muchos de estos debuts novelísticos se han visto enriquecidos por unos recursos literarios poco habituales en otras propuestas narrativas. “La dramaturgia tiene muy presente el arte de la elipsis –destaca, como ejemplo, Daniel Remón (Madrid, 1983)–. El teatro cuenta con la complicidad casi inmediata del lector y del espectador y eso es algo muy poderoso. Si aparecen dos personas en un fondo negro y alguien dice que estamos en el siglo XV en Inglaterra, te lo crees automáticamente. Es decir, con muy pocos elementos se pueden contar muchas cosas”.

De formación más bien cinematográfica, el escritor, autor de obras como Muladar (Premio Lope de Vega) –coescrita junto a su hermano Pablo– y El Diablo (Premio Calderón de la Barca), empezó a escribir ficción por una cuestión práctica. “En mi caso fue, en realidad, una búsqueda de mayor libertad”. Del cine al teatro, primero, y del teatro a la novela, después. “Quería depender más de mí y tener más control sobre el proceso”. Así fue como llegaron Literatura y Ciencia Ficción.

Actualmente más enfocado en el guion audiovisual –prepara una serie junto a los hermanos Sánchez-Cabezudo, con los que ya coincidió en Nos vemos en otra vida–, está escribiendo, además, su tercera novela. “Es un género que lo admite todo y te permite digresiones. Sin embargo, me interesa la narrativa más sugerida, más elíptica y corta y creo que todo eso, en mi caso, viene del teatro”.

"En lo que más cómoda me siento es en saber que puedo estar en uno y otro lugar. Ahora los límites son más difusos". Violeta Gil 

También, claro, el empleo del diálogo directo. “Es evidente que entrenas el oído. Te conviertes en un espía profesional de cómo hablan las personas, de la oralidad, y aprendes el sentido del ritmo”, precisa Montfort. “Además, te permite escribir con el silencio, algo a lo que habitualmente no estamos entrenados los novelistas, pero en teatro es tan importante lo que se dice como lo que no”.

Permeable a otros estilos, el teatro, dice Nyman, es, por antonomasia, el género “raro”. “Es un formato híbrido que permite trabajar lo sonoro, lo visual, la palabra, el cuerpo... Todos estos lenguajes están en comunicación en la dramaturgia”, comenta la autora, que próximamente dirigirá el Lazarillo adaptado por Eduardo Galán, y que, además, se encuentra escribiendo el guion del primer largometraje de ficción de Gala Hernández López y una nueva novela sobre las subjetividades en el capitalismo digital.

“Solo si escribes novela pareces estar sancionado como escritor 'de verdad', es absurdo, pero sigue operando". Silvia Nanclares 

“Pero hay que celebrar que el teatro sea tan híbrido y que tenga tantas posibilidades y esté abierto a tantos espacios –continúa Nyman–. Porque efectivamente se puede leer en casa y se puede ir a ver a un espacio no convencional como es la calle o el bosque, o también se puede ver dentro de un escenario al uso”.

No obstante, muchos de ellos coinciden en que, en términos generales, se lee poco teatro. “Tiene menos presencia en las librerías y en las mesas de novedades, es cierto, salvo excepciones como los libros de Angélica Liddell o clásicos como Shakespeare. Incluso si piensas en las obras de Lorca, siempre es mucho más fácil encontrar la poesía que el teatro. Y en cierto sentido es lógico, porque el teatro está pensado para ser hecho por cuerpos, encuentra su mayor realización y su sentido completo cuando ocurre en un escenario”, señala Gil.

En este sentido “el fetiche cultural de la novela es insuperable –comenta Nanclares–. Solo si escribes novela pareces estar sancionado como escritor ‘de verdad’, lo cual es absurdo, pero siento que esto sigue operando”. Lo que no impide que se haga muy buena dramaturgia en España. “El teatro siempre es un enfermo con buena salud. No hay quien lo mate”, afirma Montfort.

Profesora en la Sala Beckett de Barcelona, ha observado que hay “más variedad, formación y calidad que nunca”. De hecho, como apostilla Remón, se da el caso de que hoy, muchas veces, “los autores son más reconocidos que los directores”. “El teatro tiene algo muy físico, te permite escuchar al público –explica Montfort–. El dramaturgo puede mezclarse y seguir los comentarios de la gente, la oye removerse en el asiento, si se aburre, si ríe o llora. Y eso es precioso”.

Todos, eso sí, coinciden en la precariedad del sector cultural. Nanclares, que ahora se encuentra trabajando en un libro ilustrado, además de en una novela y una adaptación dramatúrgica, habla de la multitarea en la escritura. “Es bueno salir y entrar de los géneros y las temáticas, te ayuda a tomar distancia”, manifiesta.

Quizás por eso, concluye Gil –que en septiembre publicará un nuevo poemario y prepara novela–, “me hace sentir cómoda saber que tengo la posibilidad de estar en uno y otro lugar. El mundo contemporáneo admite más esto, ahora los límites son más difusos”.  “La clave es entrar y salir”, dice Remón. En esa frontera se encuentran todos.