Édouard Louis: "La literatura va más allá de la propia literatura. Es revolucionaria"
Salamandra publica en España el penúltimo fenómeno editorial francés Para acabar con Eddy Bellegueule, del jovencísimo Edouard Louis
12 febrero, 2015 01:00Verdadero fenómeno editorial, mediático y sociológico, la novela Para acabar con Eddy Bellegueule, de un tal Édouard Louis (Hallencourt, Francia, 1992), un joven estudiante de 21 años de una de las grandes universidades de Francia, L'Ecole Normale Superieur, duró apenas unas horas en las librerías cuando salió a la venta.
¿Qué revelaba este libro? Una brutal autobiografía de un homosexual en un pueblo de la Picardía francesa que desde niño tiene aspecto amanerado y voz aguda. Esta diferencia, a pesar de las supuestas tolerancias sociales que existen en los países occidentales, hará que Eddy Bellegueule viva una infancia monstruosa. Insultado, maltratado, rechazado... la lista es infinita. Édouard Louis, la cuenta, tal cual. Más adelante, al encontrarse El Cultural con este jovencísimo escritor, se preguntará "por qué, dentro de las diferencias infinitas entre los individuos, seleccionamos elementos como portadores de sentido. Marica tiene un sentido. Negro tiene un sentido. Eso tiene consecuencias. No se insulta a la gente que, por ejemplo, calza el 37. Esto revela lo absurdo de los mecanismos sociales.
Tras su historia, la de miles de niños y de personas "diferentes" que sienten el rechazo. Tras su experiencia, la de jóvenes de un medio social bajo a los que el sistema corta las alas antes de llegar a ser adultos para que se queden donde están. Édouard Louis pinta el futuro de esta clase sin recursos de forma muy negra. Sin embargo, él es el claro ejemplo de que si se quiere, se puede salir de ella.
Cuando entramos en el bar del precioso hotel de Paris donde hemos quedado con el escritor, Édouard Louis destaca por su elegancia, porte y juventud. Un aspecto chocante ante la intensidad y violencia que retrata en su primera novela, en la que cuenta la vida del personaje de Eddy Bellegueule, él mismo, antes de cambiarse su nombre por el de Édouard Louis. "El título de la novela, con mi nombre, fue algo muy difícil de asumir para mí", explica el autor. "Era un título radical pero era a lo que yo aspiraba. A medida que se acercaba el momento de su publicación, empecé a sentir miedo. Eddy Bellegueule había sido el nombre que durante toda mi infancia había detestado. El nombre de la injuria, del pasado que me había rechazado, antes de que yo mismo lo rechazase. Eddy Bellegueule quería decir maricón, pobre, márchate".
"Es un libro que no tiene una sola línea de ficción", continúa. "He querido utilizar el término de novela en la portada porque para mí la novela es una construcción literaria. No hay ninguna necesidad semiológica ni etimológica en la palabra novela que diga que solo es ficción. Yo quería utilizar la construcción novelesca para acercarme a la verdad. Una construcción que no se alejara de la realidad sino que se acercase a ella. La pregunta de la verdad era para mí esencial porque quería hablar de esos mundos de los que nadie habla, de esos mundos excluidos y he entendido que era a través de la construcción como podía acercarme a la verdad. Una herencia para de Bourdieu que decía que si yo construyo un cuadro del mundo social, ese cuadro está más cerca de la verdad que lo que podríamos ver espontáneamente con nuestros ojos. A través de los diálogos, de los niveles de lenguaje, de la construcción de los capítulos... consigo llegar mejor a esa verdad. Por eso sí, novela, pero no ficcional. Y por eso nada que ver con la autoficción. Acercar la literatura como arma de la verdad".
- Cuando escribe y decide publicar su autobiografía, era consciente de lo que iba a suponer ese testimonio para Francia, la imagen de una clase social excluida y que, como usted dice, ni siquiera llegaba a la categoría de obrera.
- Para mí el interés del libro era el de mostrar a esos individuos que escondemos cuando se dice la palabra "sociedad". ¿Quiénes son los que mandamos a la sombra del sistema? Eso es lo que yo quería mostrar y por eso mi libro ha despertado reacciones que, a veces, han sido muy violentas. Uno de los editores me dijo que mi novela era caricatural y que nadie creería mi historia. Es interesante porque lo que llamamos caricatura es, en realidad, un efecto de distancia. Si yo llevo a mi madre a la ópera y ve a la gran burguesía, las señoras con trajes y los hombres con esmoquin, le va a parecer una caricatura. Todos somos caricatura para alguien. Se habla muy poco de esta clase social dominada. Se habla un poco de la clase obrera pero de la que yo hablo, es otro mundo, que cuenta incluso menos. Mi madre decía que los obreros eran unos burgueses porque tenían un salario todos los meses cuando nosotros no teníamos nada, sobrevivíamos de las ayudas sociales. Si la literatura no hace eso, no muestra, no vale nada.
- ¿Entonces usted cree que un texto literario es capaz de cambiar las conductas humanas?
- Por supuesto. Nunca se estima lo suficiente el poder de la literatura. No sabríamos lo que siente, como se mueve, como sufre, vive, una persona negra, en sus aspectos más corporales, sin Toni Morrison, sin Aimé Césaire. La literatura propone nuevas formas de ver, propone mundos que hasta ahora nadie había visto, mundos que no tienen lugar en el lenguaje. Cuando presentaba mi libro por todo el mundo, lo que me decía la gente era "es mi vida". La literatura va mas allá que la literatura. Es revolucionaría.
- La literatura permite entender nuestro mundo actual. La visión que da usted como escritor del presente, es una visión muy violenta. ¿Esa violencia es una constante en la clase social que usted describe o por el contrario habita en todo ser humano?
- Para mí, la literatura propone un diagnóstico del presente. ¿En qué mundo vivimos? ¿Quiénes somos? ¿Qué hacemos? ¿A quiénes excluimos? Hablar de la vida de la gente, de la violencia que nos constituye a usted, a mí, a todos: eres mujer, eres homosexual, eres negro, eres pobre... son discursos tremendamente violentos. Todos estamos en un momento de nuestras vidas expuestos a la experiencia de la dominación, de la violencia. La pregunta es cómo puede uno conseguir deshacerse de esa violencia del discurso del otro, aunque a veces no la vemos como violencia sino como evidencia.
- ¿Cree usted en el poder psicoanalítico de la escritura?
- Es cierto que, a medida que escribía la novela, yo me transformaba. Pero porque yo quería ser escritor, ese era mi sueño. No porque la escritura tuviera un poder catártico ni psicoanalítico. Es, más bien, un libro político. De una cierta manera yo ya había acabado con Eddy Bellegueule y no quería hacer una celebración de mí mismo ni de mis logros. Lo que quería mostrar era como salir de ese Eddy Bellegueule que somos todos. Como deshacerse de esa violencia y esa dominación. No era para nada un ejercicio alrededor de mi persona. Lo importante era el presente que retrata la novela.
- Lo que más me ha llamado la atención de su novela es que usted describe la situación de una familia francesa como una de las principales víctimas del sistema galo.
- La dominación tiene como principio destruir la voluntad. Mi novela era para mí una reflexión sobre la construcción de la voluntad. Al principio, este niño no quiere huir, es un niño como los demás, tan racista, tan misógino como los otros. Y, por un encadenamiento de situaciones, de encuentros, se despertará en él esa voluntad. Cuando leo un libro como el de Thomas Piketty, que ha tenido tal éxito, me hace daño, me insulta. En su introducción habla de las desigualdades injustas, fundadas sobre la reproducción del patrimonio y, de las desigualdades justas que son fundadas sobre el mérito. Yo le diría que fuera a ver una empleada de hogar como mi madre que describo en la novela, o a mi padre que tuvo un accidente laboral a los 35 años que le impedía trabajar, antes de hablar de desigualdades justas o injustas. Decir que lo nuestro era una desigualdad justa porque estaba fundada en la falta de mérito es un pensamiento extremadamente violento, excluyente. "Todas estas desigualdades esconden las buenas desigualdades", dice Piketty. Y lo que falta a este tipo de pensamientos es un pensamiento de la voluntad construida y como las estructuras sociales o la pobreza, mata esa voluntad. Lo importante es producir esa voluntad. Terminar con Eddy Bellegueule era para mí el invento de esa voluntad.
- En su novela habla de sus padres, de sus cinco hermanos, en donde también vivió momentos extremos de violencia, escenas de alcoholismo, de falta de comprensión. Si le digo la palabra familia, ¿qué piensa?
- Es complicado. Uno de los temas de la novela era el de interrogarse sobre la pertenencia. ¿Por qué se pertenece más a la familia que a otro grupo social? ¿Sabe que cuando se publicó mi novela, mi padre compró 25 copias del libro y se lo regalo a todos sus amigos? Luego me escribió una carta en la que me decía "Edouard, papá está orgulloso de ti". Era la primera vez que me llamaba Edouard. Cuando el libro fue portada de Libération, mi padre fotocopió el artículo y lo colgó por toda la casa. Lo que me interesaba en la novela no era analizar si había o no amor en mi familia, sino que la fuerza de las estructuras sociales era tan grande que, a pesar del amor, consiguiese crear ruptura.
- Eddy Bellegueule se marcha, huye de ese medio social que como usted ha dicho le rechaza. ¿Cómo se vivió su huida dentro de su familia, de la gente que le rodeaba?
- Es muy violento cuando uno se va, cuando huye. No solo la gente tiene la impresión de que la abandonas, sino que la huida se convierte en un espejo psicoanalítico. Huir es como decir a los demás: vosotros no lo habéis hecho. La gente no lo ve como una oportunidad de irse ellos mismos, no se dicen: si él puede yo también, me puedo reinventar. Es el resentimiento lo que triunfa y eso es triste. Hay gente que me ha detestado por irme a París, por publicar un libro. La reproducción social, de lo que habla Bourdieu, está en cada uno de nosotros. No nos damos cuenta de cómo, en el día a día, en los discursos, en los gestos, en las palabras, reproducimos todos el mundo tal cual es. La trayectoria del desertor lo agranda aún más. Por un lado, está la gente que no entiende por qué la has abandonado y, por otro, en el lugar al que se llega, están los que te preguntan por qué te has marchado, por qué reniegas de tus orígenes y traicionas tu medio social. Por tanto, ese discurso de la traición es también una forma de volver a lo que uno era.
- Pero a Eddy Bellegueule le cuesta mucho esta huida. En algún momento de la novela parece querer que su padre le impida marcharse.
- En la mayoría de los relatos que cuentan una huida, una emigración de un medio social a otro, como en el caso de los libros de James Baldwin, el personaje desertor ha sido siempre una persona más libre que los demás, que ha estado en lucha para conseguir marcharse del mundo al que no corresponde. Para mí, eso no era cierto. Me hubiera resultado violento pensar que yo era alguien diferente a los demás, sería una idea muy racista y en la que no creo para nada. Incluso en Bourdieu en Autoanálisis de un sociólogo, tuve esa impresión. En mi experiencia, el que huye, el que deserta, lo hace por defecto. Se vuelve libre por accidente. Yo huí pero porque Eddy Bellegueule era alguien al que rechazaban. Esa era la realidad para mí y no al revés. El personaje no era alguien extraordinario, sino una persona como las demás. Quería que diera ganas de actuar y no de ser contemplado. Por eso, la huida fue difícil. Le aseguro que si alguien me hubiera propuesto o ir al liceo o convertirme en el chico duro, jugador de futbol, ligón con las mujeres, y sobre todo heterosexual, ¡hubiera cien mil veces antes escogido esta segunda opción!
- Su novela se está publicando en varios países. Ahora sale en España. ¿Qué acogida esta recibiendo su novela en el extranjero?
- Lo interesante es como los lectores construyen el libro y la diferencia de acogida del libro entre un país y otro. Por ejemplo, en Kosovo, en donde el libro ha tenido mucho éxito y hasta he recibido un premio, fue recibido como un libro sobre la invención de uno mismo. La cuestión de las clases sociales y de la sexualidad quedó al margen. Es un país muy joven que acaba de crearse, que ha luchado para conseguir ser definido por los demás. En Francia, en cambio, se habló mucho de las clases sociales dominadas. En Italia y en Portugal resaltaron la homofobia.
- Usted que habla español, ¿qué representa España para usted?
- ¡Para mí es el país de Pedro Almodóvar! Determinante en mi escritura.
- Su escritura parte antes del cine que de la literatura.
- Es extraño porque cuando uno escribe siempre le preguntan qué libros te han influenciado más. Yo contesto Faulkner, Thomas Mann, Thomas Bernhard, Marguerite Duras. Cuando en realidad, yo escribí mi libro con música y cine. Las películas de Almodóvar fueron como mi familia. Algo que me ha constituido. El tema de la exploración de la violencia, de la reinvención de uno mismo y el tema de las mujeres que ocupan la mitad de mi libro y que son las dominadas dentro de los dominados, el proletariado de los proletarios. Todo está en las películas de Almodóvar.
- Sin embargo, usted le dedica su novela al escritor Didier Eribon.
- Sí. Es el primer libro que compré yo solo en una librería. Yo leía muy poco. Hasta ese momento, quería ser profesor de instituto, quedarme en Picardía. No tenía especial interés por la escribir. El libro de Eribon, Retour à Reims, me cambió la vida, de la noche a la mañana. Y me puse a leer Bourdieu que me abrió las puertas de la literatura.