Diseño: Rubén Vique

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Letras

¿Ya no es sexi ser culto? Los creadores debaten

El Cultural
Publicada

Ha habido periodos históricos en los que ser culto en España estaba de moda. En los 80, por ejemplo, concurrir a un acto social bien pertrechado de referencias culturales generaba admiración, atracción incluso. No parece que en nuestra época se valore tanto. Hoy los discursos antiintelectuales prenden como la pólvora y películas como las de Jonás Trueba, en las que millennials hablan con naturalidad de Peter Sloterdijk o Natalia Ginzburg, son vistas como marcianadas. ¿Ha ido a menos la apreciación de un bagaje cultural amplio y sólido? Y, por otro lado, ¿la calificación de alguien como 'persona culta' se ha rebajado a la inflación de series, las tendencias en redes y la dominante música urbana? Finalmente: ¿Son los culturetas una especie aborrecida?

Mucha terracita y poca Historia

Luis Alberto de Cuenca

No me lo había planteado antes, quizá porque vivo de espaldas a la actualidad, sumergido en el líquido amniótico de la relectura, tan confortable como el más sofisticado de los jacuzzis, pero me parece posible, y aun probable, que lo de ser culto sea hoy mal visto y que haya sido sustituido por una atención enfermiza a las redes sociales y a las series de televisión. Y era lógico que termináramos así de críticos con la cultura tradicional, porque esta exige una dedicación y una entrega cotidianas que no son compatibles con la programación habitual de buena parte de la población, que exige gimnasio, pilates, senderismo, terraza de moda, clase de baile, meditación diaria, examen de conciencia woke y demás zarandajas que han convertido la existencia de la burguesía occidental en una caricatura de su propio y vertiginoso desarrollo.

Creo firmemente que la cultura consiste en saberse mover por el tiempo y por el espacio con la suficiente familiaridad como para entender de una vez por todas que existen unas disciplinas como la Historia y la Geografía que nos son por completo imprescindibles, y que ser culto no consiste más que en ser capaz de ubicar los acontecimientos en su debido contexto histórico y en su latitud y longitud adecuadas. Todo ello nos lo proporcionan los atlas históricos, ignorados por la mayor parte de la población y fundamentales para preservar un ámbito cultural sólido en que se digan en los medios las menos tonterías posibles y juzguemos los hechos que nos rodean con conocimiento de causa. Así que mucha más Historia y Geografía y, por supuesto, más relectura de los clásicos (y no solo grecolatinos), algo que nunca falla a la hora de invertir en un presente sereno y en un futuro que merezca la pena ser vivido.

Pedestales resquebrajados

Rosa Montero

Creo que la nueva derecha desprecia y desconfía de la cultura por varias razones, entre ellas que hay menos artistas e intelectuales de derechas que progresistas, digamos, y dado el incontestable avance social de esa nueva derecha en todo el mundo, el desprecio a lo cultural sin duda ha aumentado.

De todas maneras ese desprecio llueve sobre mojado. En España nunca se ha valorado de verdad la cultura. Somos el país de la UE con más piratería y, si han de hacerse recortes económicos, siempre se hacen sobre el terreno cultural, tanto desde los diversos Gobiernos como desde las empresas privadas (por ejemplo, los periódicos siempre ahorran quitando páginas de cultura).

Por otra parte no me parece mal que se haya resquebrajado el pedestal de aquellos popes de la intelectualidad que regían la vida cultural con inflexibilidad dogmática. Y añadiré que, paradójicamente, la pandemia nos enseñó que la cultura (los libros, la música, las películas, las series, que por cierto las hay maravillosas) nos puede salvar literalmente la vida.

Elitismo plebeyo

Ana Iris Simón

Creo que ser culto sigue siendo, para las clases medias y altas ilustradas, algo esencial. Sin embargo, de un tiempo a esta parte podemos observar un fenómeno: el de la puesta en valor de lo que algunos de ellos consideran la "cultura popular". Se trata de una puesta en valor en falso, porque muchas veces lo que hacen esas élites ilustradas es una caricatura de lo que se imaginan que es el pueblo, cogiendo de él únicamente lo relacionado con el lumpen, con las clases subalternas, de su estética a sus productos culturales.

Este ejercicio de acercamiento se hace siempre desde la intelectualización y en muchas ocasiones desde la ironía, y puede verse, por ejemplo, en la puesta en valor de Camela en los últimos tiempos en España, o en la apropiación de la estética trap de hace unos años por parte de clases medias creativas. Esto genera un fenómeno curioso, una suerte de elitismo supuestamente plebeyo que a mí se me hace clasista, pues reducen al pueblo y su cultura a sus partes más exóticas, más sórdidas, más caricaturizadas.

Otro fenómeno que también llevamos viendo décadas y que seguramente en los últimos años se haya acelerado es la concepción de los productos culturales como un elemento de consumo compulsivo más. Eso hace que consumamos productos que caducan muy pronto para formar parte del debate público: tenemos que ver la serie de la que todo el mundo habla y leer el libro del que todo el mundo habla, aunque nos vayamos a olvidar de ellos en un par de meses.

En ese contexto, se valora más la novedad que la profundidad, estar a la última que el conocimiento o el bagaje cultural que alguien tenga. Hoy encaja más en la sociedad y es mejor valorado el que se sabe el catálogo entero de HBO, conoce los últimos títulos de Anagrama y las polémicas semanales de Twitter que quien conoce al dedillo la Biblioteca Gredos o la BAC. Algunos ven el fenómeno con esperanza, como una suerte de antielitismo cultural que no es tal. Simplemente, y como decía aquel "es el mercado, amigo", y sus lógicas aplicadas a la cultura.

Confusión de 'culturas'

Agustín Fernández Mallo

Siempre ha habido una doble acepción de la palabra cultura. En el sentido de Ilustración –cultura como conocimiento, intelectualidad–, y cultura en un sentido popular, los modos en los que un determinado pueblo vive –sus dichos, costumbres, folclores, etc–. Esta diferencia siempre estuvo muy clara. Decididamente, lo que llamamos cultura en un sentido ilustrado hoy ha sido directamente eliminada por la cultura en el sentido popular del término. Hay generaciones que piensan que tener una gran cultura es estar al día de la legión de influencers o de teleseries del mercado. Esto, unido a una educación sin reflexión de contenidos sino a través de cuestionarios tipo test, va reduciendo sistemáticamente el nivel de conocimientos del entorno cercano y lejano, lo que conduce a un provincianismo, y a su peor consecuencia: la reducción de la capacidad de crítica y –¡ojo!– también de autocrítica –hay jóvenes que como "no entienden a Faulkner" piensan que es Faulkner quien "está mal", y no que ellos deban formarse mejor para llegar a entenderlo–.

La clave es la lógica del mercado –en La forma de la multitud lo llamé el emocapitalismo–, un mercado que está ahí para extraer dividendos satisfaciendo todas muestras emociones, sean estas cuales sean. Lo peor es que este proceder ha sido refrendado por todas las tendencias políticas, que lo asumen como nicho de votos. Se habla de las cada vez mayores diferencias de riqueza monetaria, pero hay una divergencia igualmente dramática: se están creando unas pequeñas élites cada vez más cultas e ilustradas, que, obviamente, a la larga dominarán la escena, y una gran masa de población sin conocimientos de larga visión, fácilmente manipulable por cualquier absurda ideología o por cualquier superstición que satisfaga la empobrecida idea de lo que es "tener una cultura".

Lo que no es sexi es ser sabiondo

Juan Gómez Bárcena

Hay que dejar de elogiar el pasado. Cuando uno mira atrás, se da cuenta de que también entonces la literatura de alta calidad era minoritaria. Si hubiéramos hecho la misma pregunta a un campesino extremeño en 1940 probablemente nos habría contestado que también le parecía algo superfluo y un juego de señoritos. No creo estar en una época que valore menos la cultura; al contrario, creo que el acceso a ella es mucho más democrático y, si lo vemos en términos absolutos, la cultura media de la población ha crecido.

Precisamente porque este acceso es mayoritario, ciertas personas, hilando unos pocos conocimientos adquiridos en internet, construye un discurso con aparente coherencia que se acaba revelando completamente absurdo. Se ve claramente en las teorías de la conspiración. Ahora mismo he visto un vídeo de terraplanistas que hablaban como si fueran físicos. Cuanto más limitado es el conocimiento, más sensación de certeza da. Pero no sé si esto era distinto antes. Lo que ocurre es que antes un estúpido no tenía la capacidad de expresar sus estupideces más allá del casino del pueblo. Hoy cualquiera pone un tuit y parece que ese es el termómetro de la cultura.

La cultura es sexi, lo que nunca es sexi es ser un sabiondo. Y quizás es menos sexi un discurso cultural que no mantenga relación con el presente. Ahora queremos a gente que lo mismo pueda hablarnos del Partenón como hacer un análisis humanístico de un partido de fútbol o de una letra de Britney Spears. La cultura ahora es mucho más omnívora y esperamos que las referencias populares se combinen con las cultas. Slavoj Zizek es un buen representante, un filósofo muy profundo que pone ejemplos que mi abuela conocería.

Catedráticos a la altura de cualquiera

Pablo Remón

No sé si estamos mejor o peor antes. Hay que recordar lo que le gritaban a Unamuno: "¡Muera la inteligencia!". Aquí en España siempre ha habido una sospecha hacia la cultura. Y no te cuento hacia la decisión de dedicarte a ella... Lo primero que te comentan es que es muy difícil ese camino y lo segundo que de eso no se puede vivir. Recuerdo a mi padre diciéndome, alarmado, "¡pero a dónde vas!" cuando llegaba cargado con montañas de películas en VHS. Es como que siempre te tienes que justificar por hacer algo "no práctico". También ocurría en el IRPF. Ahora no lo tengo muy claro pero antes un guionista como yo tenía que marcar la casilla de artistas, toreros, ceramistas y no sé qué más. O sea, un cajón de sastre en el que se ponía todo aquello que sobraba.

Lo que sí es cierto es que vivimos en un mundo muy acelerado en el que las respuestas complejas no se digieren bien. Los mensajes que no sean fáciles lo tienen complicado para llegar a una masa amplia. Y la cultura yo la asocio precisamente a la complejidad, a los análisis matizados, más ambiguos, que son los que no funcionan en medio de tanta velocidad. Luego, se ha producido una democratización de la opinión muy perniciosa, azuzada por las redes. Lo pienso en relación a mi tío, Julián Casanova. Qué gusto escucharle en las reuniones familiares. Él sí que es una persona culta, no yo. Pero ahora cualquiera se considera a la altura de un catedrático de universidad como él, creyendo que su opinión vale lo mismo. Y no.

Cine de autor más seductor que nunca

Jaione Camborda

Son tiempos difíciles para el espectador, que se encuentra más estudiado y analizado que nunca, a merced de algoritmos y de una maquinaria refinada para generar deseos. Una falsa libertad en la que el ciudadano debe ser más fuerte que nunca para poder elegir. Para el cine de autor también son tiempos complejos, en una sociedad fascinante pero muy ruidosa e hiperestimulada que ha abrazado sin cuestionamiento la inmediatez y la colonización cultural anglosajona.

Consumimos más audiovisual que nunca y dejamos entrar a través de las series y las películas mainstream una cantidad inmensa de imágenes principalmente norteamericanas. La cultura estadounidense está entrando por nuestros poros como un sirimiri que apenas percibimos y su forma de mirar el mundo se está instaurando en nuestra forma de sentir, de habitar, de pensar... No podemos pretender que todo aquello que penetra a través de nuestros sentidos no nos moldee ni estetice nuestras formas de vida.

Para mí el cine de autor es más que nunca profundamente sexi, en el sentido que desborda personalidad dentro de un mundo audiovisual cada vez más homogéneo. Creo que debemos contagiar a todo el mundo el placer que supone ver algo genuino y con un incuestionable respeto hacia el espectador. Celebrar con los demás el arrebato al visualizar escenas que te llegan al alma y que te acompañan para siempre. Compartir la seducción por las imágenes cimbreantes de una sala oscura que da acceso a los misterios de la existencia. El atractivo del cine de autor es incontestable y su único enemigo son los prejuicios.

El caché social de las series

Elvira Navarro

El aprecio general por la alta cultura estaba relacionado con la reverencia a la clase social que la poseía, que normalmente era la clase alta, y también con la posibilidad de ascenso social que permitía el hacerse con un bagaje cultural. En realidad, estructuralmente el asunto no ha cambiado; lo único que se ha modificado es que ahora lo que parece que da caché y abre puertas (es decir: lo que te promociona ante los demás) es estar al tanto de la actualidad (series, tendencias, productos de moda e incluso activismo de moda), pero vuelve a ser un asunto sistémico: hay quien gana mucho dinero con ello e incluso nosotros podemos ganar dinero, de ahí el peso y prestigio de los influencers.

Tanto antes como ahora, se pierde de vista lo que yo considero el auténtico valor de la cultura, que no tiene que ver con ganar puntos en la consideración social, sino con valorarla como lo que es: una herramienta, muy gozosa, no para hacer dinero o conquistar un estatus, sino para lograr una mayor comprensión del mundo en toda su complejidad. Y ahí la responsabilidad recae en la educación, que jamás ha sido buena en España, y a la que parece que ningún gobierno, ni de izquierdas ni de derechas, quiere poner remedio, quizás porque los propios políticos son, en su mayoría, unos cenutrios. Los profesores están mal pagados incluso en la universidad, donde ahora les obligan a dedicarse a tareas administrativas, restándoles tiempo para formarse. Un desastre. 

Wésterns para ganar atractivo

Carla Nyman

Hace varios años conocí a E por internet. No sabía nada de él, no firmaba, jamás daba el nombre ni su cara. Había configurado su perfil para que no apareciera ningún dato que remitiera a su intimidad. Sin embargo, se empeñaba en presentarse a sí mismo a través de las cosas que le gustaban. Él parecía no tener como oficio la literatura, ni siquiera era un gran lector. Pero utilizaba libros, películas, fotografías para emerger en internet, como si así pudiera levantar más atractivamente su identidad. E compensaba la falta de experiencias cotidianas que contarme –como qué había desayunado esa mañana o cómo iba al trabajo– con su top cien wéstern de Filmin o listas de canciones con títulos cada vez más imprevisibles en Spotify, que engordaban la firmeza de su registro biográfico. Aunque no había por su parte una intención hueca y pretenciosa. Para nada. Él crecía ávidamente en la red, e incorporaba todos estos elementos –cowboys, páginas subrayadas en verde, pódcasts de true crime, murales urbanos – en lo que podía llegar a ser su cuerpo. Para E este peregrinaje online venía a ser un proceso de ascensión. Diría que estaba convencido de que el alma contemporánea se encontraba en internet. Lejos de deshincharse a base de ensayos postcapitalistas y sagas medievales, o hacer caer el valor de la cultura con sus inclinaciones metamórficas con el arte, él acumulaba compulsivamente en su cuerpo todos estos objetos para tomar una forma deseable. E fetichizaba su cuerpo hasta la parálisis. No estaba perdiendo nada ni entregándose a una tendencia vacía. Creo que precisamente estaba expandiéndose, convirtiéndose en más, en muchos más. Desde luego, la imagen que tenía por suya debía de ser terriblemente insuficiente para él: estaba empujada a absorber su propia proyección futura. Y solo le quedaba engullirse de este modo para saber, al fin, cómo era ser él mismo, entero y sólido, desde fuera.

La Oreja de Van Gogh, esos genios

Yo tengo la sensación de que lo que se ha perdido en los últimos años ha sido lo aspiracional. Aspirar a "ser alguien de provecho", una frase que nos inculcaron nuestros padres y cuya desilusión resultó demasiado traumática. Los millennials se limitan (perdón, nos limitamos) a "ir tirando". Desde que los millennials alcanzamos puestos de prescripción cultural, hemos preferido reafirmar lo que ya nos gusta, validarlo y legitimarlo, en vez de plantearnos absorber nueva cultura o incluso cambiar de gustos. Dada nuestra obsesión con la reafirmación personal, propiciamos esa validación desde lo emocional y lo sentimental, no tanto desde lo intelectual, porque emociones y sentimientos tiene todo el mundo pero intelecto no.

Cualquiera puede valorar una obra cultural en términos emocionales y de un tiempo a esta parte la sociedad se empeña en que todas las opiniones son igual de válidas. Del mismo modo, cuando los millennials hablamos de "crecimiento personal" nos referimos a nuestro interior, a nuestra estabilidad emocional, mental y anímica, no a un crecimiento cultural o intelectual. Esto se debe, en buena parte, a que crecimos siendo ridiculizados por los popes de la alta cultura, que nos repetían que lo que nos gustaba era inválido, y nosotros interiorizamos que nosotros no éramos válidos.

Así que llegamos a la edad adulta con cierto rencor hacia la intelectualidad y por eso ahora, al reafirmar nuestros gustos infantiles y adolescentes ("Scream es una obra maestra", "La Oreja de Van Gogh son genios") en el fondo lo que pretendemos es reafirmarnos a nosotros mismos y luchar contra el complejo de inferioridad que nos causaron las élites intelectuales. De las consecuencias políticas que tienen el antiintelectualismo y la desconfianza de las instituciones y de las voces de autoridad hablamos otro día.