Ensayo

Teatro, público y poder

María Victoria Sotomayor

31 octubre, 1999 02:00

Ediciones de la Torre. Madrid, 1999. 221 páginas, 2.200 pesetas

Sotomayor reconstruye con precisión la etapa americana de Arniches -la más descuidada por biográfos y estudiosos

La obra de Carlos Arniches -o la parte más destacada de su oceánica producción teatral- va siendo objeto en los últimos años de acercamientos enjundiosos que analizan con creciente finura las aportaciones de un escritor considerado durante mucho tiempo un fecundo sainetero, sin más; una figura representativa pero discreta de un teatro menor y acomodaticio. Con la rara y temprana excepción de Ramón Pérez de Ayala, el aprecio de Arniches por parte de los lectores cultos ha sido más bien escaso hasta una época reciente. Incluso en el conocimiento de los datos bibliográficos, como las fechas de estreno y publicación de muchas piezas, había increíbles lagunas. Hoy sabemos más del escritor alicantino -y sabremos mucho más aún cuando la autora de Teatro, público y poder. La obra dramática del último Arniches publique su tesis doctoral, inexplicablemente inédita por ahora-, y la reedición de sus obras, ayudará de modo primordial a este conocimiento.

Teatro, público y poder analiza, como apunta el subtítulo, la trayectoria de Arniches en el último tramo de su vida, entre el advenimiento de la segunda República y la muerte del dramaturgo en 1943; una etapa marcada por el estallido de la guera civil y la marcha de Arniches a Buenos Aires, donde permaneció desde enero de 1937 hasta enero de 1940.

El autor, que fue siempre un trabajador infatigable, continuó escribiendo durante estos tres años, a menudo para compañías españolas que actuaban en Argentina y Uruguay, como la de Valeriano León y Aurora Redondo. Al principio, Arniches adapta obras anteriores, o desarrolla bocetos ya existentes, como sucede en piezas breves, como La enredadora o El ateo penitente, pero pronto se lanza a componer obras nuevas, como La fiera dormida, Che, cuidame esa loca o Amor y Compañía, S.L. La actividad del escritor fue incesante; a los estrenos y reposiciones de sus obras hay que añadir charlas y lecturas radiofónicas, conferencias e intervenciones en diversos actos públicos. Buena parte de este material permanece todavía inédito -incluso los textos de algunas piezas teatrales-, pero forma parte de la donación que los herederos del autor hicieron a la Biblioteca "Gabriel Miró", de Alicante, donde puede consultarse.

María Victoria Sotomayor reconstruye con precisión la etapa americana de Arniches -la más descuidada por biográfos y estudiosos-, prestando atención, como es lógico, a cuanto se relaciona con la actividad literaria del autor, la determina o la condiciona. Pero donde, a pesar de todo, el lector encontrará más sorprendentes novedades es en los datos acerca de la suerte de este teatro en los escenarios españoles durante los primeros años de la posguerra. La implacable acción de la censura dificultó extraordinariamente la representación regular de obras que ni siquiera durante la Dictadura de Primo de Rivera habían despertado suspicacia alguna en los círculos gubernamentales. La autora ofrece documentos y testimonios elocuentes que sorprenderán a quienes no tengan una idea precisa de los extremos a que puede llegar la medrosa intolerancia de un régimen político impuesto por la fuerza. Así, para autorizar la representación de El brazo derecho, un inofensivo juguete cómico de 1893, la histérica censura de 1943 exige la supresión de varias referencias a la actividad parlamentaria -de 1893, claro está- con modificaciones grotescas que tratan de eliminar cualquier palabra que se refiera a cuestiones políticas, como si suprimiendo las formas léxicas se pudiera borrar la realidad.

He aquí un par de ejemplos que podrán dar idea de la actitud desmedida de la autoridad. En la obra original, un personaje anunciaba: "Tengo que hacerle un encargo a tu tío para que vaya al Congreso a unos negocios de política". Y su interlocutor respondía: "¿Para el asunto de la votación?" El "arreglo" impuesto por los suspicaces censores deja así el pasaje:"-Tengo que hacerle un encargo a tu tío para que vaya al Círculo a unos negocios de alimento. -¿Para el asunto de las bellotas?" Se llega incluso a la pueril resolución de tachar fórmulas exclamativas y giros coloquiales que contienen términos religiosos, como "Virgen santísima" o "esto va a misa". Se miran con lupa los tipos de sacerdotes, tan frecuentes en el teatro de Arniches, en busca de una irreverencia o de algo que al censor se le antoje indecoroso -resulta muy ilustrativo seguir el vendaval de escollos y supresiones que azota una obra como El padre pitillo-, e incluso, en algunas ocasiones, se propone la supresión del personaje. Para la comedia Me casó mi madre, por ejemplo, el censor sugiere la conveniencia de sustituir al padre Lucas -un cura rural- por "un notario o tipo análogo". Y es que, como afirma uno de estos estrictos supervisores al comenzar su informe, "el censor que suscribe es opuesto a la intervención de eclesiásticos o religiosos en escena si no aparecen con absoluta dignidad y respeto".

Leánse estas páginas que ha escrito María Victoria Sotomayor -enriquecidas, además, por una útil y cuidadosa bibliografía- para comprender de qué modo puede pisotearse durante años y en nombre de grandes principios no ya la libertad, sino la inteligencia y hasta el sentido común.