Felipe Benítez Reyes
Hoy el lector tiene el mismo talante que en tiempos de Cervantes: asiente incondicionalmente al disparate
1 febrero, 2007 01:00Felipe Benítez Reyes. Foto: Sergio Enríquez
Tan funambulista como siempre, haciendo guiños a diestro y siniestro y con el estilo dominándolo todo. Así aparece Felipe Benítez Reyes (1960) en su Mercado de espejismos, la novela ganadora del Nadal, que lanza a las librerías la próxima semana. El poeta gaditano ha escrito una novela de humor, cuajada de múltiples e incesantes historias jocosas, emparentada en primer grado con la novela picaresca. Al mismo tiempo, el novelista publica La misma luna, su último libro de versos, también premiado, donde aparece el Benítez Reyes más profundo. De todo ello habla con El Cultural, que publica los primeros tramos de Mercado de espejismos (Destino).
Molesta neurosis de perfección
-¿Realmente se ha divertido escribiéndola tanto como parece?
-Qué va. Ha sido una tarea lenta y laboriosa, y angustiosa a ratos. De todas formas, las características del proceso de escritura no son relevantes. Lo que importa es que resulte divertida su lectura. En esto, la veteranía no es un grado. Creo que uno acaba desarrollando una especie de neurosis estilística de perfección bastante molesta. La de pasarte un par de semanas dándole vueltas a la conveniencia o no de poner un determinado adjetivo en una determinada frase, por ejemplo. Los pactos estilísticos con uno mismo suelen tener cláusulas muy rígidas. La moral estilística incluye la mortificación, por poco que a uno le guste mortificarse. Pero va en el lote.
-Así que es el estilo el que le ordena…
-En buena medida, sí. Aunque no estaría de más definir el concepto de estilo, porque resulta más claro el concepto en sí que su definición. A lo mejor, quién sabe, el estilo se basa menos en elecciones que en prejuicios. No creo que sea lo ornamental, sino más bien el sentido último de lo esencial. No es lo decorativo, el adorno, la cáscara. Esperemos al menos que no lo sea, porque estaríamos listos.
-No creerá entonces que "con una Biblia en la mano y un manual de física y química se puede escribir un best seller impresionante".
-ésa es una ironía de uno de los personajes. Mi novela está montada sobre una parodia de las novelas de misterios esotéricos y de fantaseos históricos. El propósito es inmodestamente cervantino. Cervantes parodió los libros de caballerías, y aunque estas novelas que están hoy en boga no tienen mucho que ver con ellos, sí es muy similar el talante del lector de entonces y de ahora: asiente incondicionalmente al disparate. Quizá lo descabellado esté en la raíz misma de la ficción y es posible que también en lo más secreto de la condición humana. Porque, ¿quién puede convivir continuamente con la razón? A veces pide paso el disparate.
-Burla burlando llega usted directo a esa especie de esoterismo que protagoniza tantas de las novelitas actuales. ¿Tanto mal nos ha hecho Dan Brown?
-No, no creo que Dan Brown haya hecho daño alguno. Ni a la literatura ni a la gente. Es posible incluso que haya hecho lectores asiduos de lectores circunstanciales. Pobre hombre, no. Lo curioso del fenómeno, y su lado cómico, es que la gente no lee sus novelas como lo que son; es decir, como ficciones descabelladas basadas en truculencias risibles y en conjeturas disparatadas, sino como la revelación de verdades históricas y religiosas alternativas. Y entonces el fenómeno comienza a tomar otro cariz, entre paranoico y delirante. Porque ya tenemos ahí a Alonso Quijano en versión contemporánea, entre emblemas crípticos y señales templarias incluso en las señales de tráfico.
-¿Y qué tiene Mercado de espejismos de novela picaresca?
-La picaresca es un fenómeno muy amplio. La Odisea, por ejemplo, puede leerse como una novela picaresca. Cuando Ulises ciega al cíclope y se burla de él, no está comportándose de un modo muy distinto al que lo hace Lázaro de Tormes cuando se bebe el vino del ciego, aunque el truco acaba costándole la dentadura. Uno y otro están procurando casi lo mismo: sortear adversidades y subsistir.
-¿Una metáfora, al fin, del mundo actual, lleno de impostores, mentiras y falsedades...?
-Los pícaros literarios son infinitamente más inocentes que los reales. En las novelas, uno puede simpatizar con los malhechores, pero en la vida real no. Se puede admirar a Fu Manchu, no a un corrupto.
-Lo que resulta evidente es que hay dentro de su Mercado mucha documentación previa, ¿no?
-Qué remedio. Para parodiar, necesitas conocer el referente. He leído muchos libros, y algunos de ellos están bien, dentro de lo bien que puede estar un despropósito. Lo más sorprendente ha sido comprobar la trama legendaria que hay en torno a los Reyes Magos, sobre todo si se tiene en cuenta que en la Biblia sólo se les menciona, muy de pasada, en el evangelio de san Mateo. Se supone que fue santa Elena, la madre del emperador Constantino, quien reunió las reliquias de esos magos errabundos. Así se crea un entramado legendario con muchas ramificaciones. Mucho de ese material lo incorporo a mi novela.
La seriedad del burro
-Está clara su escasísima vocación de solemnidad. Explíqueme por qué esa recurrencia al humor
-En realidad, los humanos tenemos cierta grandeza trágica sólo porque nos morimos; si no, seríamos simplemente cómicos. Tendemos a pensar que el humor es una especie de pensamiento degradado. También damos en creer que la seriedad del burro deja de ser cosa propia del burro sólo porque es seriedad. No sé yo. Lo paradójico es que nuestra novela más emblemática es una novela cómica, concebida para que el lector se ría de las desventuras de un desdichado. Cervantes es despiadado con su personaje, aunque la interpretación se modifica mucho con el paso del tiempo, y el lector actual lee el Quijote con un talante compasivo, a despecho de la pre-
tensión de Cervantes. El caso es que el Quijote es una novela cómica que el tiempo ha convertido en uno de los libros más tristes del mundo.
-¿Todo esto explica el escaso humor de nuestra literatura reciente?
-Dentro de nuestra tradición moral y religiosa, el humor siempre ha sido algo punible y reprobable. Se ha prestigiado más el sentido penitencial de la vida y la heroicidad del sufrimiento, a la espera de lo otro, de la conjetura del paraíso, que ya es optimismo, ¿no? A fin de cuentas, para ponerse apocalíptico sólo hace falta que te duela una muela. El humor no es tan esclavo de las circunstancias. Se puede mantener incluso en el cadalso o en el lecho de muerte.
-En ésta, como en sus novelas anteriores, también el escritor lanza sus guiños. Por este mercado de espejismos se pasean Fulcanelli y Ed Wood, los templarios y un trasunto del poeta González Iglesias. Y, sin embargo, no parece que la realidad, el hombre y el mundo de hoy con sus problemas, los tenga usted en cuenta en sus novelas.
-Pues yo me tengo por un autor muy realista. Nabokov decía que la palabra realidad habría que escribirla siempre entrecomillada, y puede que tuviera razón, porque es un concepto muy vulnerable a las interpretaciones. No significa lo mismo un cuchillo para un pescadero que para un asesino en serie. Supongo que en todo este caos habrá algún tipo de armonía insondable, no sé yo. La armonía del sin porqué, al menos. La literatura, en buena parte, simula esa armonía. Lo inquietante es que el rumbo de una vida puede cambiar en segundos. Te pasas la vida pactando con tu pensamiento, creándote una máscara moral, configurando un fantasma a tu medida y, de repente, un factor imprevisto te convierte en un desconocido ante ti mismo. Eso sí que es un fenómeno parapsicológico en toda regla.
La crítica literaria
-Comentaba el crítico Ricardo Senabre a cuenta de alguna de sus novelas anteriores que su brillantez estilística, su rica prosa, su imaginación… pueden ser también su perdición como novelista
-Según y como. A fin de cuentas, todo el mundo vive al borde del abismo, y no voy a ser una excepción. De todas formas, es como decir que el defecto de un corredor es que corre demasiado. No sé. Cada cual tiene su idea de la novela.Un autor está obligado a apostar por sus convicciones estéticas si no quiere acabar acogiéndose a fórmulas generales. La aspiración de fondo de cualquier novela es la de fascinar al lector, y esa fascinación puede lograrse de muchas maneras. No hay fórmulas. ¿Hay algo más milagroso que el hecho de que alguien se implique con todos sus sentidos en un artefacto literario, aun a sabiendas de que todo es una trampa mágica?
-¿Qué opinión tiene de la crítica literaria, de esa crítica inmediata que aparece en los periódicos?
-Si digo que me parece bien, voy a quedar como un cobista. Si digo que mal, voy a parecer un resentido. Así que mejor que me calle. De todas formas, los autores no parecen tener derecho a sostener opiniones públicas sobre los críticos, a pesar de que los críticos tienen derecho a opinar públicamente de los escritores más o menos cada semana. En todo caso es una relación unidireccional.
-En muchos pasajes de la historia se trasparente el poeta que usted es. Y para que no haya duda, coinciden estos días en las librerías los dos Benítez Reyes: el poeta con La misma luna, hincado en los asuntos sustanciales del ser humano, y el novelista ¿más superficial? que narra las historias más jocosas. ¿Cómo cruza de un lado a otro de la literatura?
-No sé si es un trastorno bipolar, pero no me crea conflicto esa alternancia. El fenómeno no es tan raro. Poetas y novelistas fueron Thomas Hardy, Nabokov, Poe, Stevenson, Chesterton... Hay un prejuicio con respecto a esa dualidad, y no es para tanto. Para mí, la novela es el espacio de los otros, de los seres fingidos, de la creación de conciencias ajenas, de vidas posibles, de tramas ficticias, mientras que la poesía es el espacio ineludible del yo, la conversación a máscara quitada.
-¿Qué queda hoy, por cierto, de la poesía de la experiencia?
-No creo mucho en los movimientos estéticos, sino en los nombres propios. Y de la poesía de la experiencia, fuese lo que fuese, que no está muy claro, quedan bastantes nombres propios. García Montero, Marzal, Vicente Gallego, Benjamín Prado y tantísimos otros. Queda eso. Y me parece que es bastante.
-Tanto la novela como el poemario han tenido su premio. Del Nadal lo sabemos casi todo, pero nada conocemos de esa primera edición del "Viaje al Parnaso"... ¿No son demasiados, y demasiado devaluados, los premios hoy en nuestras letras?
-Es posible. En cualquier caso, no entiendo los premios como medallas, sino como heridas de guerra, y no sé si me explico. Si tienes 100.000 lectores, no necesitas ningún tipo de premio. Si no tienes ni un solo lector pero tienes una empresa boyante, tampoco. Pero si no tienes 100.000 lectores ni una empresa boyante… Al margen de eso, el Nadal no está mal para un novelista, ¿no? Es un premio creíble y respetable, con una historia tan larga que ni siquiera faltan en ella las meteduras de pata, como tiene que ser.
Desde hace años, a su ritmo, sin que le entretenga la escritura de una novela o un libro de poemas, Benítez Reyes va escribiendo un Prontuario de términos literarios, también en clave de humor. Tiene ya un centón de entradas. La primera acepción de novela, por ejemplo, es: "Depende". Otra entrada, estilo: "según las regiones". Y otra más, adjetivo: "clavel en la solapa de un sustantivo".