Ensayo

La gastritis de Platón

Antonio Tabucchi

4 julio, 1999 02:00

Anagrama. Barcelona, 1999. 113 páginas

E l origen de este panfleto -y ojo que hay panfletos muy respetables- hay que buscarlo en un artículo de Umberto Eco publicado en "L"Expresso" y provocadoramente titulado "El primer deber de los intelectuales: permanecer callados cuando no sirven para nada". En dicho artículo Eco plantea dos cuestiones que desatan la ira de Tabucchi: "Cuando la casa se quema, al intelectual sólo le cabe intentar comportarse como una persona normal [...], pues si pretende tener una misión específica, se engaña, y quien lo invoca es un histérico que ha olvidado el número de los bomberos". La segunda roza el agravio hacia los intelectuales comprometidos: "¿Qué debe hacer el intelectual si el alcalde de Milán se niega a acoger a cuatro albaneses? Será perder el tiempo recordarle algunos inmortales principios, porque si no los tiene ya asumidos, a su edad no cambiará de idea leyendo un manifiesto; el intelectual serio [...] debería dedicarse a volver a escribir los libros de texto con los que estudiará el nieto del alcalde". Y concluye: "haber invocado [al intelectual] su alada palabra hubiera sido como reprochar a Platón el que no hubiera propuesto un remedio para la gastritis".

Digamos que en todas las polémicas intelectuales siempre una de las dos partes pierde una brillante oportunidad de quedarse callada, pero veamos cuáles fueron las argumentaciones de Tabucchi contra Eco, quien nunca se dirige al autor de El nombre de la rosa, sino que impugna sus ideas a través de unas cartas remitidas a Adriano Sofri, líder izquierdista condenado a veintidós años de cárcel como presunto instigador del asesinato de un policía.

En primer lugar, Tabucchi reprocha a Eco evitar hablar de poetas, escritores y artistas, y como uno de ellos y en nombre de ellos reivindica la necesidad de "desandar el discurso al revés con una lógica que no obedezca a una secuencia conformista de la realidad, y que posea un estatuto agnitivo" (pág. 31). A propósito de la metáfora de los bomberos, Tabucchi recuerda el atentado de Bolonia en 1980 y asevera que "no es tarea del jefe de bomberos, pobrecillo, identificar a quién colocó el artefacto que fue causa del incendio y de las ruinas -y, sobre todo, de los muertos-, y es eso lo que a los ciudadanos, además de a los intelectuales, les gustaría saber" (pág. 16).

Con respecto a la educación de los nietos del alcalde de Milán, Tabucchi prefiere "manifestar su opinión para inducir a los electores a no volver a votarle" (pág. 48). En síntesis, que para Tabucchi, "La tarea del intelectual (pero también, quisiera insistir, la del artista) es precisamente ésa, querido Adriano Sofri: reprochar a Platón el que no inventara el remedio para la gastritis" (pág. 31).

Uno ya ha leído lo suficiente como para tener una idea propia sobre las dos posturas en discusión, y ni creo que alguien que simpatice con Eco sea persuadido por Tabucchi ni que un seguidor de Tabucchi cambie de posición por haber leído a Eco. En suma, que este panfleto no tiene otro atractivo que agregar un título más a la biblioteca de Tabucchi, donde por cierto existen libros más afortunados.

Deseoso de tomar partido suscribo cuanto ha dicho Eco, y al respecto gloso unas lúcidas reflexiones de Nabokov: "Jamás admitiré que el oficio del escritor consista en mejorar la moral de su país, en señalar ideales elevados desde las enormes alturas de una tribuna callejera, en administrar los primeros auxilios escribiendo libros de segunda categoría". Entre la gastritis de Platón y la amigdalitis de Tarzán, prefiero la segunda.