Historia del teatro español
Javier Huerta Calvo
16 octubre, 2003 02:00Lope de Vega, por Gusi Bejer
En vísperas de que comience el Festival de Otoño de Madrid, acaba de aparecer una colosal Historia del Teatro Español. Si hacer la historia literaria de un período es tarea difícil, trazar la evolución histórica de un género es empresa tan erizada de problemas que roza casi la imposibilidad. Pero, como advierte Andrés Amorós en su ajustado e inteligente prólogo, tal vez "las únicas cosas que valen de verdad la pena, en la vida, son las que resultan -o parecen, en principio- imposibles".
Esta Historia del Teatro Español supera el miope y parcial encuadre al que las sincronías nos han acostumbrado y recupera lo más sólido del positivismo decimonónico, al tiempo que recoge los más recientes avances en el conocimiento de las teorías e ideas literarias, en la transmisión y recepción de los textos, en las relaciones entre espacio, música, actor y espectáculo, así como en las nuevas lecturas procuradas por el progresivo perfeccionamiento de una cada vez más afinada y segura crítica textual.
La obra, pues, es fruto de un "esfuerzo colectivo" pero también de una implacable voluntad de sistema, visible tanto en su convencional criterio cronológico como en el orden seguido en y para su estructuración. Consiste ésta en una introducción de carácter general a cada una de las distintas partes de que consta y en la que se da cuenta del estado actual de nuestro conocimiento, así como de las cuestiones que todavía son objeto de debate. Cada parte se articula, a su vez, en las siguientes secciones: 1) arte escénico; 2) teoría teatral; 3) autores y obras; 4) transmisión y recepción; y 5) el teatro en otras lenguas. La primera sección se centra en los diferentes espacios teatrales; la segunda, en el desarrollo de las ideas que han conformado nuestra poética dramática; la tercera, que podría parecer la más "convencional", no lo es porque incorpora varias innovaciones de diverso alcance: a) la creencia valeryniana en el progreso de la literatura, que hace que se preste mayor atención a los autores que más han contribuido al desarrollo y ampliación de determinados géneros; b) la mezcla del criterio nominal de los autores con el propiamente genérico de las obras; c) la importancia dada a las dramaturgas de los siglos XVII y XX; y d) como tributo al interés por la literatura mal llamada "menor", que ha mostrado la posmodernidad más reciente, la consideración también de los autores olvidados, raros y curiosos. A ellos hay que añadir la serie de capítulos dedicados a la música y al teatro musical, tan poco abordados por los filólogos apegados a la exclusiva materialidad del texto. La cuarta sección se hace eco de los logros de la estética de la recepción, acuñada por Hans Robert Jauss y la denominada "escuela de Constanza"; y la quinta -la más deficiente, a nuestro entender- intenta describir y recoger la huella que el teatro extranjero ha podido dejar en nuestra lengua. En este punto la obra presenta un claro desequilibrio entre los excelentes capítulos en los que Eva Castro y Jesús Menéndez dan cuenta del teatro latino medieval y renacentista, y los que anglistas y germanistas dedican al teatro norteamericano y alemán.
La obra se completa con unas útiles tablas cronológicas, que llegan hasta este mismo año, y una serie de índices de materias, de nombres y de obras, a las que acompaña una Historia virtual en CD-Rom El viaje entretenido, realizada por Andrés Peláez y Javier Huerta. En el tomo primero destaca la completa introducción hecha por Madroñal y Urzáiz, el capítulo de teoría teatral escrito por Gómez Moreno, el dedicado a La Celestina, y del que es autor Nicasio Salvador, y el titulado "La teoría dramática en el siglo XVI", debido a Javier Huerta. Junto a ellos, sobresalen por su interés y novedad los dedicados a Gil Vicente y Sánchez de Badajoz, hechos por María Luisa Tobar y Pérez Priego, respectivamente; el de Sirera, sobre los prelopistas valencianos, el de Evangelina Rodríguez Cuadros sobre el actor y las técnicas de interpretación, y el de María Gracia Profeti sobre Lope de Vega.
En el segundo tomo, que abarca desde el siglo XVIII hasta la época actual, destacan el de álvarez Barrientos sobre el arte escénico; el de Checa Beltrán sobre la teoría neoclásica, así como los de Lafarga y Pagán sobre la presencia francesa y Goldoni en España. A ellos hay que sumar el completo panorama que ofrece la contribución de Jesús Rubio y María Jesús Rodríguez Sánchez León sobre la práctica escénica y la teoría dramática del siglo XIX; el de Penas Varela sobre el drama romántico y el que dedica al género chico Romero Ferrer. Marisa Siguán propone un acercamiento a Ibsen en España, y José Antonio Pérez Bowie se ocupa de la teoría teatral entre 1900 y 1936. Los autores y las obras están aquí mejor tratados que las épocas y se ofrece de ellos un exhaustivo estado de cada cuestión.
Parece ocioso criticar los detalles, pero se echa en falta un capítulo dedicado a la crítica literaria de los siglos XIX y XX, y a las reseñas de Prensa con que cada obra representada se recibió. La crítica no es menos importante que el autor o que el público y forma con ellos, si no un paradigma sociológico, sí un nivel. Pero era practicamente imposible que algo no faltara en una obra de voluntad tan amplia como ésta, que viene refrendada por el reconocido prestigio de quienes han colaborado en ella y que nos aporta y nos ofrece un nuevo modo de ver. El teatro, como decía Ortega, no sólo es el espacio propio de la mirada: es también una relación y reflexión de y sobre lo visible. El lector encontrará aquí cuestiones fascinantes como las del entremés o el propio desarrollo de nuestra comedia; disfrutará en y con el laberinto de las formas vistas desde sus semovientes nombres; descubrirá qué clásico es lo moderno y qué modernos son nuestros clásicos.
Esta Historia del Teatro Español es en sí pantagruélica: hay en ella un sinfín de cosas que abren nuestro apetito de saber. Poco importa que algunas líneas y algunas colaboraciones nos parezcan menos convincentes.
Así se ha contado el teatro
Este libro -que continúa la labor iniciada en las últimas décadas del siglo XVIII por Signorelli, Armone y García de la Huerta, continuada en el XIX por Leandro Fernández de Moratín, Milá y Fontanals, Amador de los Ríos, Fernández Guerra, Menéndez Pelayo y el conde von Schack, y que, proseguida por Cotarelo, Díaz de Escovar, Lasso de la Vega, Valbuena Prat, Shergold y Varey, propició la utilísima pero desigual Historia del Teatro Español de Ruiz Ramón, la desgraciadamente interrumpida Historia del Teatro Español dirigida por Díez Borque, y las más recientes y especializadas Historia del Teatro Español del siglo XVII, de Arellano, y la Historia básica del arte escénico, de Oliva y Torres Monreal, a las que hay que añadir la excelente Historia de los espectáculos en España, coordinada por Amorós y el ya citado Díez Borque- tiene en cuenta también las noticias de índole pragmática que nos han dejado el prólogo de Cervantes a sus Ocho comedias y ocho entremeses de 1615, las reflexiones de la Filosofía antigua poética de López Pinciano, y las ideas que sobre poesía escénica, apunta, a finales del XVII Bances Candamo.
Otras historias del teatro
"En su presencia todos eran bisoños; ninguno hablaba, el más experimentado enmudecía, ya con veneración, ya con recato. Callen, comparados con Lope, los de la edad latina", escribió Pellicer de Tovar en la necrológica urgente que dedicó a la muerte de Lope de Vega.
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Leandro Fernández de Moratín trabajó como empleado en un obrador de joyería hasta que, gracias a su amistad con Jovellanos y Godoy, obtuvo una serie de rentas eclesiásticas otorgadas sin que tuviese ninguna vinculación real con la iglesia.
En una cena con el torero Juan Belmonte, Valle-Inclán comentaba que el toreo tenía mucho de teatro y que para que la obra fuese perfecta sólo le faltaba morir en la plaza. Belmonte le respon-dió: "Se hará lo que se pueda".