Hércules, Trafalgar y una mujer muerta: las leyendas del estrecho de Gibraltar
Un libro reivindica la singularidad de esta "región geo-histórica", bisagra entre mares y continentes y escenario de guerras, migraciones y encuentro de culturas
5 mayo, 2022 03:48Noticias relacionadas
En su Chrorographia, el geógrafo hispano del siglo I d.C. Pomponio Mela, nacido en las proximidades de Algeciras, recoge una versión precisa de los orígenes míticos del estrecho de Gibraltar: el héroe clásico Hércules, cuenta, separó en dos una cordillera anteriormente continua, y "así fue como al Océano, contenido antes por la mole de los montes, se le dio entrada a los lugares que ahora inunda".
De esa intervención sobrehumana emergieron las columnas de Hércules, símbolo del escudo de España desde el reinado de Carlos V y la puerta de entrada al fin del mundo para los antiguos. Lo escribió el poeta Píndaro: después de ellas "no es posible ir más adelante, el mar es inaccesible, aquí están las Gorgonas, con cabelleras de serpientes, los canes de Zeus que no ladran, los arismaspos, que tienen un solo ojo".
Estos legendarios monumentos han querido identificarse, en la orilla andaluza, con lo que hoy se conoce como el peñón de Gibraltar, un macizo rocoso y prominente que supera los cuatrocientos metros de altura, y en la africana con el monte Hacho, con una altitud de ciento ochenta metros y que seguramente fue conocido en la Antigüedad como Abyla. Ambas montañas se alzan solas, casi aisladas, al final de sendos istmos que se abren en forma de pequeñas penínsulas.
Pero las leyendas que bañan esta zona, un espacio reducido en términos geográficos pero que a lo largo de la historia se ha articulado en puente de conexión entre culturas, en bisagra entre dos mares —el Mare Tenebrosum y el Mare Nostrum—, sin pertenecer en apariencia a ninguno de ellos, se cuentan a multitud.
Una de las más dramáticas vuelve a tener a Hércules como protagonista. El undécimo trabajo que le encargó el monarca Euristeo consistía en coger las manzanas doradas del jardín de las Hespérides, ubicado supuestamente en un confín de occidente. A su llegada a Tánger se encontró con el gigante Anteo, rey de la región e hijo de Poseidón. Obligado a enfrentarse a él, Hércules logró vencerlo levantando el cuerpo de su enemigo mediante un abrazo, al descubrir que su descomunal fuerza provenía del contacto con la tierra.
Anteo fue sepultado en el Estrecho, y su cuerpo yacente, como si se tratase de una momia pétrea, se identificó durante largo tiempo con el perfil de Sierra Bullones, frente a la bahía de la Ballenera en Benzú, en Ceuta. Ahora las miradas más realistas observan en esa postal la imagen antropomórfica de una "mujer muerta" recortada en los montes. Cada época construye sus fábulas.
Puente entre culturas
Estos relatos mitológicos —pocas regiones del globo atesoran cantidad semejante— son solo una píldora del mosaico de aventuras, historias, análisis y reflexiones que se encadenan en las páginas de A través del Estrecho (Confluencias), una mirada personal y poliédrica que arroja el politólogo y ensayista Adolfo Hernández Lafuente sobre un territorio que conoce y domina en todas sus dimensiones.
Aventura el autor que su objetivo no reside en ver este paso natural como un simple paisaje, sino como "la acumulación de encuentros entre hombres y pueblos, así como la reverberación que el curso de los siglos ha depositado en sus orillas". Un enclave único, definido con gran acierto por el revolucionario historiador Ferdinand Braudel como "un río que une más que separa, que hace de África del norte y de Iberia un solo mundo, un 'bicontinente'".
A pesar de que durante siglos fue llamado "estrecho de Cádiz o gaditano" en honor a la ciudad portuaria más importante de la región, fundada hace unos tres milenios por los intrépidos navegantes fenicios, su nombre actual se debe al general bereber Tariq, el líder de la invasión musulmana de la Península Ibérica en el año 711. El topónimo de Gibraltar procede de lo que se bautizó Yebel al Tarik, la montaña de Tariq.
Desde las tropas de Franco que prendieron el infierno de la Guerra Civil hasta el viaje inverso de los vándalos que ansiaban conquistar Cartago, pasando por su verosímil carácter "pontuario" para las comunidades de neandertales, el Estrecho ha sido testigo y parte de todo tipo de empresas de conquista y migraciones. Bereberes, almorávides, moriscos, sefardíes expulsados por su religión, colonos, soldados y ahora migrantes que se embarcan en frágiles pateras en busca de una vida más esperanzadora han transitado por sus catorce kilómetros entre las puntas de Tarifa y Leona.
"En el Estrecho confluye, pues, aparte de la proximidad entre continentes y mares, del continuo paso entre sus cuatro puntos cardinales y del umbral entre la miseria y la prosperidad, el hecho de que aquí también se ha instalado el rompeolas de dos culturas milenarias, la occidental y la islámica, que a su vez han contribuido a desarrollar dos modelos de sociedad muy diferentes. Lo singular de todas esas confluencias es lo que quiero poner de manifiesto, resaltando su complejidad", destaca Hernández Lafuente.
Para ello construye un armazón de textos variopintos, sin mayor orden que el de sus impulsos al evocar sus experiencias, desechando la narración cronológica, donde se dan cita la historia, la literatura, la política, la vida cotidiana y la diplomacia, entre otras artes. Quizá lo único que se eche en falta sea una mayor lista literaria de la gran cantidad de pecios que descansan en el fondo de unas aguas que han sido escenario de numerosas contiendas bélicas, con la aciaga —para los intereses españoles— batalla de Trafalgar de 1805 a la cabeza. Porque el estrecho de Gibraltar es también uno de los ambientes más ricos en historia y patrimonio de todo el entorno atlántico-mediterráneo.