Estampas de Francisco Franco en cada década a lo largo de sus 82 años de vida. Diseño: Rubén Vique

Estampas de Francisco Franco en cada década a lo largo de sus 82 años de vida. Diseño: Rubén Vique

Historia

Franco, diseccionado a los 50 años de su muerte: la mezcla de 'baraka' y crueldad que hizo de España un cuartel

El prestigioso historiador Julián Casanova publica una nueva biografía del dictador que supo adaptarse a las coyunturas geoestratégicas para perpetuar su régimen.

Más información: La mejor biografía de Franco, ahora en viñetas: los traumas infantiles que lo convirtieron en un tirano despiadado

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“Franco, Franco, que tiene el culo blanco porque su mujer lo lava con Ariel”. Es lo que, con inocencia infantil, cantábamos los niños de los 80. El tirano no significaba nada para nosotros, aunque hiciera apenas cuatro días que se había muerto. Nuestros mayores ni se molestaban en reprender la chufla. Parecía que el déspota máximo de una España cuartelaria durante casi cuatro décadas, en aquel punto, no le importase ya a nadie.

Franco

Julián Casanova

Crítica, 2025
528 páginas
22,90 €

Cincuenta años después, en cambio, da la impresión de estar mucho más presente en la vida pública española. Cierta derecha (no solo ultra) no termina de romper amarras con su régimen (“También hizo cosas buenas”). Y cierta izquierda es muy consciente de que contra Franco se vive mejor, por el caudal de legitimidad moral que otorga posicionarse frente a un jerarca sanguinario, aun a toro pasado.

El aniversario de su muerte lo va a traer a colación quizá más de lo que nos gustaría, sobre todo por el uso partidista del espantajo. Pero la efeméride no deja de ser una buena ocasión para rememorar por qué este país cayó bajo su mando. Hace poco lo veíamos redivivo en el escenario del Teatro Valle-Inclán, como protagonista en el estremecedor montaje 1936, de Andrés Lima: lo calcaba con extrema precisión (voz atiplada, mirada distante, pasos cortos y mala leche) el actor Juan Vinuesa. José Pablo García, por su parte, lanzaba hace un par de meses el cómic basado en la biografía del caudillo de Paul Preston, de inexcusable consulta. Y el próximo 19 de febrero llegará a las librerías la firmada por Julián Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 1956).

La de este no se adentra tanto en los vericuetos psicológicos de Franco, que sí desgranaba, con bisturí casi freudiano, el prestigioso hispanista de Liverpool. Casanova no pasa por alto circunstancias personales que pudieron engendrar en Franco un resentimiento misántropo y un fervor reaccionario. Ni la vida desordenada de su padre, Nicolás Franco, general de la Armada mujeriego, borrachín y violento, que hizo que aquel niño ferrolano de escaso fuste corporal se arrojara en brazos de su “amable y estoica” madre, María del Pilar Bahamonde, muy dada al rezo y al incienso eclesial.

No olvida tampoco Casanova el acoso de sus compañeros en la Academia Militar de Infantería de Toledo, donde recaló tras fracasar en su intento de acceder a la Academia Naval, que era lo que realmente le hacía ilusión, el lugar al que creía pertenecer por tradición familiar. “Aquella figura pequeña, de baja estatura y extrema delgadez, rostro aniñado e imberbe, con voz de falsete, sufrió novatadas y burlas, ‘un calvario’ en su memoria”, apunta Casanova, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, con décadas a sus espaldas de investigación sobre la Segunda República, la Guerra Civil y la dictadura franquista.

Un trabajo previo que le avala para acometer la hercúlea tarea de biografiar a una figura tan espinosa. Labor que aborda, decíamos, no con el foco apuntado sobre los microdetalles de su vida privada y personal sino más bien abriendo el plano a los procesos históricos en los que se enmarca la peripecia única de aquel militar que se curtiría en las guerras coloniales del norte de África.

Fue allí, en el protectorado marroquí, donde se puso de relieve su envidiable aleación de temple ante la adversidad y baraka, la buena suerte árabe que hacía que las balas enemigas impactaran en el compañero de al lado, nunca en él. Ambos rasgos, amén de su inflexible represión de la disidencia y su habilidad para bandearse ante los vientos de la Historia, lo convirtieron en un jefe de Estado y de Gobierno (aunó ambas condiciones) inamovible durante un buen pedazo del siglo XX.

Casanova no pone tanto el foco en los detalles personales como en los procesos históricos

El general Miguel Cabanellas lo vio venir ya en el 36, cuando por decreto se le otorgaron poderes máximos: “Ustedes no saben lo que han hecho, porque no lo conocen como yo, que lo tuve en el Ejército de África como jefe de una de las unidades de la columna a mi mando; y si, como quieren, van a darle en estos momentos España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la guerra ni después de ella, hasta su muerte”.

Casanova, con su plano de cámara abierto, reconstruye magníficamente por ejemplo cómo supo mover la cintura para adaptarse al nuevo marco geostratégico de la Guerra Fría, mutando el nacionalsindicalismo en nacionalcatolicismo. Así, desfascistado, se ofreció a Estados Unidos como aliado útil frente al imperialismo soviético, colaboración que se concretó con el canje de bases por financiación militar y suministro alimenticio (muchos abuelos todavía recuerdan la leche en polvo yanqui que les daban para desayunar).

Franco jugó bien sus cartas y tuvo la suerte de cara. Como Cabanellas vaticinó, no soltó la poltrona hasta su último aliento aquel 20 de noviembre de 1975. Fue su muerte definitiva, cuando le retiraron la maraña de tubos con la que le mantenían artificialmente vivo en el Hospital de la Paz. Pero en gran medida ya había muerto antes, el 20 de diciembre de 1973, cuando ETA hizo volar el Dodge de su fidelísimo Carrero Blanco por el cielo de Madrid. “Me han cortado el último lazo que me unía al mundo”, le dijo entonces a su ayudante, el capitán de navío Antonio Urcelay.

Franco ya no volvió a ser el mismo: ni siquiera se impuso al parecer de su mujer, Carmen Franco, y el propio Urcelay en la elección del sucesor de Carrero como jefe de Gobierno. Él quería a su viejo amigo Pedro Nieto Antúnez pero al final acabó cediendo y ungió a Carlos Arias Navarro, el carnicerito de Málaga, cuyos sollozos en el anuncio televisivo del fallecimiento de su jefe son el patético punto final del dictador.

Han pasado 50 años. Muchos creen que olvidar a Franco sería un buen síntoma. Pero es mucho mejor recordarlo, conocer el rastro de odio sectario que dejó en este país, más en tiempos revueltos y reaccionarios como los actuales. Para cortar el paso ipso facto a cualquier salvapatrias análogo y para que, como sociedad, impugnemos todo empleo partidista y espurio del fantasma. La biografía de uno de nuestros más prestigiosos historiadores llega, así, oportuna a nuestras librerías: como antídoto contra esa desmemoria que nos deja inermes ante bulos y camelos.